La
historia es de sobra conocida y se puede consultar con rapidez: el país que lo
desea presenta su película candidata para optar al Óscar en la categoría de Mejor
Película de Habla No Inglesa, y a la Academia hollywoodense corresponde decidir
sobre su nominación. Hasta 1986 el Ministerio de Cultura fue el encargado de designar
la película que representaría a España. Después, la tarea quedó en manos de la
Academia española de cine, que, en 2001, introdujo un sistema de doble vuelta o
de dos rondas: en una primera se escogerían tres finalistas, de entre las
cuales, en una segunda, saldría la seleccionada.
Con toda seguridad, los requisitos
para acceder a la terna son: que la película se haya estrenado entre el 1 de
octubre y el 30 de septiembre, que la lengua principal empleada en la película
no sea la inglesa, que no haya participado en su realización productora
estadounidense alguna, que su estreno haya sido en cine y que se haya mantenido
en cartelera al menos una semana. De los demás requisitos, si los hubiere, no
tengo noticia. Y aquí radica el problema: en el libre albedrío, que es cuando
la Academia española estropea el asunto, por disponer de un exceso de libertad
y de albedrío. Cuál es el criterio que sigue la Academia para formar el trío es
una incógnita para mí. La elegida finalmente en segunda ronda queda bajo la
responsabilidad de los académicos españoles, por un sistema de votación, de
cuya fiabilidad, en ocasiones, es admisible dudar, no por manipulación de los
resultados de la votación, sino por el citado albedrío. En definitiva, una
doble vuelta se convierte, con frecuencia, en una manera de cagarla dos veces,
o de aprovechar de dos oportunidades para hacerlo. Voy con un puñado de serios
casos paradigmáticos, mis preferidos, tomando como referencia la fecha de
celebración de la ceremonia de los premios.
Para la de 2006, la primera vuelta
se completó con Obaba, de Montxo
Armendáriz; Ninette, de José Luis
Garci; y Princesas, de Fernando León
de Aranoa; siendo seleccionada Obaba,
que ni fue nominada ni obtuvo Goya a Mejor Película. Parece que, cuando no la
nominaron, los académicos lo repensaron; aunque es una tendencia, a nivel
estadístico, desde la instauración del sistema de dos rondas. Con anterioridad,
y partiendo de aquel 1986, de las seis nominadas por la Academia estadounidense
(Asignatura aprobada, de José Luis
Garci; Mujeres al borde de un ataque de
nervios, de Pedro Almodóvar; Belle
Époque, de Fernando Trueba; Secretos
del corazón, de Montxo Armendáriz; El
abuelo, de José Luis Garci; y Todo
sobre mi madre, de Pedro Almodóvar), a tres se les concedió el Goya,
despreciándose un peliculón como El
abuelo (Belle Époque y Todo sobre mi madre ganaron el Óscar).
De cualquier modo, en 2006 quedó fuera El
lobo, de Miguel Courtois, que debió haber sido la electa.
En 2011 el tridente lo compusieron También la lluvia, de Icíar Bollaín; Celda 211, de Daniel Monzón; y Lope, de Andrucha Waddington. Se votó a
la primera, para la final, mientras que la obra de Monzón, con vítores de
crítica y público, era netamente superior. Supuestos similares se sucedieron en
2012, seleccionándose Pa negre, de Agustí
Villaronga, por encima de La piel que
habito, de Pedro Almodóvar (la tremenda No
habrá paz para los malvados, de Enrique Urbizu, ganadora del Goya, fue descartada);
en 2013 optándose por Blancanieves,
de Pablo Berger, frente a Grupo 7, de
Alberto Rodríguez; y en 2014 imponiéndose 15
años y un día, de Gracia Querejeta, sobre Caníbal, de Manuel Martín Cuenca.
Pero lastimoso fue el año 2015: La isla mínima, de Alberto Rodríguez, una de las mejores producciones
españolas de la última década, obra maestra, se repudió en favor de 10.000 Km, de Carlos Marqués-Marcet; El niño, de Daniel Monzón (!); y Vivir es fácil con los ojos cerrados, de
David Trueba. Por ese aire a True
Detective, primera temporada, barrunto; si bien no se mostró el mismo
escrúpulo con la análoga naturaleza entre The
Artist y Blancanieves.
2017 escoció de verdad, al no ser
consideradas siquiera El hombre de las
mil caras, de Alberto Rodríguez, y una joya como Tarde para la ira, de Raúl Arévalo, para decantarse por Julieta, de Pedro Almodóvar
(seleccionada); La novia, de Paula
Ortiz; y El olivo, de Icíar Bollaín.
Y el 2018 ha sido también muy duro: otra grandiosa realización como Que Dios nos perdone, de Rodrigo
Sorogoyen, ha sido olvidada para promocionar tres de factura muy inferior: Abracadabra, de Pablo Berger; 1898. Los últimos de Filipinas, de
Salvador Calvo; y Verano 1993, de Carla
Simón, la distinguida (le deseo suerte, no obstante).
Excepto la victoria en 2005 de Mar adentro, de Alejandro Amenábar, no ha habido nominaciones
españolas durante este siglo. ¿Qué habría ocurrido si a Los otros, de Alejandro Amenábar, y El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro, les hubiera sido
posible competir?
Surdecordoba.com, 01 de octubre de 2018
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