sábado, 29 de marzo de 2014

"El Principito" (reflexión literaria)

Los más ortodoxos en materias literarias concebirán El Principito, escrito por el francés Antoine de Saint-Exupéry, como un cuento infantil apropiado para iniciarse en la lectura. Sin embargo, este bello opúsculo habría de catalogarse como obra de obligada lectura durante la madurez, incluida la de quienes la han explotado inmisericordemente.
 
Un aviador aficionado a la pintura, una avería en pleno desierto de Sahara y, de la nada, aparece un pequeño personaje que le narrará su historia mientras trata de reparar su avión. El mero hecho de que el joven protagonista sea un extraterrestre, considerando la existencia de vida fuera de nuestro planeta, debería de apreciar su trascendencia. Luego está el amor, la amistad, la confianza, la soledad, el ayudar y cuidar de los demás, la belleza, y la vida como un instante del cual hemos de disfrutar. La importancia de lo simple, lo sencillo, aquello que terminará llenándonos de dicha. Que la felicidad plena se puede sentir contemplando la puesta de sol, un acontecimiento infravalorado que se repite sin cesar y que la Naturaleza pone a nuestra disposición gratuitamente. Que hay que gozar de las pequeñas cosas, que la experiencia de vivir no requiere de excesos materiales. Que un diminuto rincón en el Universo, al cuidado de una flor, vigilantes de los peligros naturales, intrínsecos, observando las estrellas, basta para sentirnos completos. Porque todo lo significativo, lo realmente significativo en la vida es efímero, de nada sirve apegarse a lo demás. El deseo de lo material, lo permanente, carece de valor.
 
Y el principito viaja a diversos planetas, donde conoce a otros seres, reflejo de las cualidades humanas; siempre haciendo preguntas, incapaz de comprender, sorprendido por la inclinación, el interés o la devoción hacia cuestiones que sólo conducen a la arrogancia, la vanidad, la debilidad, la ambición, la obsesión o el dominio. Cuestiones que únicamente preocupan en la edad adulta, olvidando el bienestar del decoro, el minimalismo para una dignidad sin menoscabo.
 
El Principito, sin obviar las referencias cósmicas e interplanetarias, invita a los adultos a reflexionar sobre aquello que vamos perdiendo a medida que crecemos. Nos invita a recordar la inocencia, la pureza de la infancia, todavía no contaminada por los ímpetus del tiempo y las trivialidades de las «personas grandes». Que la felicidad está en la esencia, en las pequeñas cosas de las «personas pequeñas».

viernes, 28 de marzo de 2014

Pobre generación treintañera (viejo artículo)


Tengo una amiga en la que belleza e inteligencia confluyen en una exquisita armonía. Clásica. Trabajadora incansable, pertinaz y eficiente, no solo obtuvo su licenciatura, sino que domina varios idiomas, ha dedicado siete años a preparar unas duras oposiciones y, comprobado que en eso de opositar hay más enchufes que en la sede de Endesa, continua su formación con una serie de cursos, sumando el estudio de alemán de consuno con una introducción al árabe —descubre usted que, contrariamente al abajo firmante, no se pasa las horas muertas entre escribanías—. La conocí en el instituto, hace dieciséis o diecisiete años y, aunque ya no reside en la ciudad, mantenemos el contacto, por lo cual de vez en cuando nos reunimos para actualizar cara a cara nuestra vida y obra.
 
