«Los
dos partidos que se han concordado para turnar pacíficamente en el Poder, son
dos manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el Presupuesto.
Carecen de ideales, ningún fin elevado les mueve; no mejorarán en lo más mínimo
las condiciones de vida de esta infeliz raza, pobrísima y analfabeta. Pasarán
unos tras otros dejando todo como hoy se halla, y llevarán a España a un estado
de consunción que, de fijo, ha de acabar en muerte. No acometerán ni el
problema religioso, ni el económico, ni el educativo; no harán más que
burocracia pura, caciquismo, estéril trabajo de recomendaciones, favores a los
amigotes, legislar sin ninguna eficacia práctica, y adelante con los farolitos…
Si nada se puede esperar de las turbas monárquicas, tampoco debemos tener fe en
la grey revolucionaria. […] No creo ni en los revolucionarios de nuevo cuño ni
en los antediluvianos, ésos que ya chiflaban en los años anteriores al 68. La
España que aspira a un cambio radical y violento de la política se está
quedando, a mi entender, tan anémica como la otra. Han de pasar los años,
lustros tal vez, quizá medio siglo largo, antes que este Régimen, atacado de
tuberculosis étnica, sea sustituido por otro que traiga nueva sangre y nuevos
focos de lumbre mental».