Antonio
de Ulloa fue una de las mentes más preclaras de su tiempo. Un ilustrado de
diccionario, forjado en la Armada, a mayor gloria de las ciencias, y
descubridor del platino. Nació en Sevilla en 1716 y, con apenas trece años,
zarpó hacia América, por donde anduvo tres. A su regreso, ingresó en la Real
Academia de Guardiamarinas de Cádiz y, sólo dos años después, participó en una
expedición destinada a medir el arco del meridiano, patrocinada por la Academia
Real de Ciencias francesa (actual Academia de Ciencias de Francia), a la que
fue incorporado como miembro. Más tarde, sería igualmente nombrado miembro de
la Real Academia de las Ciencias de Suecia y de la Academia Prusiana de las
Ciencias y, en 1752, fundó el Estudio y Gabinete de Historia Natural, precedente
del Real Gabinete de Historia Natural (hoy, Museo Nacional de Ciencias
Naturales), y, en 1753, participó en la creación del Real Observatorio
Astronómico de Cádiz (Real Instituto y Observatorio de la Armada), así como en
el primer laboratorio de metalurgia español. Anecdótica fue su elección como
miembro de la Royal Society británica en 1746. Durante el regreso a Europa de
aquella expedición francesa, su fragata, que por inclemencias meteorológicas
había desviado el rumbo, fue interceptada por corsarios británicos (no podían
faltar en la historia tamaños bellacos), quienes apresaron a la tripulación y
la condujeron hasta Londres. Allí, Ulloa fue reconocido y presentado al
presidente de la institución, quien, aflojándole un tanto los grilletes (de
sobras es conocida la cortesía británica), propuso su nombramiento, el cual se
hizo efectivo en el mes de diciembre de aquel año de 1746.