sábado, 7 de febrero de 2015

Caza al presunto

La Caza fue una de las mejores producciones europeas del pasado año, y una revelación del cine danés, con reconocimiento de crítica y público y concesión de premios internacionales, destacando la labor interpretativa de su protagonista, Mads Mikkelsen. También sobresale la presentación de un guión profundo y completo, dentro de su simpleza.
 
Cuenta la historia de un profesor venido a menos de un pequeño pueblo, que se ve obligado a trabajar en un colegio infantil. Hombre sencillo, amable, bondadoso, con cierto aire simplón, sufre un revés en su vida cuando una despechada niña del centro, falsa e inconscientemente, lanza un comentario, involucrándolo en un turbio acto sexual con ella. ¿Fruto de la imaginación? Imposible. ¿Cómo va una niña pequeña a describir tan sucia escena con tal detalle?
 
Entonces, en un lugar donde la caza del ciervo distingue a los adultos de los infantes, comienza la caza del hombre. Salvo su hijo y un amigo, todos aquellos que lo conocían desde hacía años, que compartían con él aficiones y vida, se muestran reacios a su compañía. Despedido, desprestigiado y repudiado, es acosado por sus vecinos, quienes lo presionan y agreden hasta hundirlo en la desesperación. Y todavía no ha intervenido la Justicia. Todo es el resultado del estado generado por la opinión pública, por las conclusiones tomadas sin investigar los hechos, ni probarlos, ni tener en cuenta la biografía y  personalidad.
 
La presunción de culpabilidad impera en la condición humana. Se es culpable mientras uno mismo no demuestre lo contrario. La presunción de inocencia, fuera del ámbito estrictamente judicial, se reduce a una mera aspiración de principios, a una declaración impresa que acompaña al papel de las constituciones.
 
La reacción es instintiva, animal, pero las consecuencias son atroces. La existencia adquiere tintes de calvario. El implicado padece la agonía de un procedimiento precedido por el fallo popular. La sentencia está dictada antes de que el Juzgador coja el expediente. Esto provoca una indefensión social que lleva a los ciudadanos a frustrar su confianza en la Justicia cuando se resuelve con desestimación o absolución. Y no es tanto incompetencia del sistema judicial y de los integrantes de los órganos jurisdiccionales como adelantamiento público a configurar su propio veredicto sin conocer en profundidad los hechos, ni acceder a las pruebas, y analizarlas y valorarlas, asumiendo las funciones de unos profesionales preparados para estas delicadas labores. O sea, que porque un medio de comunicación o el vecino del quinto digan que Fulanito presuntamente ha robado, no quiere decir que haya cometido la fechoría. Para eso se recurre a la palabra presunto, pese a considerarla, uno y otro, como un adorno calificador. Siquiera la imputación judicial —que no deja de ser un modo de facultar la defensa— basta.
 
Se podría apreciar como una de las causas de esta costumbre, la tendencia a asumir la primera idea u opinión que se cruza por delante, o la primera que encaja con una doctrina afín, desdeñando todas las demás. La incapacidad o la apatía para respetar cada una de esas premisas, razonarlas, descomponerlas y extraer un pensamiento o un dictamen propios, discerniendo con objetividad los, en ocasiones, sutiles matices que marcan las diferencias, sin plegarse a las modas, las corrientes o los partidismos. Que el blanco y el negro no son los únicos colores de un elemento. Que, con su amplia gama, se pueden detectar series de azul, verde, rojo o amarillo. Que, a veces, el gris, con mayor o menor tonalidad, es el adecuado.
 
Si bien es de recibo admitir que hay quien nos deja en bandeja la presunción de culpabilidad.
 
Los numerosos escándalos de corrupción conocidos durante los últimos años, con cohechos, malversaciones, alzamientos, fraudes, han situado a España —sea por el alto índice de comisión de estos delitos, sea por el alto índice de descubrimiento de los mismos— entre los países de la más dudosa consistencia democrática, en cuanto a nivel de confianza se refiere.
 
Gürtel, Nóos, ERE, Bárcenas, UGT-A… Comportamientos que, parece ser, no dañan la imagen de eso que han dado en llamar Marca España y sí, mire usted por dónde, los movimientos ciudadanos partidos del 15-M y, a raíz de ellos, los surgidos en defensa de la Sanidad, la Educación o la Justicia, o en protesta contra los préstamos con garantía hipotecaria o las preferentes.
 
Haciendo cuentas, el dinero público regalado a los bancos y el recogido para fines particulares suman un interesante montante que nos habría venido fenomenal para afrontar la crisis y ayudar a los más vapuleados por ella, quienes venimos a ser prácticamente todos.
 
No, no nos lo ponen fácil nuestros coterráneos. Aun así, la presunción de inocencia debe prevalecer. Quizá sea lo poco que de civilizado nos queda.

lucenadigital.com, 1 de octubre de 2013

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