lunes, 26 de mayo de 2014

La libertad y la periodista (viejo artículo)


Asisto con comedido interés y manifiesta desconfianza a los distintos movimientos de sedición que se están desarrollando en los países al sur del Mediterráneo durante las últimas semanas. A pesar de que hoy exigen democracia y libertad, condenando la represión, las ventajas mercantiles y la contención del radicalismo islámico han sido razones suficientes para que Europa y Norteamérica hayan consentido con censurable hipocresía el carácter dictatorial de los regímenes imperantes, amparándose en el siempre socorrido principio de no injerencia —tan flexiblemente aplicado por el Derecho Internacional, según los tiempos y los gobernantes—. Principio justo, sí; aunque ambiciosamente manipulado a lo largo de la Historia. Las causas de la sedición dan para otra entrega.
 
El caso al momento es que la simiente que hace brotar mi escepticismo no es tanto la seguridad en el triunfo rebelde —que la tengo—, como la incertidumbre de lo que vendrá después. La libertad puede ser entendida como la capacidad natural del ser humano de obrar de una manera u otra, o de no obrar; de no estar sometido a la opresión de otro. O también puede ser entendida como a cada cual le venga en gana. Todo es cuestión de mover los límites más arriba o abajo. Y, cuando veo a hombres y mujeres —bien separados unos de otras—, para quienes el Islam es la Constitución, gritar libertad, fuera la tiranía y democracia, no puedo evitar preguntarme qué entenderán por tales conceptos y si la comunidad internacional no tendrá que volver a pasarse lo de la no injerencia por entre bola y bolo, colocando al mando al moderado de turno —mientras se mantenga incorruptible con igualdad, paz y buen rollito, hermanos— o evitando la llegada al poder del iluminado purificador de la corrupción capitalista. O del listo que tenga la brillante idea de gestionar los recursos del país para prosperidad de su pueblo hambriento. Mucho peor esto último, sin duda.
 
Pero todo ello son matices políticos, distintas formas de percibir la estructura del estado, la cual depende de múltiples factores: sociales, económicos, culturales, territoriales e internacionales, fundamentalmente, que, combinados de un modo u otro, dan lugar a diferentes estatus de democracia con mayor o menor grado de libertad.
 
Así, una sedición por la libertad puede ser celebrada o denigrada al tiempo. En El Cairo, el pasado viernes 11 de febrero, Lara Logan, periodista de la cadena CBS, fue agredida sexualmente en mitad de la plaza Tahrir, símbolo del levantamiento egipcio. Los canallas la separaron de su equipo mientras cubría la noticia. Allí, en pleno espacio público, fue salvajemente acorralada, brutalmente golpeada y sexualmente agredida por todos los que tuvieron tiempo para hacerlo, hasta que, casi treinta minutos después, un puñado de mujeres y veinte soldados egipcios pudieron rescatarla, apadrinándose en sus armas de fuego. Ante centenares de personas cargadas de rabia y ansiando revancha, considere los soldadescos aparejos, cubriendo —fusiles en mano, boca seca y sudor en la frente— vanguardia, retaguardia y flancos de un reducido, pero valiente, número de mujeres, quienes, bajo el abrigo de tal escolta, trataban de salvar lo que restaba del pellejo de la periodista; y de paso el propio. Poco a poco, con paso lento y decidido, la pequeña patrulla libertadora se fue haciendo hueco entre el contenido populacho hacia la salida más próxima del lugar.
 
Nada importa el bando de los bellacos responsables de la atrocidad. Si eran sublevados festejando el derrocamiento de Mubarak o afines a éste cobrándose la caída, no excusa ni justifica. Todos actuaron en nombre de una libertad ganada o perdida.
 
Para proteger la intimidad de la compañera, la cadena no informó de la agresión. Sin embargo, la noticia pronto se propagó por la prensa digital y las redes sociales, por lo que la CBS se vio obligada a confirmarla en un escueto comunicado. Al día siguiente, Lara Logan abandonaba Egipto y era ingresada en un hospital al llegar a Estados Unidos.
 
Los medios de comunicación ajenos a internet apenas comentaron el delito, bien por preservar a la periodista, bien por entender que lo ocurrido va con el oficio —en la prima de riesgo—, bien por lo bonito que queda en la portada del rotativo o en la entradilla del telediario la imagen de un pueblo feliz agitando banderas y quemando la foto del tirano correspondiente. Por su parte, el Comité para la Protección de los Periodistas aseguró que cincuenta y dos profesionales habían sido víctimas de violencia durante la revuelta egipcia. Supongo que la generalización del cómputo, sin división ni clasificación, coloca el ataque sexual en idéntico nivel de efectos y secuelas.
 
Lara Logan, invencible, se ha comprometido a seguir luchando, trabajando e informando allí donde esté la noticia; sea cual sea.
 
Pues, desde aquí, mi reconocimiento.
 
lucenadigital.com, 2 de marzo de 2011.

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