En
varias ocasiones he hablado —o escrito— sobre nuestra idiosincrasia, sea
española en general o lucenesa en particular. Normalmente para criticarla…
Vale… De acuerdo… Siempre para criticarla, para destacar sus aspectos
negativos. Esa raíz carpetovetónica tan propia y distintiva, aquella que
lucimos con negligente orgullo o manifestamos con inevitable impulso genético.
Pero, en este juego de perfiles, maneras, conductas, costumbres e identidades,
participa toda la humanidad. Por ello, le llegó el turno a Alemania.
A estas alturas, ni usted ni yo vamos
a disimular cierta malsana envidia hacia un pueblo arrasado en dos ocasiones
durante el pasado siglo, resurgiendo de sus cenizas cual fénix con poder
duplicado. Murieron y renacieron, para devolver a su país al privilegiado
estatus de la élite mundial. Dos veces, decía, recuerde.
Los alemanes son de mente
cuadriculada. Se marcan un objetivo, y actúan hasta alcanzarlo. El trabajo es
un modo de vida, de salvar obstáculos y permanecer entre los primeros. Son
eficaces, eficientes y productivos. No se amilanan ante adversidades. Procuran
estar a la vanguardia en todos los ámbitos, evitando la perjudicial
obsolescencia, la dejadez, la apatía, el abandono o la delegación en cualquier
índole. Competitividad, constancia, perseverancia y ambición. Mucha ambición.
Una ambición que los retuerce,
orientándolos al lado oscuro de un carácter ya de por sí soso, distante y hosco.
De tendencia insolidaria, en cuestiones de trascendencia internacional,
anteponen sus intereses frente al bien común, inutilizando cuanto convenio
hayan integrado, aunque lo disimulen bajo una suerte de socorro y comprensión.
En la Unión Europea, cada una de las
decisiones que Alemania ha tomado ha estado orientada a salvaguardar su posición,
a protegerla y fortalecerla. En la actual coyuntura de crisis económica, los
países de la Unión, fundamentalmente los sureños, se encuentran en una pésima
situación. Sin embargo, Alemania pide crédito a un interés cero, o casi. La
prima de riesgo para España se define con el sobrecoste que exigen los
inversores por comprar los bonos españoles en vez de los alemanes, cuya duda en
cuanto a su reembolso es inexistente; su incremento es una traba para la
recuperación económica, un coste más elevado para obtener financiación. La
prima de riesgo española se calcula restando del interés que se paga por los
bonos a diez años españoles el interés que se paga por los bonos alemanes en
puntos básicos. A Alemania no le está yendo tan mal ante la crisis. No. O no
tanto como a los demás.
La memoria es frágil. Cuando comenzó
el euro, Alemania fue indultada al sobrepasar el techo de deuda. Enriquecida,
sus bancos concedieron créditos a los bancos extranjeros, españoles entre
ellos, sin mesura —aun sabiendo cómo somos los del sur—. Toca reintegrarlos, y
avalan los Estados. Luego, se prioriza el saneamiento de los mismos. Por si
acaso.
Y claro. Comprendo que cada uno mire
por los suyos, pero que no me vengan con la boca llena de Unión Europea, cuando
su posición se orienta a escudar su sistema económico mientras extienden su
mercado hacia terceros países. En frente, nosotros les regalamos nuestros
cerebros y nuestra mano de obra. Qué remedio nos queda. Hay que comer
diariamente, desgracia humana.
La palabra de Alemania es Ley, por
extrapolación europea, Reglamento. Es norma de obligado cumplimiento, en todo
su contenido, para todos los integrantes de la Unión. Hete aquí el verdadero
constitutivo de la naturaleza alemana: el dominio de Europa. Su eterno anhelo
es ser los amos, tener el control del continente. Consciente o
inconscientemente. Su ansiado Reich. ¿Cuántas veces lo han intentado? ¡Qué
desastroso para ellos, para nosotros, para todos! Da igual la variante. El caso
es tenernos bien agarrados por las pelotas. Sin rechistar.
Ya. Ya sé que un teutón de dos por
dos, cuatro, da miedo. A mi me acongoja. O acojona. Mucho más una teutona de
uno cincuenta al cubo —tres coma trescientos setenta y cinco, el volumen—. Con
esa habla tan agresiva propia del idioma, tan potente y colérica. Tan belicosa
que en vez de darte los buenos días parece que te están declarando la guerra.
Quizá su lengua sea el reflejo de su condición. Quizá al contrario. Y por
descontado atemoriza, estremece, amedrenta.
Hasta fechas recientes, la diarquía
con Francia mantenía la esperanza de una posible contención. Mano a mano, la
alianza franco-alemana se repartía el dominio de una vieja Europa achacosa y
decadente, exprimiéndola y oprimiéndola con resoluciones caducas, tercamente
pertinaces a una mínima modificación en un sistema económico quebrado.
Ahora, desplazado el estorbo
gabacho, se consolida el imperio. La Unión tiene al fin una única voz, cuya
imposición es contundente. Nadie se atreve a replicar. Nadie pone en tela de
juicio la autocracia, ni cuestiona el exacerbado desequilibrio del éxito ni el
soberbio absolutismo desplegado. Reuniones como la de Malta a principios de
octubre sólo sirven para la foto.
Archivadas por la Historia las consecuencias de la
supremacía germana, nos resta rogar al dios que fuere una alta dosis de amparo.
lucenadigital.com, 1 de noviembre de 2012.
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