Si
algo tiene escribir en un medio de comunicación local (aparte de conceder a
algún lucenés de bien el placer de devolvérmelas todas juntas pública, anónima
y gratuitamente; gesto muy loable y justo, faltaría más: está en su derecho) es
que antiguos amigos, pasados muchos años, se molestan en retomar el contacto
contigo. Se acercan con la camaradería que caracteriza, aquella época, ya
lejana, siempre en el recuerdo. ¿Qué tal estás? ¡Cuánto tiempo! ¿Qué es de tu
vida? Parece mentira, viviendo en la misma ciudad, que estemos desaparecidos…
Me refiero a los amigos del colegio —cuando el colegio era EGB, y no la
porquería de la LOGSE, promulgada por unos y desarrollada por otros—, los de la
infancia. Importantísima franja de la vida durante la cual los seres humanos
iniciamos la integración en la comunidad, conociendo, aprendiendo y
adaptándonos a la sociedad —espacio y tiempo— donde, para bien o para mal, nos
ha tocado vivir. Animal político, ya sabe.
Esto mismo me ocurrió. Dos de ellos,
Manolo García y Jorge Arenas, se pusieron en contacto conmigo. Fue una alegría,
pues hasta la fecha sólo tenía noticias ciertas y recientes de David Pérez.
Tras los saludos de rigor, resúmenes biográficos y ofrecimientos para lo que
fuera menester, Jorge me sugirió unas palabras conmemorando aquel periodo; un sencillo
homenaje para una etapa pasada, aunque integrada en nuestra existencia,
marcándola hasta el final. Y a eso me dispongo, si se me permite.
Cursé EGB en el colegio «El Poli»
—entonces todavía era «Carrero Blanco» y hoy, «Miguel de Cervantes»—. Llegué
allí de rebote, porque los colegios «Barahona de Soto» y «El Carmen», los
cuales me correspondían según el domicilio, masificados o por diferentes
razones, no me admitieron. Al principio, a mis padres les sorprendió la
reacción de nuestros conocidos al informarles del destino. Éstos se llevaban
las manos a la cabeza, lamentando la esquiva suerte. El centro tenía mala fama,
desmerecida, arrastrada por la reputación, igualmente exagerada, del barrio
donde se ubicaba. Simplemente eran tiempos duros en calles duras, y pasaba lo
habitual: los comportamientos de unos pocos contaminaban la opinión general,
salpicando al resto.
Nada más lejos de la realidad. Allí
me encontré con niños y niñas extraordinarios. Los había de la zona y del resultado
de idéntica política rebotadora. Superado el lógico recelo inicial, nos
integramos en armonía, ayudados por la natural candidez de los chiquillos —a
esa edad todo es más fácil—, continuamente apoyados y guiados por una plantilla
de excelentes maestros, quienes nos acompañaron durante los ocho años de
nuestro recorrido, allanando el pedregoso camino de las primeras nociones del
saber. Pilar, Conchi, Araceli, Ovidio, Mª José, Pedro, Agustín (alguno me
dejaré atrás, mis disculpas). Hombres y mujeres con sus virtudes y defectos; no
obstante, profesionales como la copa de un pino, respetables y respetados. Figuras
de autoridad —concepto actualmente humillado, pero que para nosotros era ley de
deferencia—, referentes y responsables durante nuestro curso escolar, parte del
cual con la clásica doble jornada de mañana y tarde. Y contarán, así lo veo yo
al menos, con un eterno agradecimiento.
Al punto, mi reconocimiento es para
quienes fueron mis compañeros, amigos, cuasi hermanos —eran muchas horas en
idéntico lugar—, grandísimos corazones, honestos y decentes. Sin ellos nada
habría sido lo mismo. Muchos recorrimos juntos el camino en su integridad, a
otros nos los encontramos y los demás se quedaron en él. Y quizá nos hayamos
cruzado alguna vez por la calle y no nos hayamos reconocido, o no nos hayamos
querido reconocer —en fin, demasiado tiempo—, pero seguro que guardamos un
cariñoso y admirado rincón de nuestra memoria para el recuerdo de aquellos
días.
Hoy, las que fueron niñas serán bellísimas
mujeres; los que fueron niños, hombres calvetes y tripones —ya, es posible que
se conserven impecables, claro, como pinceles; es un dato que no puede fijarse
con rotundidad, diversos factores entran en juego—. Cada cual habrá continuado
su propio camino, sea escogido libremente o impuesto por el azar. Casados, de
eminente prosperidad y una casa llena de vástagos; solteros, honrados
trabajadores por cuenta ajena y mucho tiempo de ocio bien aprovechado. También
los habrá situados en el venerable punto intermedio, en una sutil mezcla de
estados. No importa. Lo importante, en definitiva, es la rectitud de las
huellas que seguimos, las que nos orientaron, y, principalmente, la nobleza de
las que dejamos atrás. Sí, las que dejamos a quienes nos seguirán.
A los nombres ya
mencionados quisiera añadir los de Eva Mª, Araceli Galisteo, Raquel, Raúl,
Araceli García, Araceli Carrasquilla, Juan, Carmelo, David Flores, Araceli
Lozano, Francisco, Gonzalo, Ernesto, Maribel (vuelvo a disculparme por los no
mencionados). A todos, allá donde estéis, mucha suerte.
lucenadigital.com, 2 de febrero de 2012.
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