sábado, 15 de abril de 2017

Los artículos de don Julián (I)


Descuide, no me refiero a los de quien suscribe. No voy por ahí en plan Julio César, tecleando reflexivamente en tercera persona. Qué más quisiera. Ahora me detengo en los artículos de don Julián Marías, fallecido en diciembre de 2005 a la nada despreciable edad de noventa y un años, porque, a raíz de la reciente publicación de una recopilación de los míos, he de confesar que, con don Julián, comenzó toda esta andadura que ya cuenta con cinco años. Cierto que mi predilección por Larra es incuestionable, no en vano le he dedicado más de uno en el género; pero los orígenes llegaron después, pasada la pasión del descubrimiento.
 
Como modesto homenaje, en las últimas semanas, he releído un puñado de sus artículos al azar, publicados en ABC, en su famosa «Tercera» —la mayoría—, de la cual pronto se hizo dueño con merecimiento, compartiendo página en sus inicios con veteranos de la talla de Azorín.
 
Don Julián era el intelectual total. Aventajado discípulo de Ortega y Gasset, concentró su talento en la Filosofía, aunque quizá como excusa para abarcar todas las facetas del saber humano, pues sólo comprendiendo la realidad, el sentido y el saber de la humanidad, se puede comprender la vida misma. Así, don Julián recurrió al artículo literario o de opinión como mecanismo catalizador de su vasto intelecto, recensión de una excelsa erudición. Promulgó sus dudas sobre economía en «Los misterios de la Economía» (25 de agosto de 1951), donde reconoció que «este artículo sólo descubre mi ilimitada ignorancia económica. Pero como ésta es compartida por muchos, me extraña que no sientan la misma perplejidad». Se adentró en los entresijos de la Historia («La reconquista de Toledo y la “España perdida”», «La magnitud de Hernán Cortés»…), condenando la injusta exclusividad de la Leyenda Negra a España, cuando, respecto de otros, «… a nadie se le ha ocurrido negar el valor de esos países o regatear la admiración que merecen. […] Ha habido, ciertamente, censuras dirigidas a ciertos hechos concretos, por lo general en un momento breve del tiempo histórico. Nunca ha habido nada que pueda llamarse, ni remotamente, Leyenda Negra» («La Leyenda Negra», 15 de febrero de 1984). Y de la Política, aseverando, en «Naciones sin nacionalismo» (20 de diciembre de 1986), que el nacionalismo «… fue una causa decisiva, quizá la principal, de la destrucción de Europa durante la segunda guerra mundial»; recordando que «a veces se pierde de vista que la unidad de Europa es una realidad muy antigua, que sobrevive a todas las rupturas y escisiones, y que lo necesario, y ya urgente, es llegar a su unión…»; si bien, censurando la priorización económica: «Por otra parte, ha predominado el punto de vista económico, justificado y necesario, pero que no moviliza la opinión, no provoca el entusiasmo de los pueblos. […] Hacen falta otras banderas además de la económica». No tardó ni dos años en reprender el sistema electoral configurado en 1985: «En el caso de España —escribió en «La Ley Electoral»—, la democracia existe, aunque su funcionamiento real presenta anormalidades que pueden permitir un deslizamiento hacia formas que significan su desvirtuación. […] Su mínima justificación inicial [del sistema electoral], cuando se iba a estrenar, al cabo de más de cuarenta años de suspensión, la democracia se ha desvanecido». Ahondando en su faceta crítica, advirtió, en «La sombra de la decadencia» (23 de mayo de 1987), sobre «… el olvido y abandono de la propia realidad…»; o sobre aquello de que «los progresos técnicos, en sí mismos espléndidos, estimulan la renuncia al pensamiento, porque se usan indebidamente» («La escasez del pensamiento», 12 de junio de 1987); o sobre la necesidad, en «Quedarse» (30 de abril de 2004), de que «cuando en un país se produce una situación ingrata, acaso peligrosa…», cuando se convierten en imprescindibles, los intelectuales no deben emigrar, ya que «… hubiesen sido más creadores en su propio medio, esforzándose por realizar su vocación contracorriente». Nos aleccionó con que «… la victoria sobre la estupidez o la mentira se consigue, más que luchando contra ellas, con la afirmación de lo inteligente, justificado, verdadero. Es importante no hacer caso de lo que no lo merece, ni siquiera para combatirlo» («No enteramente de este mundo», 27 de octubre de 1994); o que, a propósito del eterno pesimismo español, «… cuando en España se habla de Europa, se suele entender exclusivamente aquellas porciones de ella que en cada momento están en la cima; […] el conocimiento de los países extranjeros se reducía a sus capitales o sus ciudades más ilustres. […] a sus excelencias y, en especial, a la versión literaria de ellas o al testimonio de algunos viajeros deslumbrados» («El pesimismo español», 13 de diciembre de 1983).
 
Hablar —o teclear— de don Julián Marías es admirar una fuente inagotable de ilustración. Tanta que he de emplazar su generosa atención hacia una segunda entrega. Si le place, claro.

Lucenadigital.com, 1 de abril de 2016

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