Hace
unos meses escribía por aquí un artículo sobre las excelencias del cine
asiático, con especial consideración hacia el surcoreano. Alababa la maestría
en la dirección, el gusto por los detalles, la profesionalidad de los actores,
la cuidada banda sonora y la visceralidad de sus historias, las cuales eran
duras, como la propia vida. Aprovechaba, además, para criticar el maltrato que
recibían estas producciones en España —aunque se podía extrapolar al resto del
continente—, donde debíamos esperar a su triunfo en festivales como Sitges o
San Sebastián para conseguir una distribución decente. Producciones que, salvo
para quienes éramos cinéfilos, pasaban desapercibidas al público general,
deslumbrado por la omnipotencia —prepotencia, en ocasiones— de la superpoderosa
industria hollywoodiense, reflectante de las estrellas más brillantes del
panorama filmográfico universal.
Y quizá sea cierto. Se han
convertido en los principales expertos en la materia, la calidad de muchos de
sus productos no puede ponerse en tela de juicio, apostando, en un alto
porcentaje de ellos, por el puro entretenimiento, sin más pretensiones. Una
apuesta, por ahora, altamente beneficiosa. Lo que ocurre es que, a veces, nos
saciamos con lo simple, lo seguro, y no reservamos hueco para aportaciones que,
dosificadas en pequeñas porciones, otorgan infinito placer. Cual amantes de la
gula, devoramos con incontenible ansia animal varios platos de comida
grasienta, desechando, colmados de tan dudosa digestibilidad, el instante
culinario de mayor deleite nutricional: el postre.
Discutía estos temas con mi hermano,
la particularidad del caso surcoreano como protagonista, a raíz de las
exportaciones próximamente esperadas. Concluimos, con acertado criterio, creo,
que la excelsitud de sus distintos niveles de enseñanza debía abarcar gran
parte de la causa.
ABC publicó en diciembre un
artículo al respecto muy revelador. El último Informe PISA (Programa para la
Evaluación Internacional de los Alumnos) situaba a Corea del Sur en el primer
puesto mundial, durante largo tiempo ocupado por Finlandia. Conocido como milagro
educativo, en sesenta años ha pasado de ser el país con mayor índice de
analfabetismo a uno de los preferentes en la OCDE. La tierra de campesinos
analfabetos, surgida tras su liberación de Japón, se ha reconstruido social y
económicamente gracias a la educación.
La asociación española de cultura
surcoreana Han-Association, coincidiendo con la presentación del mencionado
Informe PISA, declaró: «El principio fundamental de todo el sistema educativo
coreano es fomentar la formación como medio para el crecimiento económico del
país. El sentimiento patriótico es muy profundo y la voluntad de los
estudiantes de contribuir al desarrollo de su país está muy extendida». Y no es
mala base esta concienciación juvenil. Jornadas de diez a doce horas, entre
clases y estudios, les concede dieciséis horas semanales más que la media de la
OCDE; un 98% culmina la educación secundaria y un 60% consigue titulación
universitaria.
Pero el éxito no es trabajo de uno
solo, sino de una colectividad. Así, la gran mayoría de las familias invierte
una media de cuatrocientos euros al mes en academias complementarias privadas,
y realizan frecuentes donativos a los centros públicos, ayudando a mejorar las
instalaciones o el equipo docente. También el Gobierno, con una inversión del
7% de su PIB en educación, reservando partidas para becas destinadas a estudiar
en el extranjero, es consciente del camino construido. Por último, el
profesorado, cuyo colectivo es uno de los mejor pagados y valorados del país,
profundamente respetado —por vocación eligieron transmitir sus conocimientos,
no ser funcionarios públicos—, es exigente y se le exige, sujeto a continuas
evaluaciones donde participan estudiantes y padres. «Se considera la educación
como la mejor inversión —añadió la citada asociación—, pues los coreanos no
estudian para ser empleados de una gran empresa, sino que estudian y trabajan
para fundar sus propias grandes empresas que puedan expandirse (y con ellas la
cultura coreana) a todo el mundo».
Cualquier extremo arrastra sus
consecuencias negativas. Presión, competitividad y resultados acordes a la
financiación hacen que Corea del Sur lidere la tasa de suicidios entre los
menores de veinticuatro años. Medidas paliativas adoptadas por las autoridades
del Estado han procurado contener el estrés y la explosión psicológica, no el
modelo básico: valoración de las cualidades personales del alumno, instalación
de teléfonos de emergencia en los puentes, creación de centros de prevención,
contención del gasto familiar en educación extraescolar.
Ni tanto ni tan poco, digo yo. Un término medio nos
vendría bien, en este país nuestro, cainita y garrulo, propenso a la incultura,
la envidia, la estupidez, la delación, la picaresca, la mezquindad, el egoísmo,
la corrupción, el nepotismo, el compadreo, la dejadez, la cobardía, el asueto,
el deshonor, la grosería y la confianza. Quién sabe, hasta podríamos escribir
cine español con presumidas y eufóricas mayúsculas.
surdecordoba.com, 1 de julio de 2013.
No hay comentarios:
Publicar un comentario