Y
aquí se iba a acabar la tontería… Los vínculos, que entre España e Irlanda
fueron tradicionales, históricos, se implementaron desde el último tercio del
siglo XVI, motivados por
cuestiones geopolíticas, socioeconómicas y, cardinalmente, religiosas. A la
lucha confesional entre la España católica y la Inglaterra protestante se le
otorgó el calificativo de cruzada y se significó en un fervoroso rechazo hacia
la expansión inglesa sobre la isla. La Corona Española inició una estrategia de
influencia directa en el ámbito político y militar irlandés por medio de
emisarios o representantes, plenipotenciarios que colaboraron contra el invasor
y opresor inglés en ambas áreas. España se incorporó a la Guerra de los Nueve
Años (1594-1603) tras la llegada al trono de Felipe III, apoyando, por supuesto,
la causa de los líderes Hugh O’Neill y Hugh O’Donnell contra el imperio
isabelino. La cosa no terminó muy bien para la alianza hispano-irlandesa
(investíguese la conocida Fuga de los Condes), el sistema medieval de clanes se
dio por finiquitado en Irlanda y la emigración se intensificó. La presión
fiscal y la persecución religiosa obligaron a los irlandeses a potenciar su
salida migratoria a comienzos del XVIII. Muchos fueron los que se adhirieron a
la milicia española, y así, al Cuerpo de Marina Irlandés, que ya se había embarcado
en la escuadra de la Grande y Felicísima Armada (1588), y al Tercio de Irlanda,
se les sumaron regimientos y altos mandos que combatieron al servicio de la
Corona de España, para participar de su gobierno con el paso de los años.