Hace
un par de años, a propósito de una investigación para escribir un microrrelato,
me topé con la figura de Sebastián Vizcaíno. Comerciante, militar, explorador,
diplomático y primer embajador de España en Japón. De orígenes inciertos, se
sabe que nació en la España peninsular, entre 1547 y 1548, especulándose la
ubicación en Extremadura, Huelva o Vizcaya —de ahí el apellido—. También se
desconocen sus raíces familiares, aunque la versión más consistente es la que
lo emparenta como hijo de Luis de Velasco, virrey de Navarra de 1547 a 1549
—reforzando, por proximidad, el punto vizcaíno—
y virrey de Nueva España entre 1550 y 1564, y hermano de Luis de Velasco
y Castilla, igualmente virrey de Nueva España —en dos ocasiones, en su caso:
1590-1595 y 1607-1611—, así como virrey de Perú de 1596 a 1604. Probablemente, por
lo que señalaré a continuación, Vizcaíno era un bastardo —hijo ilegítimo, se
entiende— reconocido.
La cuestión es que la casualidad me
ha reencontrado con el personaje mientras husmeaba en un volumen del siglo XIX, donde se reúnen
diversos documentos del Archivo de Indias. Uno de ellos, encabezado por el
lacónico título de Relación del viaje hecho para el descubrimiento de las
islas llamadas «Ricas de oro y plata», situadas en el Japón, siendo virrey de
la Nueva España D. Luis de Velasco, y su hijo, Sebastián Vizcaíno, general de
la expedición. Aquí lo del reconocimiento de la ilegitimidad, salvando el dato
de la palabra «hijo», pues dicho Luis era el «hermano», al tratarse de la
expedición desarrollada entre 1611 y 1614.
El plan era encontrar las islas Rica
de Oro y Rica de Plata, por razones evidentes, esperando que de oro y plata no
tuvieran sólo el nombre, y, aprovechando el paso por la zona y el seguro
dominio territorial, presentar las credenciales como embajador español al
Emperador japonés, para la firma de acuerdos comerciales. Peloteo al canto,
negocio redondo. Pero los planes no siempre salen como se esperan. La atrayente
aventura.
Entonces, Sebastián Vizcaíno parte
de Acapulco a bordo del navío San Francisco el martes 22 de marzo de 1611, entre
las once y las doce del día, «… por piloto mayor, capitán y maestre, Benito de
Palacios, y por su acompañado Lorenzo Vázquez, por comisario de los religiosos
de la orden del seráfico Padre de San Francisco, de los Descalzos, Fr. Pedro
Bautista, Fr. Diego Ibáñez, lector de Santa Teología, y Fr. Ignacio de Jesús,
predicador y tres legos, Fr. Pedro y dos Fr. Juanes, por escribano Alonso
Gascón de Cardona; gente de mar cincuenta y una personas, y D. Francisco de
Velasco, japonés principal, por otro nombre llamado Joçuquendono, y veinte y
dos japones, que vinieron el pasado de 610 del dicho Japón a la Nueva España».
Japoneses a quienes se les ruega comedimiento, dada la expectación que suscitan
en la marinería.
El mar es traicionero, según su
costumbre, saludando a los viajeros con un bonito huracán en los días 27 y 28
de mayo, abriendo en el casco una vía de agua, la cual estuvo a un paso de
despacharlos «… a no haberse tomado el agua…». Alejado el impetuoso viento,
pudieron anclar en una tierra cercana, donde los españoles repararon los daños,
los japoneses procuraron devolver sus testículos de la garganta a la posición
inicial y adecentar el atuendo tras la defecación y el general cuidar de todos,
disimulando su preocupación por el tiempo transcurrido sin llegar al destino.
Al fin, el 8 de junio «… como a las
doce del día, vino un pajarito de los que llaman de caña a posarse sobre su
cabeza (la del general), de que dio mucho contento; y aunque los días atrás se
habían visto otras muchas señas de tierra de seba (sic) y otros pájaros
grandes, éste dio mucho más contento a la gente». Gran regocijo por el
avistamiento de tierra, pero, al embravecerse el mar, la arribada hubo de
aplazarse. A las nueve del día siguiente un grupo de lugareños se acercan en
unas barcas de juncos, siendo recibidos por los extranjeros con «… conservas y
vino, que a este género se inclinan más; que demás del auxilio y gracia de
Nuestro Señor a de hacer a esta gente, para que reciba su Santo Evangelio,
tengo por buen alcahuete para ello a San Martín de Valdeiglesias y Xeréz». El
alivio de los japoneses del San Francisco es tal que huyeron con los suyos en
la primera ocasión, a excepción de uno, necesario para el reconocimiento, quien
pudo ser retenido por los españoles, afligiéndose mucho «… y lloraba en ver a
sus compañeros alargarse con la funca y él quedarse en el navío».
Arribados en Urangava, el viernes 17
salen hacia Yendo —Yedo, en realidad—, para presentar los debidos respetos y
credenciales al Emperador.
Sin embargo, a detallar estos y otros sucesos, quien
suscribe, se consagrará en la próxima ocasión.
surdecordoba.com, 2 de junio de 2012.
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