El profesor e historiador José Manuel Valle Porras publica una generosa y maravillosa reseña sobre Ni piedad ni perdón en su sección "Una biblioteca en la Conchinchina" del número 28 de la revista Saigón, bajo el título "Decencia en tiempos indecentes"... Mi emocionado agradecimiento para el autor.
Decencia en tiempos indecentes
Considéreseme a voluntad, ya descaradamente
jaquecoso, ya brutalmente honesto.
Julián
Valle
Julián VALLE
RIVAS: Ni piedad ni perdón, UNO
Editorial, 2016, 95 pp.
Lo llamábamos COU. Era, pese a sus siglas, el último
curso de Bachillerato. La iteración de edificio, profesores y materias
evidenciaba que se trataba de la prolongación natural de los tres cursos
precedentes. Un año más de aquel viejo BUP, cada vez más cerca del olvido. Así
nos parecía a los alumnos. O al menos a mí. Pero no a nuestros docentes,
quienes desde el primer día de aquel Curso de Orientación Universitaria nos
dejaron bien claro que los meses siguientes nos jugábamos mucho. Mejor advertir
pronto que llorar demasiado tarde. Y sí, lo consiguieron: la presión se
palpaba, Cronos empezó a acelerar –nunca ha dejado de hacerlo desde entonces–
y, nueve meses después, llegaron los tres días cruciales. Ese año salió pares y
a los de Cabra nos tocó ir a Lucena. Mi padre me acercó en su viejo SEAT 127,
el mismo que, burlándose del tiempo y de sus achaques, aún sigue hoy, sin
trasplantes ni cirugías apreciables, surcando regularmente el pueblo y sus
carreteras. No me acuerdo de mí mismo haciendo los exámenes de Selectividad. Mi
memoria es flaca, pero, curiosamente, sí retengo que nos dispusieron por orden
alfabético de nuestros apellidos, mezclados indistintamente cabreños y
lucentinos. Lo recuerdo porque a mi lado se sentó otro chaval que compartía mi
apellido, y al que, sin embargo, no conocía de nada. De Lucena, claro. Le
pregunté si tenía familia o antepasados en Cabra. Me dijo que no. Y con razón.
Fue un mes después, aquel verano de 1998, cuando, con la generosa guía y
confianza de don Manuel Osuna Bujalance, reconstruí mi genealogía en el archivo
parroquial de la Asunción y Ángeles, descubriendo, a la postre, que eran en
realidad mis Valle los que habían venido desde Lucena, casi trescientos años
atrás. El caso es que esa fue la primera ocasión que nos vimos y nos hablamos,
la primera en que Julián Valle y yo cruzamos nuestros caminos. Y todo hacía
prever que sería la última.