El
día de mi cumpleaños un poeta presentó un libro de relatos. Relatos que, más
que relatos, son cuentos… Y ahora, caro lector, usted se preguntará, con
discreta cortesía: ¿Dónde estriba la importancia de tal evento, el cual no
parece destacar entre las frecuentes presentaciones literarias, cómo para
reclamar el protagonismo de un artículo? Y añadirá, con irreprochable
sagacidad: ¿Acaso un poeta, como escritor, no puede cultivar géneros disímiles?
E indagará, con morbosa curiosidad: ¿Me aplicaré a leer un bellaco artículo,
pantomima que sin éxito pretende disipar la gratitud por el regalo a un
malévolo cumpleañero?… Buscaré satisfacer sus tres cuestiones en el espacio del
que dispongo.
Coronado por el domino del teclado,
comenzaré por la segunda para insistir, sin pereza ni saciedad, en que, habiéndoseme
negado desde la gestación el favor, cariño y amor de las musas líricas, como
escribió aquél (nada menos que Cervantes), estoy más versado en desdichas que
en versos. Por ello tiendo, con natural instinto, a elevar a la categoría de
proeza toda exploración de un territorio ajeno al don sabiamente conferido por
el dios que fuere. Porque Manuel Guerrero, a quien ya he tenido el placer de
dedicar varias odas prosísticas, no por amistad, sino por merecimiento, es uno
de los mejores poetas de su generación, único al que sigo con puntal estreno.
Porque Manuel Guerrero, parafraseando a otro que tal (Marías padre, ahí queda),
es versificando. Nadie que admire al poeta se atrevería a retarle (siquiera
sugerirle) a una zambullida por el mundo narrativo. Pero Guerrero no es un
poeta al uso, él idolatra la lengua española en todas sus formas, y, aunque su
mayor talento se imanta a la poesía, gusta de reservar cierto porcentaje de esa
propiedad magnética (porcentaje nimio para sus laureles, inalcanzable para los
comunes) a otras categorías literarias, para gozo de lectores y gloria de las
Letras.
Entonces, y enlazo con su primer
interrogante, resistente lector, Manuel Guerrero ha publicado Vieja túnica y otros relatos, reunión de
nueve relatos, que, más que relatos, son cuentos, donde el poeta se cubre con
la túnica del narrador para ofrecer nueve historias en las cuales la ficción y
la vivencia (si es que el escritor puede realmente evitar la inspiración de las
vivencias, dirigiéndolas hacia la transformación ficcional) en ocasiones se
mixturan y en otras se disgregan con fina evidencia.
Un lector profano, despistado por la
imagen que compone la portada de la obra y por los títulos de los cuentos que
la integran, sentirá la tentación de atribuirle un carácter devoto al
contenido. Sin embargo, no es la devoción, es la tradición, la temática que
emplea el poeta, convertido en prosista, como hilo para hilvanar las nueve
aportaciones de un género breve que labra con mimo, paciencia y respeto; que
solventa con maestría; que publica con fervor folclórico aureolado de
apariencia religiosa. Pues Guerrero es un entusiasta, un apasionado de las
costumbres, de las creencias, de las doctrinas, de los ritos… que formulan el carácter
tradicional y popular de un lugar, puesto que, en su folclore, se encierra su
idiosincrasia. Sólo a través del estudio de todo este conjunto transmitido de
padres a hijos a lo largo de los años, se puede comprender la identidad
cultural de un pueblo. Lo demás es grosera excusa pintada de justificación.
Manuel Guerrero, en esto del
folclore, persigue la eminencia con impetuosa deferencia, tanto en su ciudad de
nacimiento como de adopción. Así, en Vieja
túnica y otros relatos, el autor, sirviéndose del cuento que intitula la
obra, nos invita a embadurnarnos en la nostalgia del anciano que ha cumplido,
desde su tierna infancia, como hermano de Jesús, alumbrando cada Viernes Santo.
En «Una humillación de amor», nos revela las mercedes de los anhelos insatisfechos.
«Fuera horquillas» se consagra a sintetizar una biografía y «Vida cofrade»,
quizá una autobiografía. «Cuatro esquinas» supone un decidido alegato a favor
de la amistad inmarcesible. «Olor de Viernes Santo», ímproba veneración hacia
la tradición intangible. Cuento ejemplarizante, «Volver a rezar», destinado a
los creyentes. Con «Una misma pasión», brinda por la memoria del amigo
fallecido. Y al fin alcanza la justicia un hallazgo histórico en «Para el
futuro».
Nueve relatos, que, más que relatos,
son cuentos, donde el poeta nos exhibe abierto su arcón ricamente labrado en
noble madera, en cuyo interior reposa, intacta como el primer día, junto a la
de ensayista, aquella túnica de prosista, con la cual se arropa cuando la
tradición por el parágrafo se reivindica sobre la devoción por la estrofa.
En lo relativo al último interrogante, memorado lector,
trágicamente, el espacio se agota. Conecto la opción de tecleado abreviado para
declamar que no es mal regalo disfrutar del éxito de un querido amigo, alegría
hecha propia, y que Vieja túnica y otros
relatos bien vale su peso en euros.
Lucenadigital.com, 02 de abril de 2017
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