En
las últimas semanas, caer, lo que se dice caer, algo ha caído de don Mariano
José de Larra. Me refiero a que he leído alguno de sus artículos. No sólo
porque es una manera de honrar su memoria en el aniversario de su fallecimiento
(ya escribí por aquí hace un año sobre el tema), sino porque cada parado puede
invertir su mes de febrero en lo que le dé la real gana. Máxime cuando se trata
de uno de esos parados sin subvención, ayuda o prestación con la cual agradecer
a Dios o a su Santa Madre, que en los cielos estarán rodeados de ángeles y
demás alegre parafernalia divina, un trozo de pan duro para llevarse a la boca.
Así pues, no estando obligado a rendir cuentas a Estado o Administración que
valga de este miserable país, que llamamos España porque ya no podemos llamarlo
Burundi o Congo, al estar cogidos, inútil hasta para configurar un mercado
laboral capaz de integrar a los ciudadanos a cuya formación contribuye; si a
mí, comentaba, por poner un ejemplo, consecuente con mi derecho a la
improductividad nacional, me pluguiera o pluguiese dedicar algunas horas del
día, durante varios días a la semana, y en semanas sucesivas, a leer artículos
de Larra o de la señora madre que lo parió, fuera o no santa o señora, porque
la pureza de su ascendencia se me da un ardite, por no escribir que me importa
un carajo, en lugar de ciscarme o cagarme en la prosapia difunta o muerta, con
independencia de su mayor o menor grado de frescura, de las decenas de hijos de
la gran puta, protagonistas de las infinitas corruptelas hispanas, voto a
bríos, nadie osaría recriminármelo, junto con mi intención publicadora de un
artículo abordando el particular en un rinconcito al sur de Córdoba. Siempre,
vaya, que Pepe[1],
quien corta, pega y edita, con hábil, eficiente y magnánimo ojo supervisor
—adjunto reverencia a vuecelencia, por si acaso—, conceda su visto bueno.
Faltaría más.
Pero divago. Hablaba de Larra.
Frecuentemente, cual ejercicio de saludable intelectualidad, he ensayado una
nimia disertación interior en torno a si su constante crítica —pedantería a un
lado— era una expresión de brutal honestidad o un fino sarcasmo cargante, enlazando
tal con el ansia del tocapelotas.
Recuerdo, como modelo, la tensa
rivalidad entre El Duende Satírico del Día y El Correo Literario y Mercantil,
periódico editado a partir de julio de 1828 y dirigido por José María
Carnerero, cuya difusión del género costumbrista lo señalaba como competidor.
Respecto a Larra, todo quedaba caballerosamente limitado al ámbito
periodístico: «En cuanto a la parte literaria de las discusiones que sostengo
con “El Correo”, no tengo que hacer retractación alguna; y tanto los redactores
como yo sostendremos nuestra cuestión según los medios, el talento y la
inspiración con que cada uno cuente para defender sus opiniones» (Carta de
Larra, El Correo…, 10 de enero de 1829).
De no remarcar la acotación, la
referencia a la nobleza se tildaría de eufemismo, revisando el famoso artículo «Un
periódico del día», publicado en el número cuatro de El Duende…, allá por
septiembre de 1828. «Pero no hay que desanimarse, porque todos conocemos que si
bien “El Correo Literario” no es bueno, pudiera serlo, y tiene lo mismo, con la
diferencia, nada esencial para el público, de venderse o no venderse. […] tienen
otra ventaja, y es la de trabajar poco». Y esto a modo de aperitivo «… porque a
mí mismo me sucede que solo los días que sale puedo conseguir dormir la siesta…».
«Además […], porque tal papel ni es correo, ni es literario, ni es mercantil.
[…] Si algo tiene de estas tres cosas, es de correo, por lo deprisa que se
escribe y por el descuido de la lengua, que no tendrían mayor los postillones
conductores de la confianza pública. Lo de literario, ello letras tiene, y si
esto basta, literario es, y muy literario. En lo de mercantil, ¿qué se le puede
pedir en punto de comercio, dirán ustedes? Nada; […] no tardará mucho el
consulado en encargarse del “almanaque”». Entre otras lindezas destinadas al
sincero deseo de aconsejar, dado que «… nunca está mejor dispuesto a recibir
estos elementos que ahora que no tiene ninguno».
Por la parte que me toca, le juro por mi edición facsímil
de Los trabajos de Persiles y Sigismunda que tiendo a ser bastante
circunspecto y cortés en el trato personal. Intento serlo. Creo. Pese a, cuando
las teclas rozan las yemas de mis dedos, la cosa cambia. Sea donde sea, mis
artículos no quedan supeditados a gentilezas o diplomacias. No puedo imponer
control ni mesura. Me niego. Y depositaré las cartas sobre la mesa con soberbia
frialdad. Considéreseme a voluntad, ya descaradamente jaquecoso, ya brutalmente
honesto.
surdecordoba.com, 28 de febrero de 2013
[1] En la edición publicada en la
página web del periódico digital surdecordoba.com aparece el nombre de «Juan»
por expreso deseo de Pepe.
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