Cómo será la cosa que hace unas semanas releía
uno o dos pares de artículos de don Mariano José de Larra y me decía que
habrase visto, textos de casi dos siglos nos retrataban como si hubiesen sido
escritos anteayer. Al poco, devoraba un simpático opúsculo editado por Rey
Lear, donde se compilaban un puñado de artículos de opinión socio-política
firmados por don Benito Pérez Galdós, apostillado con una selección de pasajes
de sus famosos Episodios Nacionales, dejándome la misma sensación. Además, me
alegraba comprobar que muchos de esos pasajes también los había destacado yo en
mi colección de la magna obra.
Mi
horaciana (shakesperiana) afición a la vagancia me vence y, en un desfachatado
ejercicio de copiado, en dos entregas, callo para dar la palabra a los
maestros… Hable don Mariano José, pues:
«Mil reales gasta al día, dos mil logra de renta; ni un solo libro tiene, ni
lo compra, ni lo quiere. Pues publica tú algún folleto, alguna comedia...
Prevalido de ser quien es, tendrá el descaro de enviarte un gran lacayo
aforrado en la magnífica librea, y te pedirá prestado para leerlo, a ti, autor
que de eso vives, un ejemplar que cuesta una peseta. Ni con eso se contenta:
daralo a leer a todos sus amigos y conocidos, y por aquel ejemplar leeralo toda
la corte, ni más ni menos que antes de descubrirse la imprenta, y gracias si no
te pide más para regalar».
«Un redactor o dos tengo buenos, que no es del caso nombrar a usted ahora;
pero los pago poco, y así no es extraño que no hagan todo lo que saben: a otro
le doy casa, otro me escribe por la comida…».
«Y ya ves tú que por eso […] ni nos falta salud ni buen humor, prueba
evidente de que entrambas cosas ninguna falta nos hacen [leer y escribir] para
ser felices».
«… verdad es que yo no tengo grandes riquezas, pero tengo tal cual letra; ya
he logrado “meter la cabeza” en
rentas por empeños de mi madre; un amigo nunca me ha de faltar, ni un empleíllo
de mala muerte; y para ser oficinista no es preciso ser ningún catedrático de
Alcalá ni de Salamanca».
«De estas poderosas razones trae su origen el no estudiar, del no estudiar
nace el no saber, y del no saber es secuela indispensable ese hastío y ese
tedio que a los libros tenemos, que tanto redunda en honra y provecho, y sobre
todo en descanso de la patria».
«Muéranse miserables aquí los autores malos, y digo malos, porque buenos no
los hay; y lo que es mejor, lo mismo se han muerto los buenos, cuando los ha
habido, y volverán a morirse cuando los vuelva a haber […], pues por no
hacerlos orgullosos nadie los alaba, ni les da que comer».
«Ni aquí prospera nadie con las letras, ni se cruzan los libros y periódicos
en continua batalla. […] Aquí somos tan bien criados, y tanto gustamos de
ejercer la hospitalidad, que vaciamos el oro de nuestros bolsillos para los
extranjeros».
«No es aquí, en fin, profesión el escribir, ni afición el leer; ambas cosas
son pasatiempo de gente vaga y mal entretenida: que no puede ser hombre de
provecho quien no es por lo menos tonto y
mayorazgo».
«… y ya que en país de autorcillos y traductores he nacido y vivo,
autorcillo y traductor quiero y debo, y no puedo menos de ser, pues ni es justo
singularizarme, y que me señalen con el dedo por las calles, ni depende además
del libre albedrío de cada uno el no contagiarse en una epidemia general».
«Y si me añades que no puede ser de ventaja alguna el ir atrasados con
respecto a los demás, te diré que lo que no se conoce no se desea ni echa
menos; así suele el que va atrasado creer que va adelantado, que tal es el
orgullo de los hombres, que nos pone a todos una venda en los ojos para que no
veamos ni sepamos por donde vamos…».
«… el cual deseo para todos los habitantes de este incultísimo país […], en
que tuvimos la dicha de nacer, donde tenemos la gloria de vivir, y en el cual
tendremos la paciencia de morir».
«Escribir
como escribimos en Madrid es tomar una apuntación, es escribir en un libro de
memorias, es realizar un monólogo desesperante y triste para uno solo. Escribir
en Madrid es llorar, es buscar voz sin encontrarla, como en una pesadilla
abrumadora y violenta. Porque no escribe uno siquiera para los suyos. ¿Quiénes
son los suyos? ¿Quién oye aquí?».
«El
genio ha menester del laurel para coronarse; y ¿dónde ha quedado entre nosotros
un vástago de laurel para coronar una frente? El genio ha menester del eco, y
no se produce eco entre las tumbas».
«Pero
que por solo idea / y pensar yo así o asá / ahorcado también me vea / como el
otro / que asesina, / sin hacer a nadie mal, / eso es harina / de otro costal».
lucenadigital.com, 1 de abril de 2014
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