Ciertamente, a quien suscribe se le da un ardite el resto de países terráqueos. En lo concerniente a España, pasada la segunda mitad del XIX, todavía se estilaba la costumbre medieval de reservar los más altos cargos políticos a militares de lustre. Como si la cosa gubernativa fuera una incursión, escaramuza o combate, lo cual, aquí, tampoco era ir descaminado; pero ya escribí que la española fue, y sigue siendo, una raza aparte. No era, ni es, cuestión de ingenio castrense o mano dura, sino de que cada palo que aguante su vela, cada perro se lama su cipote, líbrese quien pueda, maricón el último y Dios ya sabrá reconocer a los suyos cuando lleguen. Y la maldita costumbre se prolongó, bien lo sabemos todos, hasta las postrimerías del XX...
viernes, 9 de mayo de 2014
Historismo constitucional (IX) (artículo)
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