A Manolo
Guerrero y Manolo García
La ciudad de Lucena ha vuelto a
perder la oportunidad de otorgar el debido reconocimiento a uno de sus hijos
más ilustres. El nombre de Francisco
Hurtado Izquierdo era uno de los candidatos para designar un nuevo centro
educativo en la localidad, optándose finalmente por el lúcido y previsible de Sierra de Aras. Aplaudido hubiera sido
el de Leonardo Antonio de Castro. Y mucho
más previsible, no obstante, el de Virgen
de Araceli; aunque, por desgracia para los responsables de la designación…
perdón… para las personas con responsabilidad en la designación, ya estaba
cogido —que en esta ciudad tendemos a suplir con devoción la evidente sequia de
ingenio.
Siguiendo esta línea, descartada la
onomástica patronal, imagine usted el proceso. Restarían, creo, como opciones, bien
la de Aras, denominación demasiado
corta y ambigua; además, existen unas oficinas con tal nombre. Bien la opción
de Santuario de Aras, con mayor enjundia;
sin embargo, el largo paseo entre ambos puntos llevaría a rechazar la misma,
considerable la distancia —por supuesto, la cuestión de una denominación
religiosa para un centro público en una ciudad donde el término «Mariana»
aparece en el lema de su escudo no sería ni siquiera expuesto como causa de
exclusión—. Por último, quedaría la de Lucena.
Ante ésta, considere la obviedad, sin olvidar el insulto auditivo de la
redundancia: I. E. S. Lucena de
Lucena. Vamos, impropio entre culteranos. Quedémonos, pues, con Sierra de Aras, englobando todas las
corrientes, no ofendiendo a la moral, eludiendo ideologías e intimando con la
Geografía. Colguémonos una medalla, nos la hemos ganado.
Retorno al origen: Francisco Hurtado Izquierdo. No seré yo
quien relate las excelencias curriculares del maestro arquitecto, labor
loablemente culminada por otros —algunos también a través de Sur de Córdoba—, mas nadie es profeta en
su tierra. O casi nadie. Frente a una calle, mejor suerte tuvo Juan de Aréjula,
con calle y centro educativo; o Luis Barahona de Soto, con calle céntrica,
colegio y, de regalo, busto en llanete, quizá, ya que igualmente pasó la mayor
parte de su vida fuera de Lucena, porque su obra se menciona en el catálogo
bibliográfico de Alonso Quijano.
Por cierto, aprovecho la referencia a
don Miguel de Cervantes para comentar un caso anterior de originalidad
lucenesa. Personalmente, puntualizando, Cervantes se merece todos los homenajes
que existan, faltaría más. Al margen, su obra es universal, su imagen circula
diariamente por la zona euro, su nombre titula cien mil centros educativos —más
o menos; sin contar las sedes del Instituto repartidas por el planeta—… y
nosotros no seríamos menos. Cursé los estudios de egebé en el antaño conocido como
Carrero Blanco, pasando más tarde a llamarse Polideportivo o El Poli
—en verdad, tampoco se quebraron la testa, guiándose por meros criterios de
ubicuidad; añadiendo en mi defensa que poca conciencia tenía yo de estos
asuntos por entonces—. En una época en la cual el doble turno era prácticamente
diario, el centro era un segundo hogar, y maestros y compañeros, más que
educadores y amigos, eran familiares queridos. He perdido el contacto con
todos, aunque de todos guardo un cariñoso recuerdo. Me hubiese gustado que
conservara su precedente y constitucional nombre, o que, puestos a cambiarlo
cuando se transformó en I. E. S., al menos, no le colgaran el de Miguel de Cervantes. Que hubieran
elegido pensando en un modelo próximo a los futuros alumnos —a sabiendas de que
pedir eso de pensar sería cruelmente abusivo—. El de un conspicuo lucentino.
Como los anteriormente mencionados, por ejemplo.
En fin, Lucena, todavía integrada en
este conjunto históricamente analfabeto, chapucero y envidioso que damos en
llamar España, es fiel a su propia naturaleza primigenia. Olvidando a los
suyos, destierra su propia existencia, fomenta la ignorancia y condena su
credibilidad. Por ello dedico este primer artículo en Sur de Córdoba al poeta Manuel Guerrero, al historiador del arte
Manuel García y a todos aquellos que han luchado, y hoy aún luchan, contra esta
execrable tendencia a renegar de las mentes preclaras, de los hijos insignes.
Al cierre, me planteo cuántas oportunidades se perdieron,
y cuántas se perderán. Medito si La
enésima oportunidad perdida no sería mejor título para este artículo.
surdecordoba.com, 22 de febrero de 2011.
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