sábado, 16 de septiembre de 2017

El puzle de una vida

La tinta de la vida fluía por sus venas.
José M. Moreno Millán, «Piel de papel», El puzle

El escritor, cual sabueso olisqueando un rastro, puede perseguir la inspiración hasta hallarla al fondo del rincón oscuro de ese callejón sin escapatoria de las películas policíacas. El escritor, cual Mycroft Holmes, puede aguardar, sentado en un sillón junto a la confortable chimenea de su Club Diógenes particular, esa inspiración que distraiga sus ansias intelectuales. El escritor, cual Hercule Poirot (belga, no francés) puede, a través de un sosegado proceso de reflexión, ordenar todos los vestigios, detalles en ocasiones insignificantes para el común de los mortales, transfiriendo a su privilegiada imaginación el protagonismo de resolver el acertijo de la página en blanco. El escritor puede investigar, e insuflar a ese maremágnum de anotaciones el genesíaco soplo literario. El escritor puede, en fin, excarcelar, sin condición alguna, una imaginación atareada en adueñarse de toda realidad… Pero el escritor también puede servirse de sus vivencias y experiencias personales (que para eso son suyas, y están a su disposición) y pasarlas por el filtro de la literatura, saciando así su vocación narrativa, para regalarnos, de paso, magníficas historias.

Las treinta y una noches

Para algunos la vida es sólo una excusa para la lírica. Para componer versos en rimas infinitas de apacible existencia. Para Luis Ángel Ruiz, cerrateño de cincuenta y nueve años, la vida es eso: la premisa básica para la poesía. No entendida como conditio sine qua non, sino como el peaje necesario, el precio que gustoso paga para cultivar la composición poética. Por ello, reside en Lucena, trabaja en Cabra y termina de saciar sus ansias culturales en Priego, porque el lugar no importa; en el fondo, queda reducido al espacio donde la métrica y la rima, donde el verso se hace poesía.

viernes, 1 de septiembre de 2017

El hablar y el hablador

Artículo publicado hoy en Surdecordoba.com:

Durante mi amplia etapa como discente —no cerrada aún, acoto—, conocí a un importante número de maestros y profesores. Aquella miríada abarcaba, como es natural, a lo mejor y lo peor del gremio: desde profesionales como la copa de un pino, vocacionales, entregados y valientes, de intachable magisterio y admirables cualidades; hasta sinvergüenzas redomados, cabrones sin escrúpulos ni ética, aferrados a un sistema proteccionista y a un asiento concedido a dedo; pasando por los clásicos funcionarios sin otro quehacer, los sustitutos con ganas de destacar o los contratados eventuales, apadrinados o no, en busca del a ver qué tal o de unas perras mensuales extras (lo cual es legítimo, verá usted)...

Los gilipollas

Artículo publicado hoy en Lucenadigital.com:

Han sido muchos los articulistas que, con mayor o menor éxito, han tratado de estudiar con carácter sumario el vocablo «tonto», sea en grados de tontuna, sea en clases o categorías de tontos. Por ejemplificar, Juan Manuel de Prada ha recurrido en varias ocasiones a su admirado Leonardo Castellani, quien atendió al porción de conciencia que tenían sobre su cortedad de ingenio: «1) Tonto a secas; esto es, ignorante. 2) Simple; esto es, tonto que se sabe tonto. 3) Necio; esto es, tonto que no se sabe tonto. 4) Fatuo; esto es, tonto que no se sabe tonto y además quiere hacerse el listo. 5) Insensato; esto es, tonto que no se sabe tonto y encima quiere gobernar a otros»...