Cuando necesito escuchar una voz
que me envuelva y me conduzca hacia mundos fantásticos, donde el todo y la nada
son posibles, donde la realidad es ideal o lo ideal es irreal, donde los
universos convergen y el tiempo puede ser relativo… o no serlo. Cuando necesito
escuchar una voz que me reporte esa dosis medida, sujeta a receta médica, de
expectación, que me sobrecoja el alma, o de misterio, que me doblegue el ánimo.
Cuando necesito escuchar una voz que me pinte en el retablo de lo vivido y me colme
de las vivencias de lo perdido. Cuando necesito escuchar una voz que me lance
al futuro incierto o me retenga en la certeza futura. Cuando necesito escuchar
una voz que me despierte de esos sueños impostados por la falacia y la impudicia
o me restituya de esa ceguera engendrada por las negras nubes de la tristeza y
el infortunio. Cuando necesito escuchar una voz que embellezca la razón de la
existencia o endulce la agonía del fracaso de la vocación. Cuando necesito
escuchar una voz amiga que me acoja con noble generosidad y me recuerde el
poder balsámico de la palabra, acudo a Francisco José Segovia Ramos… Ya sabe,
Paco, para los amigos.
No
considero, siquiera melancólicamente, su voz física, que quizá suene chascada,
como carraca vieja y desgastada, falta del engrase que la lubrique y desahogue.
O quizá suene nasal, como embutida en unas opresivas gafas de buceo. O quizá
suene grave, como de autoridad ganada por los años y la experiencia. O quizá
suene aguda, como de piolín delicadamente entrelazado. O quizá suene
silenciosa, como de secreto cuchicheado en la penumbra. O quizá suene suave,
como de galán enamorado, conquistando sobre divanes. O quizá suene firme, como
de egregio erudito de sabiduría admirada. O quizá suene tímida, como de
inocencia inmaculada. O quizá suene arrogante, como de malicia descarnada. O
quizá suene a mucho. O suene a Paco, porque, en verdad, enfocado nuestro
contacto en la epístola electrónica, nos habremos cruzado personalmente una o
dos veces, y no la recuerdo, por desgracia. Considero, entonces, su voz
narrativa, aquella que robustece sus relatos, aquella que engrandece su prosa,
aquella que pulimenta su sintaxis con paño de algodón acrisolado.
Paco
Segovia publica Donde yace el olvido,
su nueva novela. Y sí, podría teclear que en ella narra las peripecias del
pequeño Fermín a principios de los años cuarenta del pasado siglo; su día a
día, sus hábitos, las lecciones que van labrando su vida, en un pequeño pueblo
de cuyo nombre el autor no quiere acordarse, o no lo condiciona, pues podría
tratarse de cualquier rincón de una España de postguerra, devastada, arruinada,
humillada y oprimida por el terror y la barbarie, por la cara más ruin y
mezquina de la humanidad.
Podría
teclear todo eso, pero Donde yace el olvido
es una suerte de descripción histórica de aquel escenario que sería, aunque
bien fue, la España hundida y congelada en la zona abisal de su propia
naturaleza, a través de la voz del narrador. Donde yace el olvido es la voz del narrador. Una voz cándida y
confiable que traza pausadamente el entorno de la época como si lo calcara al
contraluz. Los hábitos y costumbres de sus gentes, sus penurias y sacrificios,
sus momentos de júbilo, nostalgia y desolación. Una voz que llega al lector
cargada de ternura, sencillez y pureza, al servirse de la mirada de un niño, la
mirada del pequeño Fermín, quien, con sus ojillos de doncel ingenuo, todavía
venerado por el hechizo de la infancia, fotografía o rueda, cual sucesión
estimulada de fotogramas, su pueblo, sus vecinos, su familia, sus amigos; sus
ceremonias, celebraciones, tradiciones y quehaceres, su cotidianeidad; desde el
trabajo en el campo hasta la jornada escolar, desde las lavanderas del río
hasta las sirvientas de la casa del cacique; desde la religiosidad pública
hasta el pensamiento oculto; la delación y la persecución, la falsa pleitesía y
el oportunismo hipócrita.
Para
tan imponente proeza, la voz conjuga palabras con una musicalidad casi ignorada
por el niño: «Desconoce el pobre chaval que, aparte de la prosa, pragmática, y
árida en ocasiones, existe la versión musical de las palabras, la poesía, así
que no es raro que confunda un pareado con una oración, o un soneto con una
fórmula mística de invocación de desconocidos duendes».
Retrato innegable de una
década dolorosa, «… porque las maletas de los viajes se cargan de ilusiones y
se vacían de esperanzas en la lejanía de lo extraño para terminar por llenarse
de telarañas y sueños rotos en un olvidado trastero»; novela atomizada por el
triunfo de la versificación, Donde yace
el olvido es la voz, cálida y cruda de manera simultánea, de un narrador
comprometido que trata de mostrar, con determinación y sin ambages, cada
pormenor de una etapa compleja; de erguir el olvido con voluntad, para que no
vuelva a yacer jamás.
Surdecordoba.com, 31 de abril de 2018
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