En esto último andábamos hace pocas noches. «¿Por qué no te marchas?», le pregunto cuando llegamos a lo del alemán, mientras me llevo la bebida a los labios. Estamos en un local acogedor, sentados cerca de una luz tenue, acompañados de una música desentonada con el lugar, a la que no prestamos atención. «Fuera de España», añado, soltando el vaso. «A Francia, Reino Unido o Alemania. Con tu preparación…». Ella me mira, semblante grave, una mano en la copa y la otra asegurando su largo pelo negro que ha recogido en una coleta. «¿Por qué voy a emigrar?», replica. «Aquí está mi familia… Y ¿qué serían mis hijos? ¿Franceses o alemanes?». Aleja la mano de su pelo, depositándola sobre la mesa. Baja los ojos, fijándolos entre los dedos que empiezan a jugar, formando figuras invisibles sobre la tabla. Parece perdida en sus propias reflexiones, procurando buscar una base sólida, capaz de soportar sus propias convicciones; procede con determinación, como si yo lo necesitara, como si ella misma lo necesitara. Entonces, alza una mirada limpia, tranquila; retira un milímetro la copa, lo suficiente para no estorbar sus movimientos. «Allí siempre sería una extranjera». Lo afirma con un dejo amargo en la voz y un mohín melancólico en la comisura de los labios. Volvemos a ampararnos en un cómodo silencio, conscientes de la realidad de nuestro cochino destino, de la perra época que nos ha tocado vivir. Yo no puedo evitar orientar mi visión hacia un punto indeterminado de la calle que se ve oscura, solitaria a través de la enorme cristalera situada a la espalda de mi amiga, delante de mí, incómodo por la verdad de sus palabras, llevando a la resignación su obligada admisión; por mi propia impotencia ante su cruel situación, que es la mía. Toda una vida de trabajo y sacrificio, buscando la excelencia, creyendo que así nuestro futuro sería más provechoso, más fácil de labrar, para revelar que la ecuación no tiene solución alguna. Y no la tiene porque una de las incógnitas falla, es defectuosa en su origen: haber nacido en España. Esta España ignorante, inconsecuente, cainita, egoísta y envidiosa que escupe al intelecto a la cara y lo desprestigia con saña, arrinconándolo hasta agotarlo, obligándolo a morir o huir lejos, fuera de sus fronteras. E, históricamente indocta, lo hace generación tras generación, sin inmutarse, con jactancia perversa y un desdén chulesco y orgulloso, satisfecha de sí misma.
 
Se habla mucho del paro juvenil, el de los menores de veinticinco años; también el de los mayores de cuarenta. Sin embargo, se nos olvida. Se olvida a la generación de treintañeros. Aquellos que siguieron formándose porque, en un mercado sobrecargado de licenciados, este título era ya insuficiente. Aquellos que optaron, que optamos por unas oposiciones dignas de nuestra capacidad, sea por vocación de servicio o por estabilidad laboral. Aquellos que solo pudieron saltar de unas prácticas no remuneradas a otras, o desarrollar oficios miserables para su cualificación, previa falsedad a la baja del currículo. Aquellos que se han quedado en medio de una crisis totalmente previsible y evitable. Aquellos, en fin, que se han visto obligados a emigrar, víctimas de esta enfermedad exclusivamente española, la cual se reproduce en la progenie nacional como un cáncer incurable, dejando el territorio huérfano del conocimiento imprescindible para su crecimiento.
 
Unas adolescentes irrumpen en el local. Llevan móviles con cámara y los flashes rompen por instantes el claroscuro del interior. Se fotografían, felices, ingenuas, ignaras como ellas mismas. Una pareja pasea abrazada por la calle. Los sigo por la cristalera. A mi altura, se detienen y se besan. Es un beso suave, corto, en los labios; después, prosiguen su camino sin separarse. La noche es cada vez más profunda, ensombreciendo nuestros pálidos semblantes. De nuevo dentro, la música es absurda, detestable. Molesta el cómplice mutismo. De repente, ella amaga un movimiento que atrae mi atención. Se ha retirado de mí, sus ojos color almendra, grandes, brillantes, clavados en los míos, desafiante; su pose se muestra cargada de confianza. En ese momento suelta una frase que resume su propia vida, su manera de ser, de pensar y de actuar: «Además, nadie va a echarme de mi país». Habla en serio, lo sé. Irreductible. Hasta sus últimas consecuencias. Quizá por ello respaldo su rotunda confesión con media sonrisa y un movimiento de cabeza.
 
A partir de ahí, la conversación decrece hasta desaparecer. No es necesario añadir nada más, nos lo hemos dicho todo. Un futuro incierto, y poco agradable, nos espera. Familiar lucidez ésta.
 
surdecordoba.com, 5 de marzo de 2011.

