No
ignoro la evidente existencia del maltrato y la discriminación hacia la mujer.
Son dignos de condena y castigo. Desde mi perspectiva, la equiparación de la
mujer en conocimientos y aptitudes a los hombres da fe de su valía. Es decir,
ellas alcanzaron en cincuenta años lo que nosotros tardamos siglos. Y nos
superan. Sin embargo, todo esto no justifica determinadas políticas absurdas,
planteamientos demagógicos y juicios fanáticos lanzados por los mastuerzos que
los proponen y los ignaros que los secundan.
En este sandio carnaval, los ataques
a la lengua española son los más gratuitos. Una lengua forjada a lo largo de
centenares de años es continuamente vilipendiada, tachada como responsable de
la situación. Una lengua compartida por más de cuatrocientos millones de
personas —se aproxima a los quinientos—, empleada por maestros de la literatura
universal, mancillada sin el mínimo decoro, saltando por encima de reglas y
normas de fijación, desdeñando las orientaciones de la Real Academia.
El primer zarpazo lo hallamos en la
designación. «Violencia de género» es una expresión incorrecta, por el simple
hecho de que las personas —a ver si se van enterando de una vez— no tienen
género, sino sexo. Las cosas, las palabras, las situaciones o el conjunto de
seres sí tienen género, pero no las personas. La Real Academia, en respuesta a
una consulta gubernamental, sugirió el término «violencia doméstica»; aunque,
entiendo, serían admisibles otras como «violencia de sexo» o «violencia contra
la mujer». De nada sirvió el informe académico, ni en esta ocasión ni en
sucesivas, ni los emitidos previa solicitud ni los publicados por iniciativa
propia. Administraciones, políticos, sindicatos, organismos, asociaciones,
instituciones se empecinan en abusar de los sustantivos y adjetivos en
masculino y femenino y de los giros del lenguaje con el fin de evitar el
masculino neutro. O, estando a la última, colar el símbolo informático «arroba»
al menor despiste, clavándolo (el símbolo) a traición, sea para adornar el
texto, ahorrar palabras o eludir la barra oblicua seguida de la letra «a», tan
conservador y facha, tan disconforme con las nuevas maneras, inconscientes —o
no— de que tal actuación empobrece el idioma, debilita su expansión y en nada
ayuda a paliar la degradación de los derechos de la mujer.
El pasado mes de marzo la Real
Academia Española aprobó un informe del catedrático y académico Ignacio Bosque,
donde se analizaban las
directrices contenidas en nueve guías sobre lenguaje no sexista elaboradas por
comunidades autónomas, universidades y sindicatos. Con el título «Sexismo lingüístico y visibilidad
de la mujer», el informe reconoce que la discriminación de la mujer es un
problema presente en nuestra sociedad, siendo necesario erradicar, y que,
además, el propósito de las guías es muy loable, cargado de la mejor de las
intenciones, lo cual no ha de implicar «… forzar las estructuras lingüísticas
para que constituyan un espejo de la realidad, impulsar políticas normativas que separen el lenguaje oficial —el de las guías—
del real, ahondar en las etimologías para descartar el uso actual de expresiones ya
fosilizadas o pensar que las convenciones gramaticales nos impiden expresar en
libertad nuestros pensamientos o interpretar los de los demás». Inclusive, constantemente se
deduce de ellas «… una conclusión injustificada que muchos hispanohablantes […]
consideramos insostenible»: «… suponer que el léxico, la morfología y la
sintaxis de nuestra lengua han de hacer explícita sistemáticamente la relación
entre género y sexo, de forma que serán automáticamente sexistas las
manifestaciones verbales que no sigan tal directriz, ya que no garantizarían
“la visibilidad de la mujer”». Añade que dichas guías han sido redactadas sin
la participación de los lingüistas; de este modo, «… conculcan aspectos gramaticales o léxicos firmemente asentados en
nuestro sistema lingüístico, o bien anulan distinciones y matices que deberían
explicar en sus clases de Lengua los profesores de Enseñanza Media, lo que
introduce en cierta manera un conflicto de competencias». Por último,
sentencia: «… si se aplicaran las directrices propuestas en estas guías en sus
términos más estrictos, no se podría
hablar». Por descontado, ninguno de los autores de las guías tendrá en
cuenta el informe.
Andalucía, a la vanguardia de este
tipo de prácticas —su «Guía sobre comunicación socioambiental con perspectiva
de género» fue una de las analizadas—, plaga cuantos textos promulga de los más
imaginativos, aberrantes y descabellados retorcimientos gramaticales
acreditados hasta la fecha, para bochorno general.
Desgraciadamente,
la discriminación de la mujer es un mal exclusivo del ser humano, con
independencia de países y lenguas. Así que háganme el favor de atender a la
Real Academia y, de paso, métanse la arroba por donde mejor les quepa.
surdecordoba.com, 3 de mayo de 2012.
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