sábado, 11 de abril de 2015

La imagen

La imagen siempre ha sido un elemento primordial en todas las facetas de la vida humana. Esa primera impresión, al conocer a alguien. El aspecto, al presentarnos en el trabajo. La figura cincelada, sea a base de golpes de efecto, de reveses, sea con la perseverancia de quien considera la apariencia un factor más de su persona o un punto favorable hacia su objetivo. Las poses de conquista, vinculadas al sexo. El reflejo externo capaz de impeler cualquier sentido ajeno… Aquello que nos define extrínsecamente. O permite a otros redactar nuestra somera acepción.
 
La fama o el descrédito, el prestigio o la descalificación, el éxito o el fracaso, la reputación, en definitiva, dependen, en mayor o menor medida, de la imagen. De esa fachada donde exponemos al mundo nuestro anverso, ocultando un reverso, en ocasiones, más diestro que siniestro.
 
Pues resulta que la banda de personajes, caros modelos de ejemplaridad, conocida en ciertos ámbitos como políticos, asegura que tanta manifestación que acaba a mamporros, tanto acoso a las puertas del Congreso, tanta presión violenta y tanta golfería macarra perjudican la imagen de España. También los paros, las reivindicaciones o los sabotajes dañan la imagen del país hacia el exterior.
 
Y bueno, ese hatajo de incompetentes tiene razón. Digo que queda feo mostrar en público la desesperación y la impotencia en forma de gritos, pancartas, pitidos o caceroladas, escapándose, de vez en cuando —no todos los planes salen según lo previsto—, algún palo, desplante, plante, caricia poco insinuante y carga policial. Ya ni le cuento esta grotesca moda de clamar contra los desahucios o de hacer colas en los bancos de alimentos o en las oficinas de empleo. Esta última, de paso, a la par que grotesca, infructuosa: organismo estadístico por excelencia, sólo consigue archivar nuevas fichas.
 
Hay que reconocer que tal espectáculo queda antiestético frente a las cámaras. Desprende un repugnante tufo pechero, tamaño populacho con cara adusta como portada de los periódicos o cabecera de los informativos. Trayendo la consecuente caída en desgracia nacional, y el resultado de dejar de ser el destino preferente de ricachones ingleses y alemanes —los antiguos soviéticos están hechos al corte—, de magnates de la inversión lúdica, de usureros con capa de gentiles o de emprendedores chinos… Aunque a éstos tampoco les importaría demasiado.
 
Entenderá la falta de arrestos para plantarse en un país con un grado de descontrol y anarquía jamás desplegado en su historia. Mezclarse con un pueblo célebre por ser tradicionalmente sociable, culto y dócil era una excelente propuesta veraniega; hasta que le dio por rebelarse, claro.
 
Lo curioso del tirón de orejas oficial, aspirando a la salvaguarda de la imagen patria, es la exclusión de la corrupción política, la especulación urbanística, el saqueo del dinero público, la acumulación de cargos y sueldos en una misma persona, el resello por mano untada, el transfuguismo por ansia de poder, la colocación de ex altos cargos gubernamentales en puestos relevantes de un trust, la carencia del graduado escolar para ocupar plaza ministerial, el despilfarro demagógico, el incremento de los impuestos, la pérdida de los ahorros, la destrucción de la clase media, el desmantelamiento del estado social, la estafa previa a la declaración concursal, el fraude fiscal de las grandes fortunas, la preservación de privilegiados salarios para los miembros del Ejecutivo y Legislativo, las expectativas yuguladas, la emigración juvenil, el endeudamiento nacional para rescatar a la banca privada de una pésima gestión mientras se deniegan subsidios para educación, formación, investigación e innovación o asistencias para familias necesitadas…
 
Se les debió de pasar, supongo. Son cosas que ocurren con frecuencia. Nadie es perfecto. Porque es imposible no considerar atentatorio contra la imagen de España semejante listado, y quedarse tan fresco.
 
Cabe la posibilidad, sí —y esto es mera suposición, no se me vaya a interpretar mal—, de que consideren a cualquiera extraño a su comunidad como un gilipollas. El epíteto viene a ser algo procaz, lo cual no desdeña su certidumbre.
 
La sorpresa llega cuando la ONG Transparencia Internacional publica el Índice de Percepción de la Corrupción 2012 —un catálogo de ciento setenta y seis países según su nivel de corrupción, en función de la percepción que tienen a este respecto los ciudadanos de los mismos y diversos especialistas y colectivos consultados por diferentes organismos internacionales—, y España se sitúa en el puesto treinta. Empatando con Botsuana.
 
El Índice se basa en hechos denunciados, España no ocupa el puesto ochenta —China—, ni el ciento cincuenta —Eritrea—; pero tampoco comparte podio con Dinamarca —puesto uno— ni Alemania —trece—. La relación ofrecerá innumerables dudas sobre su fiabilidad, pese a ello, ¿nada de esto daña la imagen de España? ¿Acaso sólo las manifestaciones populares o las alteraciones cívicas?

lucenadigital.com, 2 de enero de 2013

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