Ser pensador (viejo artículo)


Hace unas semanas, por motivos que no vienen al caso, me vi en la necesidad de leer la ficha biográfica de un individuo. Ficha autobiográfica, para ser más exactos. Tras plantar la foto y el nombre, antes de indicar su lugar y fecha de nacimiento, el tal recogía una lista integrada por una serie de ocupaciones. Cuatro o cinco, ejercidas simultáneamente, según entendí, pues no se fijaban en periodos temporales. El número y variedad de su actividad laboral no me llamó demasiado la atención, sin embargo. En estos tiempos de grave crisis, el pluriempleo es, más que un arte, una obligación. Lo que atrajo mi atención —si atendemos a que toda lista se elabora siguiendo un orden lógico decreciente— fue el primero de dichos oficios: pensador. Así, sin calificativo ni especialidad, seguido de coma y de la tarea de segunda categoría. Total, el figura era, ante todo y sobre todo, pensador. ¡Toma ya! Imagínese usted mi sorpresa. Me rasco la sien y la coronilla, cual mono. Apoyo la barbilla en una mano y el codo en la contraria, al abdomen. Miro a izquierda y derecha. Masajeo el mentón. Niego varias veces. Me retrepo en el asiento y elevo mirada al techo. Nada. Pero, ¿qué diablos era aquello de pensador? La cuestión no era, ciertamente, baladí. Era una salida profesional a tener en cuenta —si estaba capacitado para ello, claro— y, hasta el momento, de los miles de anuncios de empleo leídos ninguno se destacaba con algo así como Se solicita pensador cualificado. Solo tardes. Absténganse vagos y maleantes o Se ofrece pensador a tiempo completo. Vehículo propio. Me habría percatado, supongo. Concienzudamente, repasé la maldita ficha con la esperanza de que acreditara, al menos, una licenciatura en Pensadorología por la Universidad Carlos III. Iluso de mí, no hallé nada parecido, ni un curso de seis créditos siquiera. Ante tal extremo, decidí aplicar un poco de orden a la investigación.
 
En primer lugar, urgía concretar la definición. Eché mano, entonces, del diccionario de la Real Academia. «Pensador1, ra». «De pensar1», lo cual era ya una orientación. Como primera acepción, se recogía: «Que piensa», esto es, se da la acción y efecto de pensar; «imaginar, considerar, discurrir»; o bien, «reflexionar, examinar con cuidado algo para formar un dictamen», por alusiones. Que no se deja llevar por los impulsos o instintos, recurriendo al raciocinio, vamos. Lo que venía a ser un humano. De nuevo acudí a la foto, observé los rasgos andrógenos del sujeto. Por ser genérica en demasía, la acepción no servía a mis objetivos. La segunda: «Que piensa, medita o razona con intensidad o eficacia». ¿En un español? Absolutamente descartado. Esencialmente, si el asunto implicaba la eficacia. Imposible, y punto. Entender así el adjetivo vendría dado para naturales del extranjero, sin duda. La última acepción, por contra, tratando un oficio, era la más interesante. Considerado ahora el lema como sustantivo: «Persona que se dedica a estudios muy elevados y profundiza mucho en ellos». Demasiado magisterio, consideré. Mínimo, el fulano debiera ser un Sócrates y, sinceramente, el currículo no daba para tanto.
 
«Que en mi vida me he visto en tanto aprieto», como escribiera Lope. Terminado el artículo no encontré solución para la incógnita. Pese a, seguidamente, aparecía un segundo lema en el diccionario. «Pensador2». De pensar2. Y solo con iniciar la lectura de la acepción de este sustantivo, recuperé el ánimo. «En los cortijos de Andalucía», rezaba el diccionario, «mozo encargado de dar los piensos al ganado de labor». Profesión nobilísima, faltaría más. Descartado todo lo demás, comprobada la situación espacial, la conclusión era evidente: mi hombre era un pensador2. Dedicado a echarle de comer a las referidas bestias, o sea. Lo cual, con una adecuada distribución horaria, no era incompatible con sus restantes ocupaciones.
 
