sábado, 26 de julio de 2014

De cine clásico (reflexión cinematográfica)

Pues cada cual puede tener la definición de cine clásico que le plazca. Por lo general, es cine clásico toda producción estrenada hasta el año 1975. No me parece mala definición per se. Lo que ocurre es que parece más una definición que tiende a establecer una delimitación temporal antes que significar un género. Sería como aquellas Edades de la Historia que aprendimos en el colegio. Las obras cinematográficas desde sus comienzos hasta el año 1975 conformarían el cine clásico; hasta 1995, moderno; y hasta la actualidad, contemporáneo. O algo así, más o menos. Entonces, catalogaríamos como clásicas aportaciones magistrales como El Padrino, Parte I y II, Ciudadano Kane, El hombre elefante, Con la muerte en los talones, La ventana indiscreta, Gilda, La huella (1972), El bueno, el feo y el malo, El hombre tranquilo, Hasta que llegó su hora, 12 hombres sin piedad, Testigo de cargo, El gran dictador, El golpe, y un largo etcétera; corriendo el riesgo de incluir, con definición tan berroqueña, bodrios de dimensiones superlativas, que los hubo.
 
Sin embargo, yo identifico el cine clásico como aquel cine que puede visionarse en cualquier época, a cualquier edad (dentro de lo razonable) y cuantas veces se desee. Descubriendo siempre algo nuevo, apasionándote y entreteniéndote al tiempo, sin tedio ni fatiga, con independencia de su año de realización. Es película clásica aquella que nos garantiza la calidad eterna. Aquella que es buena, porque lo es, y lo será siempre.
 
Así, a las ya mencionadas, sumaríamos La lista de Schindler, Gladiator, Pulp Fiction, Uno de los nuestros, El pianista, El precio del poder, La chaqueta metálica, El silencio de los corderos, Forrest Gump, Manhattan, Reservoir Dogs, El club de la lucha, El Señor de los Anillos, El Padrino, Parte III, El secreto de sus ojos, Sospechosos habituales, Trainspotting, Encontré al diablo, Origen, El Caballero Oscuro, Braveheart, Up, Snatch. Cerdos y diamantes, Old Boy (2003), Lock & Stock, 13 asesinos (2010), Barry Lyndon, La caza (2012), Amadeus
 
No obstante, no cuestionaría una tercera definición de cine clásico. Mucho más estricta que las anteriores. Más vinculada al ámbito de la producción. Definiría como cine clásico toda obra cinematográfica que desprecia lo avatares de la implosión tecnológica, la invasión de los efectos especiales y la conquista de los regímenes informáticos, aspirando a un cine más puro, donde guión, interpretación, dirección, fotografía, vestuario, localizaciones y decorados condensen el protagonismo de la película. Se trataría de un cine más natural, menos contaminado por la terca demanda de los pervertidos artificios de la modernidad. Un cine creado por cineastas y no por informáticos. Si el cine es una evolución del teatro, sería un cine más comprometido con sus orígenes.
 
Pero claro, el cine es también una fábrica de sueños. Aspira a hacer posible lo imposible. Y, en este anhelo de la quimera, el humano, ser limitado, ha de complementarse con la máquina, objeto ilimitado, atrayendo la fantasía de esos sueños hasta ponerla al alcance del espectador. Que su imaginación se halle colmada con la realidad, o una realidad alternativa, próxima a la cotidianeidad. Y la imaginación, por suerte, es la única cualidad humana que no conoce límites. El cine, por tanto, no puede mantenerse bajo el manto cálido, protector y maternal del teatro. Escogería, siendo consecuente, la segunda definición.

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