Los más ortodoxos en materias literarias
concebirán El Principito, escrito por
el francés Antoine de Saint-Exupéry, como un cuento infantil apropiado para
iniciarse en la lectura. Sin embargo, este bello opúsculo habría de catalogarse
como obra de obligada lectura durante la madurez, incluida la de quienes la han
explotado inmisericordemente.
Un
aviador aficionado a la pintura, una avería en pleno desierto de Sahara y, de
la nada, aparece un pequeño personaje que le narrará su historia mientras trata
de reparar su avión. El mero hecho de que el joven protagonista sea un
extraterrestre, considerando la existencia de vida fuera de nuestro planeta,
debería de apreciar su trascendencia. Luego está el amor, la amistad, la
confianza, la soledad, el ayudar y cuidar de los demás, la belleza, y la vida
como un instante del cual hemos de disfrutar. La importancia de lo simple, lo
sencillo, aquello que terminará llenándonos de dicha. Que la felicidad plena se
puede sentir contemplando la puesta de sol, un acontecimiento infravalorado que
se repite sin cesar y que la Naturaleza pone a nuestra disposición
gratuitamente. Que hay que gozar de las pequeñas cosas, que la experiencia de
vivir no requiere de excesos materiales. Que un diminuto rincón en el Universo,
al cuidado de una flor, vigilantes de los peligros naturales, intrínsecos,
observando las estrellas, basta para sentirnos completos. Porque todo lo
significativo, lo realmente significativo en la vida es efímero, de nada sirve
apegarse a lo demás. El deseo de lo material, lo permanente, carece de valor.
Y
el principito viaja a diversos planetas, donde conoce a otros seres, reflejo de
las cualidades humanas; siempre haciendo preguntas, incapaz de comprender,
sorprendido por la inclinación, el interés o la devoción hacia cuestiones que
sólo conducen a la arrogancia, la vanidad, la debilidad, la ambición, la
obsesión o el dominio. Cuestiones que únicamente preocupan en la edad adulta,
olvidando el bienestar del decoro, el minimalismo para una dignidad sin
menoscabo.
El Principito, sin obviar las
referencias cósmicas e interplanetarias, invita a los adultos a reflexionar
sobre aquello que vamos perdiendo a medida que crecemos. Nos invita a recordar
la inocencia, la pureza de la infancia, todavía no contaminada por los ímpetus
del tiempo y las trivialidades de las «personas grandes». Que la felicidad está
en la esencia, en las pequeñas cosas de las «personas pequeñas».
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