Uno
de los episodios más oscuros en la vida de los cuatro mosqueteros creados por
Alexandre Dumas es, sin duda, la ejecución de Charlotte Backson o Anne de Breuil,
Milady de Winter, baronesa de Sheffield, anterior condesa de La Fère; no porque
la femme fatale por excelencia no lo mereciera, sino porque, quizá inevitablemente
seducido por el particular ideario decimonónico, Dumas revistió como acto de
justicia lo que, en realidad, suponía un acto de venganza. Para ello, improvisó
a un juez y a un jurado domeñados por el principio inquisitivo e incorporó a un
verdugo movido por tan nobles pretensiones que arroja al río Lys la bolsa
entregada en pago por sus servicios, como poco después arrojará el decapitado
cuerpo de Milady, envuelto en su capa roja. Pero para aquellos seis hombres,
los cuatro mosqueteros, Lord de Winter y el verdugo (diez, si se cuenta con los
criados de los mosqueteros, Planchet, Grimaud, Mousqueton y Bazin, fiel sombra
de las intenciones de sus amos), el juicio sumarísimo celebrado contra Milady
con sentencia de ejecución instantánea es sólo una forma de justificar un hecho
subrepticio que relaje sus conciencias. No en vano, Athos exige constante
silencio a la expedición: hay acciones con las que cada cual ha de cargar; al
tiempo que ordena a D’Artagnan que guarde la pistola con la que ha apuntado a
la mujer nada más toparse con ella, pues debe ser «… juzgada y no asesinada».
De ahí, en fin, la participación del verdugo («El verdugo puede tocar sin ser
por eso un asesino, señora […]; es el último juez»).