Jamás
pensé que tendría que llegar al extremo de teclear estas líneas. Me siento
consternado, sobrecogido, decepcionado, como el infante que se hunde al
descubrir el incumplimiento de aquella promesa paterna de disfrutar de un soleado
sábado en el parque. Y es que la Real Academia Española se doblega ante la
vulgaridad y la chabacanería, ante el apocamiento y la flaqueza, ante la
comodidad y la desmaña, ante la ignorancia y la ineptitud; se inclina e hinca
la rodilla, se postra ante las corrientes de masas borreguiles, enfermas de
cretinismo, abonadas a lo políticamente correcto y a la holgazanería del
facilismo, aplaudidoras del menudeo de la picaresca y del merodeo de la
galbana; haraganes insensatos, sin conciencia ni cultura.
Aceptar como uso habitual la forma «iros»
como imperativo del verbo «ir», conformando una nefasta bicefalia en la
conjugación que aniquiló el formidable absolutismo del término «idos», fue la
gota que colmó el vaso. Ya había guiñado un par de veces el ojo, a modo de
gesto solidario, cuando eliminó la tilde de «guión» (que sigo y seguiré
empleando) y la despachó muy chapuceramente de los pronombres demostrativos «éste»,
«ése» y «aquél», con sus femeninos y plurales, y del adverbio «sólo», arguyendo,
cual impostor fraude de ley, que no debían llevar tilde según las reglas
generales de acentuación, bien por tratarse de palabras bisílabas llanas
terminadas en vocal o en «-s», bien, en el caso de «aquél», por ser aguda y
acabar en consonante distinta de «n» o «s». En respuesta a una consulta, la RAE
adujo, además, que «ese empleo tradicional de la tilde en el adverbio “solo” y
los pronombres demostrativos no cumple el requisito fundamental que justifica
el uso de la tilde diacrítica, que es el de oponer palabras tónicas o
acentuadas a palabras átonas o inacentuadas formalmente idénticas, ya que tanto
“solo” como los demostrativos son siempre palabras tónicas en cualquiera de sus
funciones […]. Las posibles ambigüedades pueden resolverse casi siempre por el
propio contexto comunicativo […]. Los casos […] raros y rebuscados […] siempre
pueden evitarse por otros medios…». Y sanseacabó… o san se acabó.
Tal vez todo sea una sabia
estrategia de la RAE, un sagaz justo medio que acalle las constantes
injerencias públicas de aquellos populismos estúpidos que no se cansan de
clamar por la desaparición de acepciones en algunos lemas del Diccionario, como
«gitano», «judiada» o «madre»; mientras no paran de incorporar extranjerismos
perfectamente sustituibles por vocablos españoles, denotando un ignominioso
desconocimiento del idioma. El caso es que, en el asunto del «iros», se achacó
la propuesta a un sector de los novelistas de la institución, quienes, sugiero,
tantearían abreviar su propio trabajo o incrementar las ventas, atrayendo a
aquel lector que les ofreciera el halago fácil por ser hablante poco
escrupuloso o por tener dificultades para respetar las reglas ortográficas…
Puestos a ello, y en aras de la creciente decapitación del masculino neutro, deseo
aportar mi granito de arena, e imploro se prescinda, al fin, de la coma para el
vocativo, se reconozca el verbo «preveer» (con su consecuente conjugación) y se
generalice la escritura «jajaja» (el número de «ja», a discreción), descartando
las comas y los espacios preceptivos.
La lengua está viva, lo sé, y se
adapta a las necesidades de sus hablantes. La misión fundamental de la RAE es
velar porque los cambios que aquella experimente no fracturen la unidad
esencial en el amplio ámbito hispánico. La función de la RAE es notarial, no
gubernamental. Recoge lo consolidado en el hablante, aquello que la práctica ha
normalizado. Pero ésta es una misión de presente, y la RAE no puede olvidar el
pasado y el futuro, aquello que había logrado hasta ahora apenas sin
proponérselo: garantizar que el español continúe siendo una lengua inteligible
para hablantes y lectores presentes, respecto de los del pasado, y para los
futuros, respecto de los del presente y del pasado. Debe asegurarse de que, así
como hoy podemos leer y entender las obras de Cervantes, Bécquer o Galdós, los
discursos de Ortega y Gasset o Azaña, los hispanohablantes del futuro también
puedan hacerlo, simultáneamente con las novelas de Vargas Llosa o de Mendoza.
Como se guía con una vara el árbol que se tuerce, la
lengua precisa de sus reglas y mecanismos de corrección serios. La dinámica en
la que ha entrado el sistema educativo (igualar por abajo), el orgullo hacia el
analfabetismo y la incultura, el osado descontrol de la ignorancia, la
irresponsabilidad y la frivolidad, la preocupante indiferencia, la victoria de
la vagancia y del temor al qué dirán han de ser posturas intolerables para la
RAE. García Márquez rogó: «Simplifiquemos la gramática […]. Jubilemos la
ortografía». Tildemos, con mis respetos hacia el fallecido Nobel, tales ideas de
desaconsejables, pues sólo acarrearían un caos y una anarquía lingüísticas de
resultados catastróficos.
Lucenadigital.com, 02 de enero de 2018
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