jueves, 23 de octubre de 2014

Batalla perdida

Se cumple un año de la reacción social conocida como «15-M», y es un buen momento para hacer balance. Asumo que cada cual tendrá su opinión, su propio balance, pero aquí el firmante dejará el suyo, como es natural, desde la parcialidad que caracteriza todo proceso subjetivo de reflexión.
 
La intención de base fue decente, noble: reclamar un sistema político, económico y social más honesto y equilibrado, más justo y decoroso. Si no estoy confundido. Lo que me extraña es que no se produjera antes, cuando el dinero fluía sin restricciones, malgastándose en proyectos tan faraónicos como inútiles, tan incongruentes como ineficientes, desviándose en el camino por los bolsillos de los sinvergüenzas de turno —eterna figura del universo pecuniario—, en vez de invertirlo en mejorar la educación, la estructura económica, la investigación, la innovación, las fuentes de riqueza. El progreso, el futuro, en definitiva, pensando en el pasado mañana, y no en el hoy. Al afectar al bolsillo particular, la indignación se vuelve de una vehemencia incontrolable, adquiriendo visos de justificación hacia la reivindicación cívica. Me temo. Aunque éste es otro asunto.
 
Ahora, precisamente, alcanzar los objetivos es una gesta difícil. Sumidos en la crisis, tocados y hundidos, o a punto de estarlo, el margen de actuación se restringe y se aparta la atención de otras cuestiones, priorizando los aspectos económicos frente a una relegación paulatina de aquellos vinculados a la raíz del problema en un acallamiento progresivo hasta difuminarlo en la oscuridad del tiempo. Pudiera pensarse que se ha perdido la guerra, o tan solo una batalla dentro de un conflicto mayor.
 
Y es que la demanda del «Movimiento» partía de una premisa defectuosa: confiar en la bondad y en la buena voluntad de nuestros políticos, procurando despertar sus conciencias. Esperaban, inocentes, que, al ser testigos de tal protesta popular, comprenderían la necesidad del cambio. Ilusos, infelices ciudadanos. Nuestra clase política se ha acomodado a una situación provechosa, convirtiendo en lucrativa profesión lo que debería ser modesto servicio público. Han ignorado —quizá a propósito— que el sistema de gobierno —no la forma política— ha de evolucionar a la par que lo hace la misma sociedad que por él se rige. Se han quedado estancados en un modelo interesado y, por ende, obsoleto. Se han olvidado de que los parámetros sociales de hace cuarenta, cincuenta o cien años no son válidos en la actualidad, como los actuales no lo serán dentro de otros tantos, porque la sociedad no es ni será la misma.
 
Desde mi humilde punto de vista, que el «Movimiento 15-M» carezca de líderes me parece un error. Ya sé que uno de sus «requisitos fundacionales» —permítaseme la expresión— es ése: las asambleas, los debates, las votaciones… Pero me parece, insisto, un error. Algunos integrantes de la plataforma «¡Democracia Real YA!», según noticias, han decidido constituir una asociación. ¿Vale como primer paso? Quién sabe. Disponemos de unas sólidas y válidas fórmulas de reforma, tengámoslo presente. Así, para que el cambio sea una realidad, se hace inevitable introducirse en el sistema, siguiendo los mecanismos legítimos, y, desde dicha legitimidad, cambiar la legalidad vigente. Es decir, supone erigir un partido, una federación, una coalición o una agrupación, concurrir a unas elecciones, obtener la representación oportuna en las Cortes Generales y promover la reforma. Una vez logrado, es imprescindible, por higiene democrática, retirarse de la escena… Y entonces nos topamos con el problema, claro.
 
En quién recaería la delicada misión no ya de introducirse y reformar, sino de largarse al concluir. Dónde está ese grupo de personas, esos líderes, lo suficientemente honrados, investidos de una confianza intachable, en quienes depositar el cometido. Se antoja imposible encontrar a una persona íntegra, escrupulosamente leal a la causa, la cual no sucumbiera a la corrupción del poder. Entre tamaño rebaño de redomados truhanes y analfabetos pancistas, que integran nuestra casta de políticos, los antecedentes nos colman la amargura y el espejo ejemplarizante se resquebraja con el reflejo de la rufianesca golfería. Es a lo que estamos hechos, nuestra costumbre arraigada a lo largo de varias generaciones, contando únicamente nuestra historia más reciente.
 
No me corresponde a mí, porque ya perdí la fe hace años, pero imagino que todavía habrá incansables soldados dispuestos a sacrificarse en la búsqueda de la estrategia conveniente para alcanzar al fin los referidos objetivos, confiados en que contamos con margen y tiempo de reparación, en que hacer el bien, lo correcto, es la natural y preeminente inclinación del hombre, en que un mundo mejor es posible… En que siempre hay un justo en Sodoma.
 
lucenadigital.com, 1 de mayo de 2012.

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