No
me empacho con el consumo de televisión. Para el formato en abierto, apenas
saboreo un ridículo entremés. Ninguno de los múltiples canales de la TDT me
ofrece una programación que me satisfaga o entretenga. No sé, quizá sea
demasiado exigente o demasiado soso, un aburrido definitivo. En alguna ocasión,
sólo como prueba, he practicado el zapeo, con resultados desesperantes: jamás
he superado el canal veinticinco, y me consta que haber más, haylos. Los únicos
canales a los cuales me podía acomodar eran los consagrados meramente al cine;
sin embargo, de un tiempo a esta parte, tampoco colman mis expectativas. Ni los
documentales históricos (materia —la Historia— que me fascina), los cuales
consumía antaño con voracidad, donde hogaño no me tropiezo con temas atractivos.
Quizá sea que me hago viejo. El caso es que me pregunto si será cosa mía y,
siendo o no siendo así, ¿para qué tal cantidad de canales, cuando la oferta
deja tanto que desear?
En la actualidad, mi gasto televisivo,
como televisión en abierto, se circunscribe a los informativos, que, como es de
recibo, deben abarcar varios canales, pues, consabida la escasa resistencia de
los medios de comunicación a abrazar determinadas corrientes ideológicas o
políticas —esos matices, en apariencia, insignificantes, livianamente
remarcados con el gesto, la voz o la sintaxis del periodista de turno, que a
aquellas personas de laxa conciencia crítica tienden a reconducir—, degradando
la objetividad, velar por el fomento del espíritu crítico implica ver o
escuchar (para la radio) varios informativos, o leer varios periódicos.
En esto de la emisión de
informativos, merece trato aparte la sección que el gremio denomina «Deportes».
Término que entiendo empleado a modo socarrón o eufemístico, porque no trata
materia alguna ajena al fútbol. Y, si ajena, no se le dedica más de un cinco
por ciento de los minutos destinados al espacio reservado para la particular
sección. Este año, por ejemplo, creí, infeliz de mí, que, llegado el verano,
concluidas las temporadas de Liga (no recuerdo a cuál de los grandes bancos
pertenecía) y Champions, los encargados de los informativos abrirían un
paréntesis vacacional, relegarían el fútbol a un segundo plano y se centrarían
en otras disciplinas deportivas y en las competiciones estivales
internacionales de natación y atletismo, presentando al espectador un amplio
despliegue, una cobertura con reportajes y resúmenes de las pruebas… No pudo
ser, ya que, inmediatamente después, comenzó un campeonato futbolístico de la
categoría Sub-21, donde jugaba, ni más ni menos, el futuro de la Absoluta, y
claro, los medios debían estar a la altura de tan importante acontecimiento…
Era una responsabilidad. Terminado el torneo, los esfuerzos periodísticos llevaron
a efecto una solemne máxima, vigente los doce meses: el deporte es el fútbol, y
todo lo que directa o indirectamente guarde vínculo con el fútbol es, en
consecuencia, fútbol: ya un entrenador se rasque, despistado por la tensión de
momento, el culo o las pelotas (las de su escroto); ya un asistente entre el
público, desde su grada, sostenga con una mano un bocata de chóped, mientras
con un dedo de la otra se hurgue la nariz; ya un invitado al palco vip se esté
bebiendo un cubata con dos hielos de sobra. A partir de ahí, se multiplicaron
las aportaciones esperpénticas con las cuales nos bombardea la sección de «Deportes»
diariamente. A saber, eran fútbol las bodas de los futbolistas (con toda la
parafernalia de invitados, menús, viajes); eran fútbol las vacaciones de los
futbolistas; por supuesto que eran fútbol las fotos subidas por los futbolistas
a las redes sociales (informales, con o sin camiseta; solos o rodeados del
séquito; con postureo o estilo casual); asimismo, faltaría, los vídeos grabados
por ellos haciendo el soplapollas en sus mansiones de lujo o yates, desafinando
al son de una canción, disfrazados como imbéciles, jugando a un videojuego,
saltando en fiestas exclusivas u homenajeando con un palmeo a un artista en el
aniversario de su fallecimiento. También las acciones policiales y judiciales
contra el presidente de la Federación (por duplicado, para las secciones
judicial y deportiva) y un jugador del Real Madrid, o el culebrón (se va, se
queda) con uno del Barcelona.
Sólo la triste muerte de Ángel Nieto postergó al fútbol.
En cuanto a los trágicos atentados en Cataluña, las primeras horas lo anularon,
por la conexión ininterrumpida. A la mañana siguiente, las secciones de «Deportes»,
tras otorgar breves segundos a los mensajes de pésame de los deportistas, de
manera implícita o explícita, refrescaron la memoria del espectador con el
objeto de que no olvidara que aquel fin de semana empezaba una nueva temporada
de Liga (de paso, qué equipos se enfrentaban primero), manteniéndolo
simultáneamente al tanto de la resaca de la Supercopa de España… Ah, adivine,
la vida, como el deporte, es fútbol, y ha de continuar.
Lucenadigital.com, 03 de octubre de 2017
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