sábado, 31 de enero de 2015

Historismo constitucional (y XVI)

El último artículo de la serie constitucional se ha publicado hoy en surdecordoba.com:

«Los dos partidos que se han concordado para turnar pacíficamente en el Poder, son dos manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el Presupuesto. Carecen de ideales, ningún fin elevado les mueve; no mejorarán en lo más mínimo las condiciones de vida de esta infeliz raza, pobrísima y analfabeta...

Un maestro se jubila

Artículo publicado hoy en lucenadigital.com:

Cuando un maestro se jubila, acontece en nosotros el extraño enfrentamiento entre la jovial delectación y la amarga aflicción. La lucha, siempre equilibrada en demasía. Tanto que finalmente prevalece una dulce melancolía, hermana ilustre de la complacida condescendencia. Cuando un maestro se jubila, nos queda el consuelo de contar con sus sabios consejos, y la esperanza de poder disfrutar de ellos durante mucho tiempo; porque sus lecciones, en definitiva, permanecerán a disposición eterna...

sábado, 24 de enero de 2015

Un relato de viajes (I)

Hace un par de años, a propósito de una investigación para escribir un microrrelato, me topé con la figura de Sebastián Vizcaíno. Comerciante, militar, explorador, diplomático y primer embajador de España en Japón. De orígenes inciertos, se sabe que nació en la España peninsular, entre 1547 y 1548, especulándose la ubicación en Extremadura, Huelva o Vizcaya —de ahí el apellido—. También se desconocen sus raíces familiares, aunque la versión más consistente es la que lo emparenta como hijo de Luis de Velasco, virrey de Navarra de 1547 a 1549 —reforzando, por proximidad, el punto vizcaíno—  y virrey de Nueva España entre 1550 y 1564, y hermano de Luis de Velasco y Castilla, igualmente virrey de Nueva España —en dos ocasiones, en su caso: 1590-1595 y 1607-1611—, así como virrey de Perú de 1596 a 1604. Probablemente, por lo que señalaré a continuación, Vizcaíno era un bastardo —hijo ilegítimo, se entiende— reconocido.

Un relato de viajes (II)

No fue cosa de llegar y besar el santo, créame. Se hace de rogar, que para eso es el Emperador. Los españoles están atendidos con todo lujo —lo cortés no quita lo valiente—, y es el martes cuando les informan de que serán recibidos al siguiente día, completando la noticia con una guía rápida de reverencias imperiales: «… en viendo la cara al Príncipe, hincar las rodillas ambas, en tierra manos y cabeza, hasta que el Príncipe hiciera seña». Cosa que los españoles, muy suyos pese a estar en casa ajena, no están dispuestos a consentir. Un español sólo muerde el polvo cuando está muerto, por lo cual se presentarían al Esperador «… haciendo las reverencias y acatamientos que a su Rey y señor se acostumbraban hacer, sin dexar armas ni zapatos, y que se le había de señalar sitio a donde se sentase, y fuese tan cerca de la persona de S. A., que le pudiese oír lo que dijese».

Un relato de viajes (y III)

La advertencia no es del todo una descabellada falacia, españoles al cabo; pero tampoco se puede consentir que un puñado de malditos herejes y otro de piratas se salga con la suya… Afortunadamente, el Emperador no se deja amedrentar. Es cuestión de orgullo, es cuestión de poder, es cuestión de dignidad. Por ello, «… otorgó licencia muy amplia…» sin temer la agresión, pues «… tenía gente bastante para se defender…», y las islas, de existir, «… siendo de su corona, las defendería…». Los holandeses insisten —«… yendo un navío de portugueses derrotado, las toparon […], y que no sabían cierto en qué altura ni parage, ni cuántas leguas estarían de su reino»—, sin lograr el cambio de opinión imperial.

