He
de reconocer públicamente mi ignorancia en torno a todo lo referente al mercado
laboral. Es un mundo que no comprendo demasiado bien. Quizá por ello resultan
infructuosos mis esfuerzos por encontrar un trabajo decente; por grande que sea
el empeño puesto, cualesquiera de las opciones se hacen inútiles.
Porque a ver si termino de
enterarme. España va estupendamente, más que bien, mire usted: España va de
puta madre. La crisis es historia; se crea empleo a velocidades de vértigo; la
prima de riesgo se divisa tan a lo lejos que ha pasado de prima hermana a prima
segunda por parte de padre adoptivo; el consumo aumenta; los turistas acuden como
moscas a la miel, atraídos por el sol, la paella, la tortilla de patatas, la
sangría y la fiesta diaria (la hora deviene indiferente), dispuestos a dejarse
con alegría los cuartos que sean necesarios con la condición de dedicar un
tiempo a desintoxicarse de sus sosos, grises y fríos países de origen, donde sólo
saben trabajar como esclavos y lo más próximo al concepto de diversión es
repetir la vuelta de la glorieta por no haber podido abandonarla a la primera
(¡ni siquiera te dejan emborracharte a las tres de la madrugada en mitad de la
calle, ni dormirla —la borrachera— en la calzada o la acera, ni bailotear al
aire libre los ritmos estridentes del pinchadiscos —entre sudores y luces estrambóticas—
en plan psicodélico hasta las seis de la mañana, ni disfrutar en la terraza de
un bar hasta las dos —es cierto que en su países no existe definición… para «terraza
de bar»… o «disfrute»—, ni entrar a un museo en chanclas y bermudas, pinreles y
pelotas ventilándose —vale, sus países son tan grises y fríos que, con esa
vestimenta, pinreles y pelotas se congelarían—, ni pegar petardazos en la vía
pública, ni correr junto a un toro —alancearlo o entorcharlo es de salvajes—,
ni liarte a tomatazos a discreción, ni dispararle vino al vecino, ni derrochar
agua a manguerazo limpio, ni andar desnudos por viales y callejuelas y
avenidas, ni alquilar pisos por días durante todo el año, perjudicando el
derecho de residencia del autóctono y del destinado por motivos laborales, ni se
celebran ferias por doquier!; ¡pandilla de siesos dirigentes de sus países que
no piensa más que en investigación, desarrollo e innovación, al creer que el
turismo es un sector transitorio, frágil, eventual, el cual fluctúa en función
del contexto geopolítico, social y económico!; ¡trabajar y trabajar!; ¡si hasta
aprueban revolucionarios planes de conciliación familiar!); los españoles
también pueden ahora (¡por fin!) tomarse unas vacaciones (o unos cuantos); los
bancos ganan burradas de beneficios (lo del rescate con dinero público es agua
pasada); asimismo, las principales empresas nacionales; ¡y un español lidera
por momentos las lista de los muchimillorarios del mundo!… Qué más se puede
pedir, joder. Somos la envidia de Europa, los números uno, ¡hemos regresado a
la Champions League de la economía mundial! (Las incidencias del
independentismo, ¡no exageremos, se reequilibran!). De nuevo se emprenden
construcciones, y se retoman las paralizadas. Y, ah, olvídese de una posible
segunda burbuja inmobiliaria. Hemos aprendido una barbaridad de la crisis
(historia ya, recuerde), y ahora no hay peligro de generarla, pues se conceden
menos hipotecas que viviendas se construyen, o se conceden en consonancia. Que
ése fue, ¿no lo sabía?, el problema por el cual nos fuimos al carajo hace una
década: se concedían más hipotecas que viviendas se construían, y de este modo,
normal; ¡que no alcanza, hombre! Deje la economía para los expertos y usted
dedíquese a ver el fútbol, que se le da mejor.
España va tan magníficamente bien
que no logro hallar la razón por la cual un puñado de seguratas del aeropuerto
de Barcelona (español, aún) decide organizar huelgas encubiertas, ahí,
montándoselo por su cuenta. Y, encima, en mitad del verano, fastidiando las
merecidas vacaciones de los españoles que ahora (¡por
fin!) pueden tomárselas (la crisis, historia ya) y de los turistas
extranjeros que vienen de sus sosos, grises y fríos países en busca de
diversión, luz y sol; o retornan a ellos, michelines llenos y bolsillos vacíos,
rosáceos cuales gambas, las baterías recargadas, dispuestos a entregar a sus
siesos dirigentes el trabajo que exigen. No sé, tal vez sea por el hecho de
ganar, prestando sus servicios en una de las cardinales ciudades europeas (aún),
menos de mil euros mensuales, no permitiéndoles tomarse esas merecidas y
viajeras vacaciones.
Tampoco la causa de las quejas de
los taxistas por un supuesto fraude con los VTC; de los profesionales
sanitarios, de prevención y seguridad, por la escasez de medios; de los agentes
forestales y medioambientales, con sus sueldos de novecientos euros (o menos)
congelados desde 2007, pese a riegos y desplazamientos…
Vaya, esto iba de ofertas de empleo y me he enrollado. Me
emplazo a una segunda parte, no es cuestión de desperdiciar palabras.
Lucenadigital.com, 02 de noviembre de 2017
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