sábado, 10 de febrero de 2018

Siga volviendo mañana (I)

Hace ciento ochenta años, don Mariano José de Larra se descerrajó un tiro en la cabeza, cansado de la envidia y la infamia, decepcionado de España y roto el corazón tras la decisión de Dolores Armijo, su verdadero amor, de poner fin a la relación que mantenían, para retornar a los brazos de su marido. Unos cuatro años antes de la tragedia, en enero de 1833, Larra publicó en El Pobrecito Hablador un artículo mordaz, satírico, crítico, costumbrista, xenófilo, titulado «Vuelva usted mañana». Comenzando con aquello de «Gran persona debió de ser el primero que llamó pecado mortal a la pereza…», narra las peripecias de un francés, monsieur Sans-délai (el Señor Apresurado, el Señor Sin Dilación), para resolver unos trámites documentales en España. Partiendo de sus referencias gabachas, prevé el buen hombre dejar resuelto el lance en quince días: «Quince días, y es mucho», asegura. Conteniendo a duras penas la risa, se cuida Fígaro, alter ego de Larra, de advertirle sobre el osado cálculo: «… permitidme que os convide a comer para el día en que llevéis quince meses de estancia en Madrid». «¿Cómo?», pregunta Sans-délai sin terminar de comprender del todo. «Dentro de quince meses estáis aquí todavía», sentencia, tajante, Fígaro. En efecto, cada paso es un suplicio para el extranjero, pues, acudiendo a la expresión «vuelva usted mañana», los prohombres encargados de solventar solicitudes y demás vicisitudes, sin preocupaciones ni prisas, van demorando el trabajo («La pereza es la verdadera intriga», explica Larra), hasta que, pasados seis meses: «“A pesar de la justicia y utilidad del plan del exponente, negado”». Por supuesto, al francés, indignado, se le llevan los diablos: «¿Para esto he echado yo mi viaje tan largo? ¿Después de seis meses no habré conseguido sino que me digan en todas partes diariamente: “Vuelva usted mañana”, y cuando este dichoso “mañana” llega en fin, nos dicen redondamente que “no”? ¿Y vengo a darles dinero? ¿Y vengo a hacerles favor?…». Monsieur Sans-délai regresa a su tierra, convencido de su desventaja como extranjero, de su desconocimiento de las costumbres locales, y amenazando con pregonar el mal ejemplo español entre sus paisanos: «Soy extranjero. ¡Buena recomendación entre los amables compatriotas míos!». (Cuando el español se propone dar referencias de un francés sólo se le pueden venir a la cabeza palabras como amabilidad, bondad, cortesía, urbanidad, llaneza o humildad; y nunca, jamás de los jamases, por Dios, se le pasarían otras del tipo arrogancia, vanidad, petulancia o maquinación y ejecución de atentados contra camiones de fruta españoles… o contra carros de fruta, hace doscientos años).

El demérito de lo efímero

Llenan estadios de fútbol, pabellones deportivos y plazas de toros, a ritmo meloso o estridente, humillado por el berrido hormonalmente humedecido y cegado por irreverentes luces móviles; venden millones de ejemplares de libros, recibiendo el sello de best seller, entre bendiciones públicas; son glorificados como transgresores del arte, la nueva vanguardia, y referencia pictórica y escultórica, valorando sus obras en cientos de miles de euros; sus estudios arquitectónicos son cotizadísimos, con encargos multinacionales en listas de espera. Músicos, cantantes, escritores, pintores, escultores, arquitectos, todos ellos de extraordinario talento, todos ellos de efímera popularidad.

viernes, 2 de febrero de 2018

El regreso del pensador

Artículo publicado en Lucenadigital.com:

Pues resulta que está uno aquí, entretenido con sus teclas y sus memeces, ciscándose en su perra suerte y la maldita hora en que lo mirara un tuerto, y aparecen viejos fantasmas del pasado para fastidiarle, todavía más si cabe, la existencia...

 
Por si hubiera interés, enlaza con este otro: Ser pensador
 

jueves, 1 de febrero de 2018

La estafa bíblica

Artículo publicado en Surdecordoba.com:

Sorprende nefastamente cómo la verdad prorrumpe con su contundente naturalidad, cual puñetazo dionisíaco en mitad de la jeta, pasados los años, sin considerar la supremacía del tiempo sobre la distancia. Sobrecoge sobremanera cómo la falsedad contamina con su lóbrega viscosidad, cual cochino chapapote desperdigado por la mar oceánica, todo lo que es puro, limpio, luminoso, cándido, inocente y, sí, un palmo confiado e incauto...