Ni piedad ni perdón

Ha sido un mal año éste que termina. Para mí. Para la gran mayoría de españoles (decir todos, sería mentir). Una mierda de año… no pintando demasiado bien el que se presenta. Y ahórrese lo de la esperanza, lo de la confianza o, peor, lo del nuevo año será mejor. Hágame el favor. Sólo hace falta observar, escuchar, analizar, ser consciente de la realidad. Porque, cuando el desempleo ronda el veintiséis por ciento de la población activa —varias generaciones de jóvenes perdidas—, cuando los enfermos se quedan sin asistencia, cuando la educación universitaria es un lujo exclusivo para los acaudalados, cuando a los ciudadanos se les dificulta el acceso a la tutela judicial, cuando unos padres no tienen para alimentar a sus hijos, cuando una familia pierde el techo que la cobija o cuando una madre se ve obligada a despedirse de un hijo dispuesto a la emigración, todas esas palabras se tornan vacías, inconsolables, y son un insulto para la inteligencia de cualquier persona medianamente lúcida.

Sólo el nombre

Tito Liviano y yo salimos de la Biblioteca Municipal, donde nos encontramos por casualidad, sin hallar los libros que buscábamos —hecho harto excepcional, por otra parte—. Hace un frío de mil diablos y nos arropamos lo mejor posible con los abrigos, tomando dirección hacia la calle Ancha. A la altura del vallado bibliotecario, miro a mi amigo de soslayo. Observo que sonríe. Enemigo de la carcajada, es una sonrisa de las suyas: quebrada, torcida a la izquierda, sin opción de visibilidad para los dientes, oscurecida por la barba de tres días. Una sonrisa habitual, atraída por la reflexión mordaz que acaba de cruzar su mente.

Segundas familias

Si algo tiene escribir en un medio de comunicación local (aparte de conceder a algún lucenés de bien el placer de devolvérmelas todas juntas pública, anónima y gratuitamente; gesto muy loable y justo, faltaría más: está en su derecho) es que antiguos amigos, pasados muchos años, se molestan en retomar el contacto contigo. Se acercan con la camaradería que caracteriza, aquella época, ya lejana, siempre en el recuerdo. ¿Qué tal estás? ¡Cuánto tiempo! ¿Qué es de tu vida? Parece mentira, viviendo en la misma ciudad, que estemos desaparecidos… Me refiero a los amigos del colegio —cuando el colegio era EGB, y no la porquería de la LOGSE, promulgada por unos y desarrollada por otros—, los de la infancia. Importantísima franja de la vida durante la cual los seres humanos iniciamos la integración en la comunidad, conociendo, aprendiendo y adaptándonos a la sociedad —espacio y tiempo— donde, para bien o para mal, nos ha tocado vivir. Animal político, ya sabe.

sábado, 17 de enero de 2015

Mi ambición rubia

La primera vez que la vi miraba al mar desde un acantilado de la Riviera francesa. El dorado de sus cabellos y el brillo de sus ojos azules resaltaban sobre el fondo del idílico paraíso, fusionando cielo y mar sobre la lejana línea de un horizonte perdido a cientos de millas, arrastrando consigo un áureo sol, impotentes ante la divina, suave, angelical belleza de aquella mujer irrepetible. El rubio de su corta melena y el zarco de sus ojos suplantaban, pues, con donosa superioridad, la estampa concedida por la Naturaleza al paraje de la costa mediterránea.

Tito el epistológrafo

Pues hoy me voy a dar el lujazo de ahorrarme el tecleo adjuntando una carta que me envió mi buen amigo Tito durante su fin de semana en Madrid, la cual, me parece, goza del suficiente interés. Carta remitida por correo electrónico, sí; pero él es muy tradicional en cuanto a las formas.

Tito el epistológrafo, nuevamente

Me declaro doblemente culpable, porque, dispuesto a cumplir la pena debida, contagiado de la afición a la vagancia de Horacio, me abstengo por segunda vez de teclear y romperme la cabeza con disertaciones aburridas, mal escritas e incoherentes. Le evito el suplicio de mi pésima prosa y peor reflexión, trasladando el mérito, o desmérito, a mi amigo Tito con una segunda carta de varias que, a modo de diario, me envió durante su fin de semana en Madrid. Repito con el día del sábado y, emulando a Pilatos, me lavo las manos.

