sábado, 15 de agosto de 2015

De trabajadores asalariados

No sería capaz de discernir si el comentario fue producto de ciertas dotes premonitorias, de una reflexión basada en la experiencia, de ser un afortunado receptor de información privilegiada o de echarle mucha caradura. El caso es que, cuando Gerardo Díaz Ferrán lanzó hace un tiempo aquello de que para salir de la crisis había que trabajar más y ganar menos (máxima, por cierto, que presidía su filosofía, pues ya la hizo suya al reconocerse oficialmente la situación de crisis económica en España —hasta el momento nos hallábamos ante una desaceleración—, para insistir en ella después), todo el país le recriminó la fea expresión propia de un retrógrado patrono explotador del humilde proletario. Tampoco podría discernir si fue ésta la causa de las críticas a la declaración del, a la sazón, presidente de los empresarios, o si se debió al absurdo recelo del español a la sinceridad, o si habría que rebajarse a la tendencia supersticiosa del hombre modesto.
 
Vaya por delante que no era cosa de soltar la frasecita públicamente, coronado del halo representativo, porque predisponía a herir la sensibilidad de quienes sufrían las consecuencias de la coyuntura, concediendo a oportunistas e hipócritas la mejor ocasión para apuñalar al prójimo con alevosía. Y vaya, igualmente, por delante que Díaz Ferrán tal vez sea un delincuente que merezca comerse más años de talego que el conde de Montecristo; la Justicia, con la firmeza de sus sentencias, ha de determinar la certeza. Pero, como lo cortés no quita lo valiente, habrá que reconocerle su parte de razón; matizada: trabajar más y ganar menos no es la solución a la crisis, sino la fórmula para que toda la caterva plutocrática gane más y trabaje menos.
 
Entonces, lo primero será, obviamente, disfrutar de un trabajo. Quienes hayan tenido la suerte del empleo durante estos años atestiguarán la reducción de salarios, o su congelación, muchos de ellos acompañados con un gracioso e incoherente aumento de la jornada. Quienes lo hayan encontrado (el empleo), además de cumplir con el sacrificio a los dioses, aseverarán que su sueldo es una miseria que no permite una decorosa subsistencia; que supera escasamente el mínimo interprofesional. Luego está quien trabaja de tapadillo, esto es, jornada completa y más, sin contrato, y un salario que bien mereciera el vocablo gratificación, si encima tuviera que agradecerse el prestar servicios a un empleador sin percibir a cambio ningún derecho laboral —protección sanitaria, incluida—, y apenas alcanzar lo suficiente para disponer de ropa, vivienda y alimento. Mano de obra esclava, siquiera eso: al esclavo debía proporcionársele vestido, techo y comida. De lo contrario, ¿cómo se sometería a la explotación de su amo? ¿Malnutrido, enfermo y exhausto?… Cuestión de pragmatismo. Por último, queda el trabajador contratado y con nómina que realmente percibe la mitad del salario mínimo, obligándosele a firmar como si recibiera la integridad. Y si no, a la calle. Cabrones brotan en todas partes. Como los hijos de la gran puta que te calculan el estipendio en una estimación de tus necesidades básicas, partiendo de factores personales (pareja, matrimonio, hijos, vivienda, hipoteca…), y no de tu valor productivo, de tus méritos profesionales.
 
Raza especial, los autónomos; trabajadores por cuenta propia, quienes, siendo el mercado netamente circular, acaban padeciendo como cualquier otro. Y, por supuesto, destacable el empresario honrado. Aquél que sobrelleva el chaparrón con similar agonía, el cual aspira a ganar dos en vez de ocho, procurando sostener la plantilla en lo posible, dadas las circunstancias. Esta particular casta patronal no la conforman, claro, los dueños de, por ejemplo, grandes cadenas de comida o de supermercados, que multiplican sus ingresos a costa de empleados a jornadas de doce horas y ochocientos euros al mes.
 
Sin embargo, oiga, nos han convencido. Todo va fenomenal. Hemos parado la marcha atrás —supongo que hasta en el Infierno existe un fondo— y comienza el avance. Siga alimentándose del aire, remendando los ropajes y destinando sus pocas ganancias a pagar desmesurados impuestos, como buen ciudadano, para sustentar una Administración triplicada, decimonónica y obstaculizadora, y un exceso de masa política con estipendios duplicados; y a consumir —no lo olvide— para que el círculo económico siga rotando con normalidad. Total, mientras España sea el primer destino turístico y conquiste el Mundial de Fútbol este verano, no hay problema. Mientras que las empresas que huyeron en demanda de un ahorro en los costes de los recursos humanos esenciales retornen, atraídas por el logro de su reclamación, la crisis se desvanece.
 
Y lo que más hincha las narices (o las pelotas, a elegir) es que cada uno de los derechos laborales alcanzados se han perdido. Deberán recuperarse. Y, recuperados, cuando el sistema plutocrático sienta la amenaza de la merma de sus pingües beneficios, volverá a mandarlo todo al carajo. Y nosotros de nuevo iremos detrás.

lucenadigital.com, 2 de junio de 2014

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