sábado, 20 de diciembre de 2014

El IV Reich

En varias ocasiones he hablado —o escrito— sobre nuestra idiosincrasia, sea española en general o lucenesa en particular. Normalmente para criticarla… Vale… De acuerdo… Siempre para criticarla, para destacar sus aspectos negativos. Esa raíz carpetovetónica tan propia y distintiva, aquella que lucimos con negligente orgullo o manifestamos con inevitable impulso genético. Pero, en este juego de perfiles, maneras, conductas, costumbres e identidades, participa toda la humanidad. Por ello, le llegó el turno a Alemania.

 
A estas alturas, ni usted ni yo vamos a disimular cierta malsana envidia hacia un pueblo arrasado en dos ocasiones durante el pasado siglo, resurgiendo de sus cenizas cual fénix con poder duplicado. Murieron y renacieron, para devolver a su país al privilegiado estatus de la élite mundial. Dos veces, decía, recuerde.
 
Los alemanes son de mente cuadriculada. Se marcan un objetivo, y actúan hasta alcanzarlo. El trabajo es un modo de vida, de salvar obstáculos y permanecer entre los primeros. Son eficaces, eficientes y productivos. No se amilanan ante adversidades. Procuran estar a la vanguardia en todos los ámbitos, evitando la perjudicial obsolescencia, la dejadez, la apatía, el abandono o la delegación en cualquier índole. Competitividad, constancia, perseverancia y ambición. Mucha ambición.
 
Una ambición que los retuerce, orientándolos al lado oscuro de un carácter ya de por sí soso, distante y hosco. De tendencia insolidaria, en cuestiones de trascendencia internacional, anteponen sus intereses frente al bien común, inutilizando cuanto convenio hayan integrado, aunque lo disimulen bajo una suerte de socorro y comprensión.
 
En la Unión Europea, cada una de las decisiones que Alemania ha tomado ha estado orientada a salvaguardar su posición, a protegerla y fortalecerla. En la actual coyuntura de crisis económica, los países de la Unión, fundamentalmente los sureños, se encuentran en una pésima situación. Sin embargo, Alemania pide crédito a un interés cero, o casi. La prima de riesgo para España se define con el sobrecoste que exigen los inversores por comprar los bonos españoles en vez de los alemanes, cuya duda en cuanto a su reembolso es inexistente; su incremento es una traba para la recuperación económica, un coste más elevado para obtener financiación. La prima de riesgo española se calcula restando del interés que se paga por los bonos a diez años españoles el interés que se paga por los bonos alemanes en puntos básicos. A Alemania no le está yendo tan mal ante la crisis. No. O no tanto como a los demás.
 
La memoria es frágil. Cuando comenzó el euro, Alemania fue indultada al sobrepasar el techo de deuda. Enriquecida, sus bancos concedieron créditos a los bancos extranjeros, españoles entre ellos, sin mesura —aun sabiendo cómo somos los del sur—. Toca reintegrarlos, y avalan los Estados. Luego, se prioriza el saneamiento de los mismos. Por si acaso.
 
Y claro. Comprendo que cada uno mire por los suyos, pero que no me vengan con la boca llena de Unión Europea, cuando su posición se orienta a escudar su sistema económico mientras extienden su mercado hacia terceros países. En frente, nosotros les regalamos nuestros cerebros y nuestra mano de obra. Qué remedio nos queda. Hay que comer diariamente, desgracia humana.
 
La palabra de Alemania es Ley, por extrapolación europea, Reglamento. Es norma de obligado cumplimiento, en todo su contenido, para todos los integrantes de la Unión. Hete aquí el verdadero constitutivo de la naturaleza alemana: el dominio de Europa. Su eterno anhelo es ser los amos, tener el control del continente. Consciente o inconscientemente. Su ansiado Reich. ¿Cuántas veces lo han intentado? ¡Qué desastroso para ellos, para nosotros, para todos! Da igual la variante. El caso es tenernos bien agarrados por las pelotas. Sin rechistar.
 
Ya. Ya sé que un teutón de dos por dos, cuatro, da miedo. A mi me acongoja. O acojona. Mucho más una teutona de uno cincuenta al cubo —tres coma trescientos setenta y cinco, el volumen—. Con esa habla tan agresiva propia del idioma, tan potente y colérica. Tan belicosa que en vez de darte los buenos días parece que te están declarando la guerra. Quizá su lengua sea el reflejo de su condición. Quizá al contrario. Y por descontado atemoriza, estremece, amedrenta.
 
Hasta fechas recientes, la diarquía con Francia mantenía la esperanza de una posible contención. Mano a mano, la alianza franco-alemana se repartía el dominio de una vieja Europa achacosa y decadente, exprimiéndola y oprimiéndola con resoluciones caducas, tercamente pertinaces a una mínima modificación en un sistema económico quebrado.
 
Ahora, desplazado el estorbo gabacho, se consolida el imperio. La Unión tiene al fin una única voz, cuya imposición es contundente. Nadie se atreve a replicar. Nadie pone en tela de juicio la autocracia, ni cuestiona el exacerbado desequilibrio del éxito ni el soberbio absolutismo desplegado. Reuniones como la de Malta a principios de octubre sólo sirven para la foto.
 
Archivadas por la Historia las consecuencias de la supremacía germana, nos resta rogar al dios que fuere una alta dosis de amparo.
 
lucenadigital.com, 1 de noviembre de 2012.

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