Yo, señores míos, soy caballero andante, cuyo ejercicio es el de las
armas, y cuya profesión, la de favorecer a los necesitados de favor y acudir a
los menesterosos…
Miguel de Cervantes, El ingenioso caballero
don Quijote de la Mancha, cap. XXVII
Se
celebra el cuadringentésimo aniversario de la publicación de El ingenioso caballero don Quijote de la
Mancha, segunda parte de El Quijote,
que completa la magna obra de las Letras Hispánicas. Una magnitud que se
alcanzó desde la aparición de El
ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, pero, en un período en el que
la fama la daba la poesía y el dinero, el teatro, don Miguel de Cervantes,
siempre «… más versado en desdichas que en versos», no obtuvo la gracia en los
géneros donde se desenvolvía la lírica. La novela se consideraba un género
menor, alejado de la belleza armónica de la rima, incapaz de imponerse todavía
a una categoría que venía cultivándose desde hacía siglos, cuya estructura
facilitaba, además, la memorización: medio eficaz de transmisión.
Las
peripecias de don Quijote pronto se hicieron célebres. Acompañado por su fiel
escudero Sancho Panza («Pues don Quijote de la Mancha es loco, menguado y
mentecato, y Sancho Panza su escudero lo conoce, y, con todo eso, le sirve y le
sigue y va atenido a las vanas promesas suyas…»), sus andanzas multiplicaron
adeptos entre la población lectora; escasa, aunque bien posicionada. El ingenioso hidalgo… se convirtió en la
excepción para la narrativa, vigorizando el género, para adquirir su
trascendencia universal al ser culminada con El ingenioso caballero…
Sin
embargo, la gloria del personaje no se reflejó en el autor. Don Miguel no
consiguió el rédito esperado, porque, amén de la importancia del género y el
alto índice de analfabetismo, apuntados, Cervantes abonó, para la primera
parte, tasas de derechos en Castilla, lo cual provocó la salida de ediciones de
dominio público en los reinos vecinos que comenzaron a distribuirse sin pudor
por toda la península, y fuera de ella, enriqueciendo a impresores y
mercaderes, quienes se embolsaron un relevante margen de beneficios, fruto de
unas ganancias disminuidas con unos costes de producción exiguos,
desembarazados del jaquecoso entremetimiento del autor.
Las
ingeniosas locuras de don Quijote divirtieron, por tanto, a lo más variopinto
de la ciudadanía de la época, tarea que no ha decaído, si bien al contrario, a
lo largo de los últimos cuatrocientos años. Empero ¿acaso es don Quijote un
loco? Cualquier lector, a medida que pase las páginas quedará estupefacto «…
todo atento a mirar y a notar los hechos y palabras de don Quijote,
pareciéndole que era un cuerdo loco y un loco que tiraba a cuerdo».
No
es la locura de don Quijote una locura al uso. Tan sólo parece manifestarse en
lo concerniente a la caballería andante, que «es una ciencia —replicó don
Quijote— que encierra en sí todas o las más ciencias del mundo…». Para los
demás aspectos, su cordura es patente. Ese mirar a lo zaino mientras mantean a
Sancho Panza en la venta; esos razonamientos juiciosos, sentencias cargadas de
sensatez y discreción; ese canto a la libertad, que «… es uno de los más
preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden
igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre: por la
libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida; y, por el
contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres […] que
las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recebidas son
ataduras que no dejan campear al ánimo libre»; ese corazón noble, a partir de
cuya fuerza «… os prometo mi favor y ayuda, como me obliga mi profesión, que no
es otra si no es favorecer a los desvalidos y menesterosos»; esa preocupación
por la injusticia, eslabón débil de una sociedad huérfana de valores, pues «…
al administrar justicia, ha de atender el señor del estado, y aquí entra la
habilidad y buen juicio, y principalmente la buena intención de acertar: que si
ésta falta en los principios, siempre irán errados los medios y los fines…».
Don
Quijote de la Mancha es el reflejo de su creador y de su tiempo. El Quijote condensa lo que fuimos y lo
que somos. Lo que pudimos ser. Sociedad, cultura, política, hacienda… Don
Quijote (¿o quizá Cervantes?), armado de la crítica sutil, de la perspicacia de
la lucidez, simplemente es un hombre decente en tiempos indecentes. Simplemente
es un anciano que reacciona, cansado de contemplar, con cobarde pasividad, cómo
el mundo se pervierte de incivilidad. Cómo se pierden valores, principios y
modos. Cómo el honor, la honradez, la lealtad o la justicia se descartan
cínicamente. Y, en ese afán por civilizar, ante la humillación de la
indiferencia, su referente próximo, su modelo, es la andante caballería. Sus
virtudes, reglas, elementos, procederes y estilos. Sus actitudes, formas y
ritos. Una delicada tarea, exclusiva y excluyente, donde «… no todos los
caballeros pueden ser cortesanos, ni todos los cortesanos pueden ni deben ser
caballeros andantes: de todos ha de haber en el mundo; y aunque todos seamos
caballeros, va mucha diferencia de los unos a los otros…».
Si
luchar contra molinos de viento disfrazados de gigantes, si enfrentarse a lo
imposible es locura y no valentía, el mundo precisa quijotes. Con urgencia.
Lucenadigital.com, 3 de noviembre de 2015
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