sábado, 12 de noviembre de 2016

El caballero de la Mancha


Yo, señores míos, soy caballero andante, cuyo ejercicio es el de las armas, y cuya profesión, la de favorecer a los necesitados de favor y acudir a los menesterosos…
Miguel de Cervantes, El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, cap. XXVII

Se celebra el cuadringentésimo aniversario de la publicación de El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, segunda parte de El Quijote, que completa la magna obra de las Letras Hispánicas. Una magnitud que se alcanzó desde la aparición de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, pero, en un período en el que la fama la daba la poesía y el dinero, el teatro, don Miguel de Cervantes, siempre «… más versado en desdichas que en versos», no obtuvo la gracia en los géneros donde se desenvolvía la lírica. La novela se consideraba un género menor, alejado de la belleza armónica de la rima, incapaz de imponerse todavía a una categoría que venía cultivándose desde hacía siglos, cuya estructura facilitaba, además, la memorización: medio eficaz de transmisión.
 
Las peripecias de don Quijote pronto se hicieron célebres. Acompañado por su fiel escudero Sancho Panza («Pues don Quijote de la Mancha es loco, menguado y mentecato, y Sancho Panza su escudero lo conoce, y, con todo eso, le sirve y le sigue y va atenido a las vanas promesas suyas…»), sus andanzas multiplicaron adeptos entre la población lectora; escasa, aunque bien posicionada. El ingenioso hidalgo… se convirtió en la excepción para la narrativa, vigorizando el género, para adquirir su trascendencia universal al ser culminada con El ingenioso caballero…
 
Sin embargo, la gloria del personaje no se reflejó en el autor. Don Miguel no consiguió el rédito esperado, porque, amén de la importancia del género y el alto índice de analfabetismo, apuntados, Cervantes abonó, para la primera parte, tasas de derechos en Castilla, lo cual provocó la salida de ediciones de dominio público en los reinos vecinos que comenzaron a distribuirse sin pudor por toda la península, y fuera de ella, enriqueciendo a impresores y mercaderes, quienes se embolsaron un relevante margen de beneficios, fruto de unas ganancias disminuidas con unos costes de producción exiguos, desembarazados del jaquecoso entremetimiento del autor.
 
Las ingeniosas locuras de don Quijote divirtieron, por tanto, a lo más variopinto de la ciudadanía de la época, tarea que no ha decaído, si bien al contrario, a lo largo de los últimos cuatrocientos años. Empero ¿acaso es don Quijote un loco? Cualquier lector, a medida que pase las páginas quedará estupefacto «… todo atento a mirar y a notar los hechos y palabras de don Quijote, pareciéndole que era un cuerdo loco y un loco que tiraba a cuerdo».
 
No es la locura de don Quijote una locura al uso. Tan sólo parece manifestarse en lo concerniente a la caballería andante, que «es una ciencia —replicó don Quijote— que encierra en sí todas o las más ciencias del mundo…». Para los demás aspectos, su cordura es patente. Ese mirar a lo zaino mientras mantean a Sancho Panza en la venta; esos razonamientos juiciosos, sentencias cargadas de sensatez y discreción; ese canto a la libertad, que «… es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida; y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres […] que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recebidas son ataduras que no dejan campear al ánimo libre»; ese corazón noble, a partir de cuya fuerza «… os prometo mi favor y ayuda, como me obliga mi profesión, que no es otra si no es favorecer a los desvalidos y menesterosos»; esa preocupación por la injusticia, eslabón débil de una sociedad huérfana de valores, pues «… al administrar justicia, ha de atender el señor del estado, y aquí entra la habilidad y buen juicio, y principalmente la buena intención de acertar: que si ésta falta en los principios, siempre irán errados los medios y los fines…».
 
Don Quijote de la Mancha es el reflejo de su creador y de su tiempo. El Quijote condensa lo que fuimos y lo que somos. Lo que pudimos ser. Sociedad, cultura, política, hacienda… Don Quijote (¿o quizá Cervantes?), armado de la crítica sutil, de la perspicacia de la lucidez, simplemente es un hombre decente en tiempos indecentes. Simplemente es un anciano que reacciona, cansado de contemplar, con cobarde pasividad, cómo el mundo se pervierte de incivilidad. Cómo se pierden valores, principios y modos. Cómo el honor, la honradez, la lealtad o la justicia se descartan cínicamente. Y, en ese afán por civilizar, ante la humillación de la indiferencia, su referente próximo, su modelo, es la andante caballería. Sus virtudes, reglas, elementos, procederes y estilos. Sus actitudes, formas y ritos. Una delicada tarea, exclusiva y excluyente, donde «… no todos los caballeros pueden ser cortesanos, ni todos los cortesanos pueden ni deben ser caballeros andantes: de todos ha de haber en el mundo; y aunque todos seamos caballeros, va mucha diferencia de los unos a los otros…».
 
Si luchar contra molinos de viento disfrazados de gigantes, si enfrentarse a lo imposible es locura y no valentía, el mundo precisa quijotes. Con urgencia.

Lucenadigital.com, 3 de noviembre de 2015

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