Definida la actividad, era saludable enmarcarla dentro del régimen de la Seguridad Social, por aquello de cumplir como señores las obligaciones impositivas, ya me entiende; amén de garantizar derechos y proteger la salud ante la opresión del cacique de turno. Consultada la lista, obvio el especial de autónomos, podría valer el especial agrario —un tanto forzado— o el general. Todo dependería del gusto o situación de cada cual.
 
En este punto di por finalizada la investigación, un tanto más tranquilo, conociendo los detalles. Si usted siente curiosidad —o desesperación—, le sugiero, a modo de paso previo, que desarrolle un estudio de mercado, incluyendo inversión en aprendizaje, balanza de oferta-demanda y expansión fuera de los límites autonómicos. El andaluz podrá aspirar a ser pensador2, el resto de españoles, tampoco pudiendo alcanzar el lema uno, tendrá que buscarse la vida.
 
lucenadigital.com, 23 de febrero de 2011.

domingo, 16 de marzo de 2014

La oportunidad perdida (viejo artículo)


A Manolo Guerrero y Manolo García
 
La ciudad de Lucena ha vuelto a perder la oportunidad de otorgar el debido reconocimiento a uno de sus hijos más ilustres. El nombre de Francisco Hurtado Izquierdo era uno de los candidatos para designar un nuevo centro educativo en la localidad, optándose finalmente por el lúcido y previsible de Sierra de Aras. Aplaudido hubiera sido el de Leonardo Antonio de Castro. Y mucho más previsible, no obstante, el de Virgen de Araceli; aunque, por desgracia para los responsables de la designación… perdón… para las personas con responsabilidad en la designación, ya estaba cogido —que en esta ciudad tendemos a suplir con devoción la evidente sequia de ingenio.
 
Siguiendo esta línea, descartada la onomástica patronal, imagine usted el proceso. Restarían, creo, como opciones, bien la de Aras, denominación demasiado corta y ambigua; además, existen unas oficinas con tal nombre. Bien la opción de Santuario de Aras, con mayor enjundia; sin embargo, el largo paseo entre ambos puntos llevaría a rechazar la misma, considerable la distancia —por supuesto, la cuestión de una denominación religiosa para un centro público en una ciudad donde el término «Mariana» aparece en el lema de su escudo no sería ni siquiera expuesto como causa de exclusión—. Por último, quedaría la de Lucena. Ante ésta, considere la obviedad, sin olvidar el insulto auditivo de la redundancia: I. E. S. Lucena de Lucena. Vamos, impropio entre culteranos. Quedémonos, pues, con Sierra de Aras, englobando todas las corrientes, no ofendiendo a la moral, eludiendo ideologías e intimando con la Geografía. Colguémonos una medalla, nos la hemos ganado.
 
Retorno al origen: Francisco Hurtado Izquierdo. No seré yo quien relate las excelencias curriculares del maestro arquitecto, labor loablemente culminada por otros —algunos también a través de Sur de Córdoba—, mas nadie es profeta en su tierra. O casi nadie. Frente a una calle, mejor suerte tuvo Juan de Aréjula, con calle y centro educativo; o Luis Barahona de Soto, con calle céntrica, colegio y, de regalo, busto en llanete, quizá, ya que igualmente pasó la mayor parte de su vida fuera de Lucena, porque su obra se menciona en el catálogo bibliográfico de Alonso Quijano.
 
