Se
cumple un año de la reacción social conocida como «15-M», y es un buen momento
para hacer balance. Asumo que cada cual tendrá su opinión, su propio balance,
pero aquí el firmante dejará el suyo, como es natural, desde la parcialidad que
caracteriza todo proceso subjetivo de reflexión.
La intención de base fue decente,
noble: reclamar un sistema político, económico y social más honesto y
equilibrado, más justo y decoroso. Si no estoy confundido. Lo que me extraña es
que no se produjera antes, cuando el dinero fluía sin restricciones,
malgastándose en proyectos tan faraónicos como inútiles, tan incongruentes como
ineficientes, desviándose en el camino por los bolsillos de los sinvergüenzas
de turno —eterna figura del universo pecuniario—, en vez de invertirlo en
mejorar la educación, la estructura económica, la investigación, la innovación,
las fuentes de riqueza. El progreso, el futuro, en definitiva, pensando en el
pasado mañana, y no en el hoy. Al afectar al bolsillo particular, la
indignación se vuelve de una vehemencia incontrolable, adquiriendo visos de
justificación hacia la reivindicación cívica. Me temo. Aunque éste es otro asunto.
Ahora, precisamente, alcanzar los
objetivos es una gesta difícil. Sumidos en la crisis, tocados y hundidos, o a
punto de estarlo, el margen de actuación se restringe y se aparta la atención
de otras cuestiones, priorizando los aspectos económicos frente a una
relegación paulatina de aquellos vinculados a la raíz del problema en un
acallamiento progresivo hasta difuminarlo en la oscuridad del tiempo. Pudiera
pensarse que se ha perdido la guerra, o tan solo una batalla dentro de un
conflicto mayor.
Y es que la demanda del «Movimiento»
partía de una premisa defectuosa: confiar en la bondad y en la buena voluntad
de nuestros políticos, procurando despertar sus conciencias. Esperaban, inocentes,
que, al ser testigos de tal protesta popular, comprenderían la necesidad del
cambio. Ilusos, infelices ciudadanos. Nuestra clase política se ha acomodado a
una situación provechosa, convirtiendo en lucrativa profesión lo que debería
ser modesto servicio público. Han ignorado —quizá a propósito— que el sistema
de gobierno —no la forma política— ha de evolucionar a la par que lo hace la
misma sociedad que por él se rige. Se han quedado estancados en un modelo
interesado y, por ende, obsoleto. Se han olvidado de que los parámetros
sociales de hace cuarenta, cincuenta o cien años no son válidos en la
actualidad, como los actuales no lo serán dentro de otros tantos, porque la
sociedad no es ni será la misma.
Desde mi humilde punto de vista, que
el «Movimiento 15-M» carezca de líderes me parece un error. Ya sé que uno de
sus «requisitos fundacionales» —permítaseme la expresión— es ése: las
asambleas, los debates, las votaciones… Pero me parece, insisto, un error. Algunos
integrantes de la plataforma «¡Democracia Real YA!», según noticias, han
decidido constituir una asociación. ¿Vale como primer paso? Quién sabe. Disponemos
de unas sólidas y válidas fórmulas de reforma, tengámoslo presente. Así, para
que el cambio sea una realidad, se hace inevitable introducirse en el sistema,
siguiendo los mecanismos legítimos, y, desde dicha legitimidad, cambiar la
legalidad vigente. Es decir, supone erigir un partido, una federación, una
coalición o una agrupación, concurrir a unas elecciones, obtener la representación
oportuna en las Cortes Generales y promover la reforma. Una vez logrado, es
imprescindible, por higiene democrática, retirarse de la escena… Y entonces nos
topamos con el problema, claro.
En quién recaería la delicada misión
no ya de introducirse y reformar, sino de largarse al concluir. Dónde está ese
grupo de personas, esos líderes, lo suficientemente honrados, investidos de una
confianza intachable, en quienes depositar el cometido. Se antoja imposible
encontrar a una persona íntegra, escrupulosamente leal a la causa, la cual no sucumbiera
a la corrupción del poder. Entre tamaño rebaño de redomados truhanes y analfabetos
pancistas, que integran nuestra casta de políticos, los antecedentes nos colman
la amargura y el espejo ejemplarizante se resquebraja con el reflejo de la
rufianesca golfería. Es a lo que estamos hechos, nuestra costumbre arraigada a
lo largo de varias generaciones, contando únicamente nuestra historia más
reciente.
No me corresponde a mí, porque ya perdí la fe hace años,
pero imagino que todavía habrá incansables soldados dispuestos a sacrificarse
en la búsqueda de la estrategia conveniente para alcanzar al fin los referidos objetivos,
confiados en que contamos con margen y tiempo de reparación, en que hacer el
bien, lo correcto, es la natural y preeminente inclinación del hombre, en que
un mundo mejor es posible… En que siempre hay un justo en Sodoma.
lucenadigital.com, 1 de mayo de 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario