Lejos quedó la época en la que los poetas se
servían de las estrellas para recordar los versos. Sin disponibilidad de papel
o cualquier otro tipo de soporte, la memoria era esencial para la preservación
y transmisión del conocimiento. Hoy, todo está a un simple clic de distancia.
La más variada e insospechable información está al alcance en Internet. Desde
una receta de cocina hasta una teoría física, pasando por noticias,
documentales, informes, obras literarias o pictóricas, galerías fotográficas…
Tal es el fenómeno que, últimamente, he llegado a escuchar voces que abogan por
relegar la memoria a un segundo plano, hasta el punto de poner en duda su
necesidad. La necesidad —discúlpeseme la redundancia— de que los planes
educativos abandonen un sistema de memorización en favor de una tendencia
práctica, acorde con las exigencias de la vida diaria.
Un día a día que precisa de instrumentos útiles bajo ningún concepto vinculados, deduzco, a, por ejemplo, la lista de reyes de España, el nombre de los afluentes del Tajo, el relato del descubrimiento de América por Cristóbal Colón, la metafísica de Descartes o la vida y obra de Cervantes. ¿De qué sirve —se preguntan los pazguatos defensores de un nuevo sistema— memorizar la figura de Velázquez, si después no se sabe manejar ante una hipoteca, una línea de crédito o una factura de luz; si se desconocen términos como capital-riesgo o especulación; o si ni siquiera se está capacitado para aplicar primeros auxilios en una situación de emergencia (no habrá estupidez mayor, pues no todo el mundo reacciona igual en una situación de emergencia, ni se requerirán, salvo el caso de profesionales, meses de estudio y preparación para los básicos o importantes)?
Un día a día que precisa de instrumentos útiles bajo ningún concepto vinculados, deduzco, a, por ejemplo, la lista de reyes de España, el nombre de los afluentes del Tajo, el relato del descubrimiento de América por Cristóbal Colón, la metafísica de Descartes o la vida y obra de Cervantes. ¿De qué sirve —se preguntan los pazguatos defensores de un nuevo sistema— memorizar la figura de Velázquez, si después no se sabe manejar ante una hipoteca, una línea de crédito o una factura de luz; si se desconocen términos como capital-riesgo o especulación; o si ni siquiera se está capacitado para aplicar primeros auxilios en una situación de emergencia (no habrá estupidez mayor, pues no todo el mundo reacciona igual en una situación de emergencia, ni se requerirán, salvo el caso de profesionales, meses de estudio y preparación para los básicos o importantes)?
La
tendencia es preocupante. Un sistema que relegue la memorización hacia aspectos
más prácticos o manuales, supuestamente aplicables a la vida diaria, supone
doblegarse a la tecnología, o peor, generar una subordinación absoluta, una
dependencia lamentable. No es que la humanidad no dependa de la tecnología. Al
contrario. Y cada vez más. No tiene que ser malo per se. El problema es que el
cerebro debe ser ejercitado. Como si de un músculo se tratara, se atrofia con
el desuso, se degrada, de acomodarlo a las bondades de lo fácil. La vagancia
mental es el resultado de esta tendencia a calificar como una pérdida de tiempo
el memorizar datos que rápidamente pueden ser hallados en Internet, cuando no
olvidados. No se aprecia el hecho de que estos datos memorizados constituyen la
base para el desarrollo posterior de nuestro conocimiento.
Es
un fallo grave pretender reducir la instrucción, concebida como enseñanza,
adquisición de conocimientos y saberes, a un periodo de diez o dieciséis años.
No. El ser humano debe aprender, educarse, a lo largo de toda su vida. Creemos
erradamente que el sistema educativo ha de enseñarnos para desenvolvernos en
todos los aspectos de la existencia, y esto es una estulticia. Un sistema
educativo idóneo —máxime el impartido hasta los dieciséis o dieciocho años— es
aquél que sienta los fundamentos, que otorga al educando los principios a
partir de los cuales poder continuar aprendiendo. Y esos conocimientos,
conceptos completos y complejos, bien absorbidos, asumidos, controlados y
memorizados no se olvidan nunca. O sólo podrá parecer que se olvidan, porque,
en realidad, su obtención ha permitido mejorar el cerebro, perfeccionarlo,
fortaleciéndolo para ulteriores contiendas.
Todo
sistema educativo que se precie, previo a la especialización universitaria, ha
de ofrecer, cardinalmente y con la debida eficacia, literatura, lengua,
matemáticas (con sus ramajes: aritmética, geometría, álgebra, funciones,
probabilidad, estadística), física, química, historia, geografía, arte,
plástica o dibujo, educación física, filosofía, idioma extranjero y latín (y, a
ser posible, griego y música). Artes y ciencias elementales. Artes y ciencias
que, por mucho que el ser humano avance, seguirán siendo indispensables para el
progreso de la humanidad, impulsándolo con rigor. Jamás quedarán caducas ni se
tornarán superfluas. Otras, como finanzas o educación para la ciudadanía, no
habrán de desplazar a las anteriores. La primera, por ser susceptible de
material autodidacta (adheridas las obligatorias, bastará con buscar y tomar lo
primario). La segunda, por no confundir algo trascendental: la escuela enseña,
la familia educa. Stricto sensu. No alteremos roles.
Todavía,
frente a esto, aparecerá el clásico inoportuno que suelte aquello de que el
latín es una lengua muerta, cuando el latín no ha muerto. Como el ser humano,
ha evolucionado. Hasta convertirse en lo que actualmente llamamos castellano,
lengua romance empleada por casi quinientos millones de personas.
Uno
no puede dejar de ser curioso. Preguntarse e indagar la respuesta constituye
una responsabilidad con uno mismo. Desde luego, al presente, es sencilla la
tarea de encontrar esa respuesta. Pero Internet debe entenderse como una
herramienta para adquirir conocimientos, los cuales optimizarán las capacidades
intelectuales; nunca como un sustituto que apoltrone esas capacidades.
lucenadigital.com, 6 de abril de 2015
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