domingo, 12 de junio de 2016

Matar a Prim

Es una noche de invierno fría. Los primeros copos de nieve destacan con un brillo tenue en torno a la débil luz de las farolas matritenses. Rondan las siete y media del martes 27 de diciembre de 1870, cuando don Juan Prim y Prats, Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de Guerra, accede a la calle del Turco (Marqués de Cubas, hoy) como pasajero en un coche de caballos, acompañado de su ayudante, Nandín, y del jefe de su guardia personal, coronel Moya. Se dirige hacia su residencia en el palacio de Buenavista, sede del Ministerio de Guerra. De improviso, el coche se topa con otros dos cruzados en mitad de la calle. El cochero frena en seco, temiéndose lo peor. El Presidente ha recibido serias amenazas de muerte ese día, pero, hombre asaeteado con multitud de ellas constantemente, tampoco es aquélla novedad destacable. Ha impuesto la designación de Amadeo de Saboya como Rey de España, no sin antes desplazar a un segundo plano al almirante Topete y reducir al general Serrano a la figura de un Regente decorativo. El otrora triunvirato se ha quebrado, imponiéndose el de Reus. El duque de Montpensier, quien ha estado aguardando paciente la Corona de las Españas, se ha convertido, sin duda, en el mayor perjudicado por la orden presidencial; sin desmerecer la política arancelaria y los rumores de la venta de Cuba a Estados Unidos.

Juego de bazas

Acabáramos. De todo termina uno enterándose, mire usted. Ya sabemos por dónde andaban los señores —y señoras, perdón— diputados y senadores. Esas imágenes panorámicas, esos planos generales con los escaños vacíos, salvo los cuatro o cinco imprescindibles para ventilar, con mayor o menor maestría, el trámite. La versión oficial se mostraba digna: «Somos representantes de los ciudadanos —venían a argumentar—, no estamos en nuestros escaños, pero trabajamos para nuestras circunscripciones, aquéllas en las que fuimos elegidos. Y lo hacemos también a pie de calle, recorriendo los distritos, o desde nuestros despachos en las Cámaras». Oh milagro. Para esto, todos de acuerdo. Unanimidad. Lo nunca visto. Todas las lucecitas del panel en verde. E iba de maravilla la suerte de trapaza hasta que Martínez-Pujalte y Trillo metieron la pata… Vale, ellos exactamente no. Más bien se filtró a los medios de comunicación, como se filtró lo de Rato. Porque en este país en el que quien ha podido se lo ha llevado calentito, en el que descubrimos que un buen porcentaje de las causas de la crisis económica lo ostenta la corrupción, a algunos no les queda más pena que la de informativos. Que en lo demás, como apunta Quevedo, hay hilazas. Este mundo es juego de bazas, remata el genio de la Torre de Juan Abad, que sólo el que roba, triunfa y manda…

miércoles, 8 de junio de 2016

Presentación en Priego (fotos)

Ayer pude disfrutar de una extraordinaria tarde en Priego. De la mano de la Asociación de Amigos de la Biblioteca, en la persona de Manuel Molina González, se presentó Ni piedad ni perdón. Tras una introducción de Molina en torno a mi persona y al género del artículo, iniciamos un coloquio que, a modo de entrevista, se abrió a los asistentes.
 

miércoles, 1 de junio de 2016

Españoles de siempre

Artículo publicado hoy en surdecordoba.com:

«No éramos tan partidarios, después de todo», comenta mi amigo Tito. No parece dirigirse a mí, sino tratarse de una reflexión personal, lanzada en voz alta. «O somos», remata. Llevo un tiempo en su casa, ambos en silencio. La lámpara encendida, sombreando la cristalera, cuya opacidad va cuajando en proceso natural, hasta que queda interrumpido por el fogonazo del alumbrado público. Hace rato que opté por dejar de castigar mi vista contemplando su desastrosa figura, a cada momento, más preocupante. Ese aire abandonado y triste, desesperado o derrotado, vencido...



Recomiendo leer antes "Políticos de antaño", publicado en lucenadigital.com.

Políticos de antaño

Artículo publicado hoy en lucenadigital.com:

Me dice mi amigo Tito que me estoy aburguesando. Ésta es la palabra exacta que me espeta. «Te estás aburguesando, macho», me suelta, por las buenas. Estoy en su piso, descorriendo las cortinas, para hospedar la luz crepuscular, condonada de la súbita intromisión, por legítima, antes de encender la lámpara, y me quedo a medio camino del final,   mirándolo   de   soslayo,   un   tanto   desconcertado...