Mientras
aguardamos la venida del rebrote coronavíco, con mayor o menor ansiedad con la
que el creyente aguarda la venida (primera, segunda o tercera) del verdadero mesías,
pues resulta a todas luces incompatible con la ínsita naturaleza humana el
respetar un par de normas básicas de convivencia (o cualquier norma básica de
convivencia), como mantener cierta distancia social o usar mascarilla (aunque
en esto de la mascarilla se reconoce que la autoridad competente, o
incompetente, ha vaiveneado con chapucera desconfianza), o el controlar la
entrada de turistas, porque es imprescindible el chequeo del fajo de billetes,
no de la sangre infectada; mientras aguardamos lo previsible, entonces, no
estaría de más situar el reciente periodo de emergencia en su contexto
constitucional, al tiempo que justifico, con rudimento tangencial, el título
que, con barroquísima piezometría en su paternal marco, cuelga por alguna
pared, y cubro las líneas mensuales que el derecho consuetudinario, con más
pena que gloria, concede a esta casa lucenesa, clausurando, así, la trilogía.