La
Asociación Cultural Naufragio cumple diez años. No es moco de pavo, el
aniversario. Vincularse a la Cultura (perdón por la mayúscula) en España, y
hacerlo de manera asociativa durante una década, es gesta digna de laureles. Porque,
este criadero de pancistas, tecleaba, es España, donde la Cultura (perdón por
la mayúscula, otra vez) está mal vista. O no está reconocida. O no se le otorga
el mérito que debiera. O esa visión, ese reconocimiento, ese mérito son
inversamente proporcionales al coste del acceso. Quiero decir que, al español,
cuanto menos le valga, más Cultura (ídem, a lo de la mayúscula) consumirá. Y si
el consumo es gratuito, se convierte en el adicto a la Cultura (ya no me
volveré a disculpar, por lo de la mayúscula, o sea) más enganchando del
planeta. Ahora bien, trátese de cerveza o fútbol… Oiga, lo que cueste… A los
datos me remito: un bar por cada ciento setenta y cinco españoles. Ni en todo
Estados Unidos la cifra se asemeja. De ahí el valor de colectivos como Naufragio.
Todo se promovió, según me han
contado (y si yo me enteré), a raíz de la creación de la revista Saigón por un grupo de amigos, y del
deseo de formalizar sus reuniones en torno a la revista y demás temas
culturales… Cualquiera de sus fundadores narraría o ha narrado, con el recurso
de las teclas acertadas, los orígenes de la Asociación, pues la idoneidad de
quien suscribe, que se incorporó tres o cuatro años después —precisamente, oh
curiosidad, desde su colaboración en Saigón—,
queda en entredicho. Por entonces, mi amigo Manuel Guerrero había asumido la
valiente responsabilidad de la dirección con un objetivo marcado: engrandecer
la Asociación, no sólo en número de miembros, sino en presencia, alcance y
repercusión. Objetivo ambicioso, qué duda cabía; quijotesco, para muchos. Para
Guerrero, Naufragio, que, revista aparte, reducía sus actividades a amistosas comilonas
(lo cual no era malo de suyo), debía y podía aspirar a algo superior: a ser uno
de los referentes culturales comarcales, mínimo. En su proyecto, encontró
afines y se topó con detractores. Como de costumbre, hubo quien prefirió
acompañarlo en el naufragio y quien prefirió ser rescatado. Esto último, a
veces, quizá, no tanto por oposición, sino por cargar con otras obligaciones
prioritarias que degradaban el empeño.
Por mi parte, se me encomendó la
tarea de, ante la nueva realidad, reformar los Estatutos. Hice lo que pude,
dentro de mis modestas capacidades, y a disposición quedan. Además, incrementé
mi grado de implicación, cuando los asociados votaron a favor de mi
incorporación al Consejo de Impugnaciones de la Asociación y al Consejo de
Redacción de la revista Saigón.
Recuerdo con anecdótico cariño la primera actividad que dirigí. Fue un foro
literario que tenía por temática la vida y obra de don Mariano José de Larra,
conmemorándose el bicentenario de su nacimiento (2009, para que no se ponga a
buscarlo en Wikipedia). Se reservó un centro social municipal, y únicamente
hicimos acto de presencia el director Guerrero y el abajo firmante. Acabamos
los dos charlando sobre Larra, en agradable tertulia, acompañados de unos cafés,
en una céntrica heladería lucentina… Los comienzos son siempre difíciles.
Posteriormente, gustoso, lidié con los ciclos de cine, tanto en su versión de
pases privados (exclusivos para asociados), como en la de los públicos;
cortándome la coleta en beneficio de las ideas de los miembros que se iban
sumando, porque es sano y enriquecedor ceder el espacio a los espíritus bisoños
y no aferrarse al mismo (al espacio). También me presté a impartir durante dos
cursos (2013-2014 y 2014-2015) el taller de narrativa organizado por la
Delegación de Juventud lucenesa, con la colaboración de nuestra asociación. Y,
por descontado, Naufragio, de uno u otro modo, ha participado en las
presentaciones de Sanjorgistas y
Aracelitanos y Ni piedad ni perdón,
mis dos obras publicadas hasta la fecha.
La Asociación Cultural Naufragio me
ha dado lo que no merezco. Me crucé con ella en una etapa de mi vida que
iniciaba su declive, y me ayudó a suavizar la aceleración, a profundizar en mis
escasas dotes creativas y literarias y canalizarlas con corrección.
Hoy, el relevo generacional en la
Dirección Ejecutiva ha sucedido natural y pacíficamente. Manuel Guerrero, por
cuestiones personales, no optó por la cuarta reelección, y el cargo lo ostenta
Sensi Budia, una joven y brillante filóloga, llena de ilusión y absolutamente
comprometida con los objetivos asociativos referidos, cuyas bases consolidó su
antecesor. Una extraordinaria y bellísima persona, Sensi, siempre resuelta a
desempeñar el duro y delicado rol de su cargo, a estar allí donde el nombre de
la Asociación se haga patente. No todo el mundo lo acometería con tamaño
arrojo… Foros y premios literarios, presentaciones de obras, exposiciones,
recitales poéticos y narrativos… El nombre de Naufragio plaga la comarca y se
extiende fuera de sus fronteras, llegando incluso a Madrid.
En mi opinión, ese relevo ha sido una decisión acertada,
por aquello que tecleaba antes de dar paso. Igualmente, acertada ha sido la
elección de una generación posterior a la nuestra en el liderazgo, con una mirada
más clara, limpia. En el fondo, no hay mayor satisfacción que los jóvenes,
nuestro futuro, crean en el proyecto de Naufragio, y trabajen por él. La misión
de los veteranos de la Asociación y de la vida es apoyar la continuidad de esos
jóvenes náufragos, que significará la continuidad de la Asociación. Que, dentro
de varias décadas, cuando sea el turno de las generaciones que empiezan a nacer,
éstas se asocien prontas, al contagiarse del orgullo por unos logros jamás
irrenunciables, del orgullo por una asociación que se adjetiva Cultural, así,
con mayúscula.
Surdecordoba.com, 30 de septiembre de 2016
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