Me
había quedado, antes de liarme, yéndome por las ramas, en que no terminaba de
comprender todo lo relativo al mercado laboral, siendo paradójico el escenario
de las ofertas de empleo, el cual constituye un submundo que cuenta con su
gracejo, la verdad.
Los méritos curriculares pueden
transformarse en un peligroso inconveniente instantáneamente; quiero decir que uno
se planta ante el encargado de turno (tenga concertada entrevista o no, que
esto es otra historia), le presenta el currículo, convencido de sus logros, y
resulta que no es el idóneo, sea por exceso o por defecto, sea por estar
sobrecualificado o infracualificado. Esto último casi que es compresible, lo
anterior, no tanto. Le resuena a uno aquella máxima: quien puede lo más, puede
lo menos. Lo importante es poder, entonces, y si se puede hacer cinco, bien se
puede hacer dos; pero no, uno merece más que la mierda que ellos le ofrecen.
Por supuesto, están los méritos
curriculares que no sirven para nada. Allá donde se vaya, sin excepciones.
Entiéndase, por ejemplo, escribir. Si uno está ducho, más o menos, en eso de
darle a la tecla, con cierta soltura, determinación y eficiencia, con aparente
dominio de morfología, sintaxis, semántica y demás parafernalia lingüístico-literaria,
puede ir ahorrándose papel curricular: es basura innecesaria en un mundo
globalizado, comercializado y digitalizado. Importan poco las supuestas
publicaciones realizadas, su cantidad y calidad. Escribir sobra con su mínima
expresión, en plan de andar por casa, defendiéndose con las cuatro palabras
básicas y una estructuración de sujeto, verbo y predicado, simplona, a escala
reducida. Otro mérito igualmente inservible es el haber sido opositor (dentro
de la rama profesional a aspirar). El haber dedicado años a estudiar la
especialidad machaconamente, actualizándose y sacrificando salud y horas, nada
de poder genera contra un máster pagado a tocateja, una inversión de miles de
euros que le garantiza a uno el puesto, con independencia de los conocimientos
adquiridos, si alguno se adquiere; como si el preparar unas oposiciones no
requiriera inversión.
A uno, sepa, no le basta con saber
conducir, debe disponer, además, de vehículo propio, que pondrá a disposición
de los intereses del empleador y la empresa, ejerciendo su actividad, como
empleado, sirviéndose de él sin suplementos que cubran el uso del vehículo o la
gasolina necesaria. Un gasto que el empleado ha de satisfacer con su sueldo.
Tampoco basta con desenvolverse con la lengua materna, se demostrará el control
de uno, dos o tres idiomas extranjeros… a nivel nativo, hasta el incoherente
punto de carecer de valor la categoría académica, ofertando empleos para demandantes
de FP que se distingan en dos o tres idiomas, a nivel nativo, se insiste (native level, claro); en ocasiones,
incluso holandés y flamenco (¿los flamencos no hablan holandés o francés?).
Después están las ofertas de empleo
para España imposibles de descifrar: call
center assistant manager, client
support agent, forex business
developer, passenger service agent,
trainee traffic management, help desk analyst, team leader customer, brand
manager, bussines developer assistant,
associate director talent and career
department, manager spring finance
and legal, e-payment solutions
consultant, customer care
specialist clipping…
Manda cojones, el último es un puñetero especialista en atención al cliente.
¿No se puede utilizar el español?… No, estamos globalizados… Perdón, uno no
termina de enterarse.
Aparecen, no queden atrás, las
ofertas de empleo por horas o por servicios, que le permiten a uno, le dicen,
la generosidad de poder beneficiarse de otros empleos (¡flexibilidad laboral!).
Eso será, responde uno, si encontrara otros dos o tres empleos, que,
inevitablemente, deberán ubicarse en la misma ciudad (por el problemilla del
desplazamiento) y no desarrollarse en un mutuo horario incompatible, buscándose
uno la vida como un indecoroso zascandil o un piadoso mendicante. Luego están
las ofertas de empleo con sueldos miserables, con los cuales uno no llega a fin
de mes (ni a los diez primeros días); las que aseguran a uno media jornada,
pese a trabajarla completa; las que no abonan las horas extras; aquéllas cuya
remuneración se materializa con el hecho de tener el trabajo, circunstancia que
uno ha de agradecer al empleador, y compartir risas y copas en la comida de
Navidad.
Le recomiendan a uno exprimir el
mundo globalizado y sin fronteras, tanteando el amplio mercado interprovincial
e internacional, y conocer, así, nuevas gentes. Le recomiendan a uno que emigre
(¡movilidad laboral!). Empero uno no dispone del capital para marchar y morar
sin garantías, y no le entusiasma expatriarse, ni despegarse demasiado de su
familia y amigos, ni conocer nuevas gentes: le gustan las conocidas, y está
escaso de vocación proselitista.
Sin duda, las ofertas más aplaudidas por uno son aquéllas
que certifican las altísimas perspectivas de estabilidad en el puesto y de
progreso profesional, tras el temporal periodo de prueba, para republicarse
(¡casualidad laboral!) al cabo de uno, tres o seis meses… Aunque uno no se
preocupa: como no se cansan de repetir los expertos, España va de puta madre.
Lucenadigital.com, 01 de diciembre de 2017
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