Serbia, país de vacaciones

Está muy bien eso de civilizar. Ya sabe, lo de elevar el nivel cultural de las masas y mejorar su formación y comportamiento, según define el diccionario de la Real Academia. Ha supuesto pasos importantes en la Historia de la Humanidad, en todos los órdenes, incluido el jurídico. Antaño, sumidos en la oscuridad de la barbarie, se aplicaba aquello de la «responsabilidad colectiva», donde, en el marco penal, la personal del delincuente se extendía al grupo familiar o social. Eran los tiempos del «Código de Hammurabi», de los griegos o de los germanos; también del Derecho Canónico, en su etapa primigenia, y de algunos de nuestros Fueros. Pero, obviando consideraciones democráticas, tampoco hemos de remontarnos tanto. El Código Federal de Crímenes Políticos de la URSS, de 1934, recogía sanción penal para los familiares de los desertores y traidores; igualmente, el Código Penal búlgaro de 1951. La premisa era muy simple, lógica para aquella mentalidad: ante la comisión de determinados delitos graves, siendo posible o no —generalmente no— la imposición de la correspondiente pena al autor —o autores— del hecho, se entendía que no quedaba suficientemente satisfecha la responsabilidad, trascendiendo a la familia que lo había criado y educado, o al colectivo social —gremio, comunidad, pueblo— que lo había acogido. La primera se orientaba hacia la calificación de garante del comportamiento del sujeto. En ambos casos, se estimaba una cooperación o complicidad palmarias.

Los disciplinados

Por el título, a priori, podría parecer una película de Pajares y Esteso. Nada más lejos de la realidad. O no. Los españoles estamos curtidos en mil batallas. Después de tantos siglos, asumimos determinados comportamientos, los cuales otros países calificarían de deshonestos, corruptos y aberrantes, como propios de nuestra idiosincrasia. No nos despeinamos ni alteramos ante escándalos de aprovechamiento económico —o de otra índole— supuestamente… reprobables, siendo prudentes. Tampoco nos espanta saber que muchos de nuestros gobernantes, representantes y demás casta política no aparenten tener el graduado escolar. No nos preocupa lo más mínimo que cualquiera se meta en política a los veinticuatro años y esté chupando del bote hasta comenzar a cobrar una suculenta jubilación, sin dar un palo al agua, transformando en alevoso serrallo un servicio público, tomándolo por profesión. No nos azoramos ante los tejemanejes de las covachuelas nacionales, o autonómicas, o provinciales, o locales. Ni nos importa la mentira, la incompetencia, la mediocridad o la incapacidad. Ni la política del «y tú más», la del desgaste, la de la discordia o la de la irresponsabilidad. O que se acumulen dos, tres, cuatro cargos en un mero individuo.

Feliz viaje

Desde hace un tiempo me veo obligado a viajar a Madrid una vez al año al menos, y, por cuestiones horarias, recurro al AVE. Al principio, este medio era sinónimo de confort, relajación, tranquilidad y, en consecuencia, respetuoso silencio. Sin embargo, en los últimos años, este distintivo ha quedado archivado. Un ejemplo fue mi postrero, el pasado otoño.

viernes, 2 de enero de 2015

Personalidades encasilladas

Artículo publicado hoy en lucenadigital.com:

Resulta curiosa nuestra propensión a las etiquetas. A colgarle a todo el mundo una personalidad que no se corresponde con la realidad. Lo que viene a ser «encasillar», atendiendo a las acepciones dos, tres y cuatro del DRAE («clasificar a alguien o algo»; «considerar o declarar a alguien, muchas veces arbitrariamente, como adicto a un partido, doctrina, etc.»; «clasificar personas o hechos con criterios poco flexibles o simplistas»). Una primera impresión puede bastarnos, aunque también nos dejamos llevar por la exposición de una opinión, un punto de vista o una mera interpretación errónea de la conducta...

jueves, 1 de enero de 2015

Historismo constitucional (XV)

Artículo publicado hoy en surdecordoba.com:

El Rey Juan Carlos I, auspiciado por el carisma y la determinación de Adolfo Suárez e investido de los poderes absolutos del Estado, introdujo la democracia en España a cambio de perderlos (los poderes absolutos), de renunciar a ellos. Pago justo y generoso. Imprescindible para el fin...