Nunca
he sido aficionado a los bares. Mi condición misantrópica rehúsa cualquier
espacio donde puedan concurrir más de dos personas desconocidas al tiempo,
incluido yo. Pero somos una especie socializadora, que necesita vivir en
comunidad, confraternizar con otros y sentir su contacto o cercanía,
intercambiar opiniones, charlar, dialogar, y demás aburridas tendencias. Aparte,
tampoco le he visto nunca interés a un bar, con todos mis respetos al gremio.
Quizá no por el servicio ofrecido, sino, precisamente, por el servicio que
ofrecen. Quiero decir, o teclear, que no me gusta que me sirvan las cosas,
prefiero hacerlo por mí mismo, al igual que prefiero saber lo que como, conocer
los ingredientes, ver el plato diseccionado, desfragmentado; si bien ello me
implique la obligación de cocinarlo.