sábado, 24 de enero de 2015

Segundas familias

Si algo tiene escribir en un medio de comunicación local (aparte de conceder a algún lucenés de bien el placer de devolvérmelas todas juntas pública, anónima y gratuitamente; gesto muy loable y justo, faltaría más: está en su derecho) es que antiguos amigos, pasados muchos años, se molestan en retomar el contacto contigo. Se acercan con la camaradería que caracteriza, aquella época, ya lejana, siempre en el recuerdo. ¿Qué tal estás? ¡Cuánto tiempo! ¿Qué es de tu vida? Parece mentira, viviendo en la misma ciudad, que estemos desaparecidos… Me refiero a los amigos del colegio —cuando el colegio era EGB, y no la porquería de la LOGSE, promulgada por unos y desarrollada por otros—, los de la infancia. Importantísima franja de la vida durante la cual los seres humanos iniciamos la integración en la comunidad, conociendo, aprendiendo y adaptándonos a la sociedad —espacio y tiempo— donde, para bien o para mal, nos ha tocado vivir. Animal político, ya sabe.
 
Esto mismo me ocurrió. Dos de ellos, Manolo García y Jorge Arenas, se pusieron en contacto conmigo. Fue una alegría, pues hasta la fecha sólo tenía noticias ciertas y recientes de David Pérez. Tras los saludos de rigor, resúmenes biográficos y ofrecimientos para lo que fuera menester, Jorge me sugirió unas palabras conmemorando aquel periodo; un sencillo homenaje para una etapa pasada, aunque integrada en nuestra existencia, marcándola hasta el final. Y a eso me dispongo, si se me permite.
 
Cursé EGB en el colegio «El Poli» —entonces todavía era «Carrero Blanco» y hoy, «Miguel de Cervantes»—. Llegué allí de rebote, porque los colegios «Barahona de Soto» y «El Carmen», los cuales me correspondían según el domicilio, masificados o por diferentes razones, no me admitieron. Al principio, a mis padres les sorprendió la reacción de nuestros conocidos al informarles del destino. Éstos se llevaban las manos a la cabeza, lamentando la esquiva suerte. El centro tenía mala fama, desmerecida, arrastrada por la reputación, igualmente exagerada, del barrio donde se ubicaba. Simplemente eran tiempos duros en calles duras, y pasaba lo habitual: los comportamientos de unos pocos contaminaban la opinión general, salpicando al resto.
 
Nada más lejos de la realidad. Allí me encontré con niños y niñas extraordinarios. Los había de la zona y del resultado de idéntica política rebotadora. Superado el lógico recelo inicial, nos integramos en armonía, ayudados por la natural candidez de los chiquillos —a esa edad todo es más fácil—, continuamente apoyados y guiados por una plantilla de excelentes maestros, quienes nos acompañaron durante los ocho años de nuestro recorrido, allanando el pedregoso camino de las primeras nociones del saber. Pilar, Conchi, Araceli, Ovidio, Mª José, Pedro, Agustín (alguno me dejaré atrás, mis disculpas). Hombres y mujeres con sus virtudes y defectos; no obstante, profesionales como la copa de un pino, respetables y respetados. Figuras de autoridad —concepto actualmente humillado, pero que para nosotros era ley de deferencia—, referentes y responsables durante nuestro curso escolar, parte del cual con la clásica doble jornada de mañana y tarde. Y contarán, así lo veo yo al menos, con un eterno agradecimiento.
 
Al punto, mi reconocimiento es para quienes fueron mis compañeros, amigos, cuasi hermanos —eran muchas horas en idéntico lugar—, grandísimos corazones, honestos y decentes. Sin ellos nada habría sido lo mismo. Muchos recorrimos juntos el camino en su integridad, a otros nos los encontramos y los demás se quedaron en él. Y quizá nos hayamos cruzado alguna vez por la calle y no nos hayamos reconocido, o no nos hayamos querido reconocer —en fin, demasiado tiempo—, pero seguro que guardamos un cariñoso y admirado rincón de nuestra memoria para el recuerdo de aquellos días.
 
Hoy, las que fueron niñas serán bellísimas mujeres; los que fueron niños, hombres calvetes y tripones —ya, es posible que se conserven impecables, claro, como pinceles; es un dato que no puede fijarse con rotundidad, diversos factores entran en juego—. Cada cual habrá continuado su propio camino, sea escogido libremente o impuesto por el azar. Casados, de eminente prosperidad y una casa llena de vástagos; solteros, honrados trabajadores por cuenta ajena y mucho tiempo de ocio bien aprovechado. También los habrá situados en el venerable punto intermedio, en una sutil mezcla de estados. No importa. Lo importante, en definitiva, es la rectitud de las huellas que seguimos, las que nos orientaron, y, principalmente, la nobleza de las que dejamos atrás. Sí, las que dejamos a quienes nos seguirán.
 
A los nombres ya mencionados quisiera añadir los de Eva Mª, Araceli Galisteo, Raquel, Raúl, Araceli García, Araceli Carrasquilla, Juan, Carmelo, David Flores, Araceli Lozano, Francisco, Gonzalo, Ernesto, Maribel (vuelvo a disculparme por los no mencionados). A todos, allá donde estéis, mucha suerte.
 
lucenadigital.com, 2 de febrero de 2012.

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