Por cierto, aprovecho la referencia a don Miguel de Cervantes para comentar un caso anterior de originalidad lucenesa. Personalmente, puntualizando, Cervantes se merece todos los homenajes que existan, faltaría más. Al margen, su obra es universal, su imagen circula diariamente por la zona euro, su nombre titula cien mil centros educativos —más o menos; sin contar las sedes del Instituto repartidas por el planeta—… y nosotros no seríamos menos. Cursé los estudios de egebé en el antaño conocido como Carrero Blanco, pasando más tarde a llamarse Polideportivo o El Poli —en verdad, tampoco se quebraron la testa, guiándose por meros criterios de ubicuidad; añadiendo en mi defensa que poca conciencia tenía yo de estos asuntos por entonces—. En una época en la cual el doble turno era prácticamente diario, el centro era un segundo hogar, y maestros y compañeros, más que educadores y amigos, eran familiares queridos. He perdido el contacto con todos, aunque de todos guardo un cariñoso recuerdo. Me hubiese gustado que conservara su precedente y constitucional nombre, o que, puestos a cambiarlo cuando se transformó en I. E. S., al menos, no le colgaran el de Miguel de Cervantes. Que hubieran elegido pensando en un modelo próximo a los futuros alumnos —a sabiendas de que pedir eso de pensar sería cruelmente abusivo—. El de un conspicuo lucentino. Como los anteriormente mencionados, por ejemplo.
 
En fin, Lucena, todavía integrada en este conjunto históricamente analfabeto, chapucero y envidioso que damos en llamar España, es fiel a su propia naturaleza primigenia. Olvidando a los suyos, destierra su propia existencia, fomenta la ignorancia y condena su credibilidad. Por ello dedico este primer artículo en Sur de Córdoba al poeta Manuel Guerrero, al historiador del arte Manuel García y a todos aquellos que han luchado, y hoy aún luchan, contra esta execrable tendencia a renegar de las mentes preclaras, de los hijos insignes.
 
Al cierre, me planteo cuántas oportunidades se perdieron, y cuántas se perderán. Medito si La enésima oportunidad perdida no sería mejor título para este artículo.
 
surdecordoba.com, 22 de febrero de 2011.

sábado, 8 de marzo de 2014

Saldar las cuentas (reflexión cinematográfica)

Toda entrega de premios nos deja un resquemor. Nos decepciona, en cierta medida. Quizá porque no esperamos que una colectividad pueda errar en su criterio de valoración —por cuestión de mayorías—. Quizá porque no aceptamos que los errados somos nosotros. Nos sentimos frustrados, en definitiva, cuando no se cumplen nuestras expectativas, o cuando se cumplen, contradiciendo nuestros deseos.
 
Sobre la entrega de los Óscar 2014 ya han corrido ríos de tinta y metraje de reportajes. Sin duda, todos los nominados merecían el galardón; pero, dentro del merecimiento, unos lo merecían más que otros. Es el caso del Óscar a mejor película. Entre las nueve nominaciones, «Gravity» y «El lobo de Wall Street» merecían el premio por encima de las demás. Verdad que la elección de mejor película es la más compleja, porque implica evaluar la obra en su conjunto, y, aunque éste es el resultado de sumar cada una de sus individualidades, lo que vale es el todo, en una suerte de equilibrio o compensación. Y ese todo sólo es apreciable en los dos títulos mencionados. El resto destaca por contener uno, dos, cuatro elementos individuales dignos de reconocimiento; y para tal fin están las correspondientes categorías: actor, actriz, guión, fotografía…
 
«12 años de esclavitud» es una gran película, sin embargo adolece de detalles que hacen rechinar los dientes al más amable cinéfilo, obligándole a alimentar la idea de que su Óscar como mejor película sea consecuencia de un complejo de culpa por el pasado esclavista del país. Que su director no sea el mejor director, que su actor protagonista no sea el mejor actor (dos de los tres pilares básicos, junto con el guión, de una película), puede pasar. No sería la primera vez, ni será la última. Pero ese número de saltos entre escenas sin solución de continuidad, esa bochornosa y patética —pese a su justificación— intervención estelar de Brad Pitt, esos estereotipos sureños —que tanto recuerdan a los estereotipos de los nacionales de nuestras películas sobre la Guerra Civil—, esa moral de mojigata impotencia en plan somos buenos, mas no responsables del lugar donde nacimos, esos suspiros antiesclavistas recubiertos con empalagosos modos políticamente correctos.
 
El septuagenario Martin Scorsese ha compilado en «El lobo de Wall Street» todo el cine realizado hasta ahora, ha guiado con sabiduría una narración de ritmo frenético, dinamismo insuperable, sin sofocar al espectador, ha plasmado a los personajes hasta la personificación —en ocasiones, parecerán caricaturizados—, ha extraído de los actores la máxima expresión de sus dotes interpretativas, ha conseguido, en fin, que el espectador envidie una vida de excesos autodestructivos, aunque la escenificación nos recuerde a veces a «Uno de los nuestros».
 
