Asisto
con comedido interés y manifiesta desconfianza a los distintos movimientos de
sedición que se están desarrollando en los países al sur del Mediterráneo
durante las últimas semanas. A pesar de que hoy exigen democracia y libertad,
condenando la represión, las ventajas mercantiles y la contención del
radicalismo islámico han sido razones suficientes para que Europa y
Norteamérica hayan consentido con censurable hipocresía el carácter dictatorial
de los regímenes imperantes, amparándose en el siempre socorrido principio de
no injerencia —tan flexiblemente aplicado por el Derecho Internacional, según
los tiempos y los gobernantes—. Principio justo, sí; aunque ambiciosamente
manipulado a lo largo de la Historia. Las causas de la sedición dan para otra
entrega.
El caso al momento es que la
simiente que hace brotar mi escepticismo no es tanto la seguridad en el triunfo
rebelde —que la tengo—, como la incertidumbre de lo que vendrá después. La
libertad puede ser entendida como la capacidad natural del ser humano de obrar
de una manera u otra, o de no obrar; de no estar sometido a la opresión de otro.
O también puede ser entendida como a cada cual le venga en gana. Todo es
cuestión de mover los límites más arriba o abajo. Y, cuando veo a hombres y
mujeres —bien separados unos de otras—, para quienes el Islam es la
Constitución, gritar libertad, fuera la tiranía y democracia, no puedo evitar
preguntarme qué entenderán por tales conceptos y si la comunidad internacional
no tendrá que volver a pasarse lo de la no injerencia por entre bola y bolo,
colocando al mando al moderado de turno —mientras se mantenga incorruptible con
igualdad, paz y buen rollito, hermanos— o evitando la llegada al poder del
iluminado purificador de la corrupción capitalista. O del listo que tenga la
brillante idea de gestionar los recursos del país para prosperidad de su pueblo
hambriento. Mucho peor esto último, sin duda.
Pero todo ello son matices
políticos, distintas formas de percibir la estructura del estado, la cual
depende de múltiples factores: sociales, económicos, culturales, territoriales
e internacionales, fundamentalmente, que, combinados de un modo u otro, dan
lugar a diferentes estatus de democracia con mayor o menor grado de libertad.
Así, una sedición por la libertad
puede ser celebrada o denigrada al tiempo. En El Cairo, el pasado viernes 11 de
febrero, Lara Logan, periodista de la cadena CBS, fue agredida sexualmente en
mitad de la plaza Tahrir, símbolo del levantamiento egipcio. Los canallas la
separaron de su equipo mientras cubría la noticia. Allí, en pleno espacio
público, fue salvajemente acorralada, brutalmente golpeada y sexualmente
agredida por todos los que tuvieron tiempo para hacerlo, hasta que, casi
treinta minutos después, un puñado de mujeres y veinte soldados egipcios
pudieron rescatarla, apadrinándose en sus armas de fuego. Ante centenares de
personas cargadas de rabia y ansiando revancha, considere los soldadescos
aparejos, cubriendo —fusiles en mano, boca seca y sudor en la frente—
vanguardia, retaguardia y flancos de un reducido, pero valiente, número de
mujeres, quienes, bajo el abrigo de tal escolta, trataban de salvar lo que
restaba del pellejo de la periodista; y de paso el propio. Poco a poco, con
paso lento y decidido, la pequeña patrulla libertadora se fue haciendo hueco
entre el contenido populacho hacia la salida más próxima del lugar.
Nada importa el bando de los
bellacos responsables de la atrocidad. Si eran sublevados festejando el
derrocamiento de Mubarak o afines a éste cobrándose la caída, no excusa ni
justifica. Todos actuaron en nombre de una libertad ganada o perdida.
Para proteger la intimidad de la
compañera, la cadena no informó de la agresión. Sin embargo, la noticia pronto
se propagó por la prensa digital y las redes sociales, por lo que la CBS se vio
obligada a confirmarla en un escueto comunicado. Al día siguiente, Lara Logan
abandonaba Egipto y era ingresada en un hospital al llegar a Estados Unidos.
Los medios de comunicación ajenos a
internet apenas comentaron el delito, bien por preservar a la periodista, bien
por entender que lo ocurrido va con el oficio —en la prima de riesgo—, bien por
lo bonito que queda en la portada del rotativo o en la entradilla del
telediario la imagen de un pueblo feliz agitando banderas y quemando la foto
del tirano correspondiente. Por su parte, el Comité para la Protección de los
Periodistas aseguró que cincuenta y dos profesionales habían sido víctimas de
violencia durante la revuelta egipcia. Supongo que la generalización del
cómputo, sin división ni clasificación, coloca el ataque sexual en idéntico
nivel de efectos y secuelas.
Lara Logan, invencible, se ha
comprometido a seguir luchando, trabajando e informando allí donde esté la
noticia; sea cual sea.
Pues, desde aquí, mi reconocimiento.
lucenadigital.com, 2 de marzo de 2011.
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