sábado, 7 de febrero de 2015

Desmantelando el Estado Social

Se lo han montado bien. Los canallas. Tenían el objetivo fijado, la victoria, garantizada. No sabríamos numerar la cantidad de sacrificios, de presos y muertos, de sangre, sudor y lágrimas, pero el Estado Social, ese buque insignia de la flota europea, de recio mástil y ondeante bandera, orgullo de este viejo y putrefacto continente, y envidia de las tierras extranjeras bañadas por mares y océanos. Esa Tizona de injusticias, desequilibrios, fragilidades, géneros, desventajas, entorpecimientos, límites y fracasos que tanto trabajo nos constó depositar en las entrañas del antiguo, conservador y gruñón Estado de Derecho. Esa receta de prosperidad que conseguimos dispensar junto con el Estado Democrático. Ese sueño de nuestros antepasados que se asemejaba a una fútil banalidad de inconscientes dementes, devotos de una esperanza con la cual dotaban a una vida desmembrada y agónica, labrando una supervivencia compuesta y tolerable. Ese logro histórico se está desguazando, desvaneciéndose con la infecta cobardía de los políticos y la deleznable ruindad de sus titiriteros.
 
En España —algún nombre había que darle a esta tierra decepcionante—, el Estado Social y Democrático de Derecho, según significante constitucional (véase, por curiosidad, el artículo 1 de la Suprema Norma sobre la que escupen constantemente con soez regodeo), quedará como una entelequia de naturaleza legible. Un recuerdo destinado al estudio por las generaciones venideras. Una leyenda para ser narrada por los abuelos, afables trovadores de la nostalgia venerable, al calor oscilante del hogar.
 
Y aquí sí que fue duro, oiga, con el figura bajo palio y demás. Sin embargo, lo vemos desaparecer, poco a poco, emponzoñado con la cadencia imperceptible de un veneno sigiloso. Lo vemos languidecer, devorado por un remedio lastimoso que lo aniquila antes que lo sana.
 
Por definición principal, entre otras, procurar a sus ciudadanos aquello que no pueden procurarse por sí mismos, o es consecuente que se procure en igualdad de condiciones. Educación, Cultura, Sanidad, Protección Laboral y Justicia. Algunos de los pilares básicos del Estado Social se desmoronan, en cuanto su esencia social, argamasa de su consistencia. Se llevarán, en su caída, ineluctablemente, el altar que sustentan.
 
Los recortes en Educación provocan escasez de recursos e instalaciones, dificultan la labor docente, abonan los núcleos marginales, fomentan la enseñanza en centros privados, transformando el derecho a la educación en un lujo al alcance de quienes puedan permitírselo.
 
El ahogamiento en Cultura, con la repercusión de la presión fiscal y el abandono de inversiones sustentables, hará renacer las obras privadas, dueñas de postores que vestirán sus posesiones con un arte mercenario sólo para sus ojos; ingreso pagado por un círculo cerrado.
 
Nuestros tributos no son suficientes para sufragar los gastos de gestión en la Sanidad Pública —han de cubrir lo que otros se han echado al bolsillo con su depravado latrocinio—, secuenciándose con reducción de coberturas sanitarias y personal, hasta que cada uno tenga que afrontar la enfermedad en función de su posición económica.
 
Cuando un empresario —grande o pequeño— desarrolla su negocio con prosperidad, en parte, es gracias a unos trabajadores, quienes, a su cargo, lo complementan. La dependencia es recíproca: los empleados dependen del trabajo traído por el empleador y éste de que aquéllos lo ejecuten diligentemente. Pues resulta que el Estado ya no puede garantizar tanta protección para los empleados. Su tranquilidad, seguridad y felicidad no repercute, parece ser, en su rendimiento; es mejor para la productividad su contracción a la categoría de esclavos.
 
La Justicia, por último, en su aspecto social, permitía generalizar el acceso, civilizando a la nación; ahora, con las tasas, o no cuadra el presupuesto personal para acudir a ella o no compensa pedirla. Desean acabar con el colapso judicial tornado impositivo dicho acceso, en lugar de dotarla de más elementos materiales y humanos.
 
La excusa es la crisis, ruina de la hacienda pública. Un mojón —en la acepción cuarta del primer lema, tomando como referencia el Diccionario de la Real Academia—. Cuando hay dinero público para rescatar bancos, responsables en considerable medida de la coyuntura actual; sin intención de reponerlo. Qué podemos esperar de un país donde el número de políticos es superior al de médicos, bomberos y policías juntos.
 
A estas alturas, no debería ser suficiente el conformismo, ni un liviano histrionismo cuatrienal de cinco segundos. Corresponde recurrir a los medios sociales —que también sean democráticos dependerá de las ganas de juerga del coterráneo, y de su afición a hacer amigos en las duchas de una trena— y demostrarle a esa ralea política que la soberanía, todavía hoy, reside en el pueblo. Que no desmantelarán la estructura del Estado por el cual tanto dieron otros contando con nuestra pasividad, con nuestra indiferencia, con nuestro denigrante letargo. Ni a nuestra costa.

lucenadigital.com, 1 de julio de 2013

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