El mejicano Alfonso Cuarón ha demostrado lo que se puede hacer con dos actores, una pantalla verde, un brazo mecánico giratorio, una magistral imaginación y un admirable ingenio, acreditando sus excepcionales cualidades de dirección y presentando una obra de singular belleza visual, insólita trama dentro de una peculiar simpleza y tensión permanente.
 
En la noche de los Óscar 2014, Estados Unidos ha querido saldar cuentas con su historia. Aun pareciéndome un gesto estupendo —están en su legítimo derecho—, al menos que sepan que nos hemos percatado.

Un día de furia (viejo artículo)


Siempre fui un niño enfermizo. Recuerdo una infancia con infecciones, calenturas, procesos víricos, carencia vitamínica, angina, laringitis o sobrepeso. Años entretenidos, desde luego; y no es que ahora me aburra. Los más variados brebajes, bálsamos, soluciones y compuestos fueron introducidos en mi cuerpo a través de todas sus vías… Y cuando digo todas, me refiero a eso: todas. Numerosas visitas hospitalarias a galenos de pintorescas especialidades, viajando con mis padres —qué no harían unos padres por su hijo— en el Renault 6 a Córdoba un mes sí y otro también… En fin, esto merece libro aparte. No obstante, los percances introductorios vienen muy a propósito. Paciencia.

lunes, 3 de marzo de 2014

Historismo constitucional (VII) (artículo)

El artículo "Historismo constitucional (VII)", en surdecordoba.com.


Presidente tras Presidente, las Españas eran gestionadas como si de un equipo deportivo se tratara: ante los bochornosos fracasos, la figura del entrenador quedaba en entredicho, y con una fulminante destitución se le culpabilizaba de la derrota, cuando ésta sólo era consecuencia de las nefastas capacidades, la débil entrega y la tozuda arrogancia de los jugadores, ingobernables individualistas, negados para trabajar en equipo...

 

domingo, 2 de marzo de 2014

La última ronda (artículo)

En lucenadigital.com se publica mi artículo "La última ronda".
 

Se llama Paco, tiene veintiocho años, domina dos idiomas —tres, si contamos el español— y es Físico especializado en materia cuántica; pero, como siente particular predilección por el trato personalizado con el ciudadano de a pie y sus necesidades primarias, su ocupación actual es la de auxiliar intermedio de bienes de consumo humano, sean para uso directo, destino ajeno o reventa a terceros en el comercio minorista. Vamos, lo que viene a ser reponedor de estanterías en el Carrefour. O en el Mercadona. O en el Corte Inglés. En una de esas grandes cadenas, con establecimientos por doquier. No me acuerdo. Sí aseguro que sus responsabilidades incluyen frecuentes tareas de carga y descarga, y que su jefe casi lo despacha cuando ordenó las latas según su masa atómica, por listillo...

 
 


Episodios lucentinos I. Sanjorgistas y Aracelitanos

Mi novela, Episodios lucentinos I. Sanjorgistas y Aracelitanos, se publicó en la primavera de 2011 por Ediciones Moreno Mejías (Ed. Wanceulen).


Lucena, primavera de 1772. Todavía conmocionada por la misteriosa muerte de Luis Verez, la ciudad se prepara para la inminente y deseada llegada de una nueva era. Entre júbilos y celebraciones, un comisario al margen de toda ley trata de esclarecer el asesinato, un conde de honorables principios se enfrenta a un dilema moral y una sociedad se dispone para una larga contienda por el patronato religioso, iniciando su división entre dos tendencias: la partidaria de san Jorge y la de la Virgen de Araceli.

"X Certamen Fernando Quiñones"

"En el último minuto" fue mi relato galardonado con el Segundo Premio en el "X Certamen Fernando Quiñones" (Cádiz, 2009), en esta modalidad.
Léelo aquí.