Mientras aguardamos la venida del rebrote coronavíco, con mayor o menor ansiedad con la que el creyente aguarda la venida (primera, segunda o tercera) del verdadero mesías, pues resulta a todas luces incompatible con la ínsita naturaleza humana el respetar un par de normas básicas de convivencia (o cualquier norma básica de convivencia), como mantener cierta distancia social o usar mascarilla (aunque en esto de la mascarilla se reconoce que la autoridad competente, o incompetente, ha vaiveneado con chapucera desconfianza), o el controlar la entrada de turistas, porque es imprescindible el chequeo del fajo de billetes, no de la sangre infectada; mientras aguardamos lo previsible, entonces, no estaría de más situar el reciente periodo de emergencia en su contexto constitucional, al tiempo que justifico, con rudimento tangencial, el título que, con barroquísima piezometría en su paternal marco, cuelga por alguna pared, y cubro las líneas mensuales que el derecho consuetudinario, con más pena que gloria, concede a esta casa lucenesa, clausurando, así, la trilogía...
miércoles, 1 de julio de 2020
Constitucionalidad coronavírica
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