Se lo han montado bien. Los canallas. Tenían
el objetivo fijado, la victoria, garantizada. No sabríamos numerar la cantidad
de sacrificios, de presos y muertos, de sangre, sudor y lágrimas, pero el
Estado Social, ese buque insignia de la flota europea, de recio mástil y
ondeante bandera, orgullo de este viejo y putrefacto continente, y envidia de
las tierras extranjeras bañadas por mares y océanos. Esa Tizona de injusticias,
desequilibrios, fragilidades, géneros, desventajas, entorpecimientos, límites y
fracasos que tanto trabajo nos constó depositar en las entrañas del antiguo,
conservador y gruñón Estado de Derecho. Esa receta de prosperidad que
conseguimos dispensar junto con el Estado Democrático. Ese sueño de nuestros antepasados
que se asemejaba a una fútil banalidad de inconscientes dementes, devotos de
una esperanza con la cual dotaban a una vida desmembrada y agónica, labrando
una supervivencia compuesta y tolerable. Ese logro histórico se está desguazando,
desvaneciéndose con la infecta cobardía de los políticos y la deleznable
ruindad de sus titiriteros.
En
España —algún nombre había que darle a esta tierra decepcionante—, el Estado
Social y Democrático de Derecho, según significante constitucional (véase, por
curiosidad, el artículo 1 de la Suprema Norma sobre la que escupen
constantemente con soez regodeo), quedará como una entelequia de naturaleza
legible. Un recuerdo destinado al estudio por las generaciones venideras. Una
leyenda para ser narrada por los abuelos, afables trovadores de la nostalgia
venerable, al calor oscilante del hogar.
Y
aquí sí que fue duro, oiga, con el figura bajo palio y demás. Sin embargo, lo
vemos desaparecer, poco a poco, emponzoñado con la cadencia imperceptible de un
veneno sigiloso. Lo vemos languidecer, devorado por un remedio lastimoso que lo
aniquila antes que lo sana.
Por
definición principal, entre otras, procurar a sus ciudadanos aquello que no
pueden procurarse por sí mismos, o es consecuente que se procure en igualdad de
condiciones. Educación, Cultura, Sanidad, Protección Laboral y Justicia.
Algunos de los pilares básicos del Estado Social se desmoronan, en cuanto su
esencia social, argamasa de su consistencia. Se llevarán, en su caída,
ineluctablemente, el altar que sustentan.
Los
recortes en Educación provocan escasez de recursos e instalaciones, dificultan
la labor docente, abonan los núcleos marginales, fomentan la enseñanza en
centros privados, transformando el derecho a la educación en un lujo al alcance
de quienes puedan permitírselo.
El
ahogamiento en Cultura, con la repercusión de la presión fiscal y el abandono
de inversiones sustentables, hará renacer las obras privadas, dueñas de
postores que vestirán sus posesiones con un arte mercenario sólo para sus ojos;
ingreso pagado por un círculo cerrado.
Nuestros
tributos no son suficientes para sufragar los gastos de gestión en la Sanidad
Pública —han de cubrir lo que otros se han echado al bolsillo con su depravado
latrocinio—, secuenciándose con reducción de coberturas sanitarias y personal,
hasta que cada uno tenga que afrontar la enfermedad en función de su posición económica.
Cuando
un empresario —grande o pequeño— desarrolla su negocio con prosperidad, en
parte, es gracias a unos trabajadores, quienes, a su cargo, lo complementan. La
dependencia es recíproca: los empleados dependen del trabajo traído por el
empleador y éste de que aquéllos lo ejecuten diligentemente. Pues resulta que
el Estado ya no puede garantizar tanta protección para los empleados. Su tranquilidad,
seguridad y felicidad no repercute, parece ser, en su rendimiento; es mejor
para la productividad su contracción a la categoría de esclavos.
La
Justicia, por último, en su aspecto social, permitía generalizar el acceso,
civilizando a la nación; ahora, con las tasas, o no cuadra el presupuesto
personal para acudir a ella o no compensa pedirla. Desean acabar con el colapso
judicial tornado impositivo dicho acceso, en lugar de dotarla de más elementos
materiales y humanos.
La
excusa es la crisis, ruina de la hacienda pública. Un mojón —en la acepción
cuarta del primer lema, tomando como referencia el Diccionario de la Real
Academia—. Cuando hay dinero público para rescatar bancos, responsables en
considerable medida de la coyuntura actual; sin intención de reponerlo. Qué
podemos esperar de un país donde el número de políticos es superior al de
médicos, bomberos y policías juntos.
A
estas alturas, no debería ser suficiente el conformismo, ni un liviano
histrionismo cuatrienal de cinco segundos. Corresponde recurrir a los medios
sociales —que también sean democráticos dependerá de las ganas de juerga del
coterráneo, y de su afición a hacer amigos en las duchas de una trena— y
demostrarle a esa ralea política que la soberanía, todavía hoy, reside en el
pueblo. Que no desmantelarán la estructura del Estado por el cual tanto dieron
otros contando con nuestra pasividad, con nuestra indiferencia, con nuestro
denigrante letargo. Ni a nuestra costa.
lucenadigital.com, 1 de julio de 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario