jueves, 15 de octubre de 2015

La última ronda

Se llama Paco, tiene veintiocho años, domina dos idiomas —tres, si contamos el español— y es Físico especializado en materia cuántica; pero, como siente particular predilección por el trato personalizado con el ciudadano de a pie y sus necesidades primarias, su ocupación actual es la de auxiliar intermedio de bienes de consumo humano, sean para uso directo, destino ajeno o reventa a terceros en el comercio minorista. Vamos, lo que viene a ser reponedor de estanterías en el Carrefour. O en el Mercadona. O en el Corte Inglés. En una de esas grandes cadenas, con establecimientos por doquier. No me acuerdo. Sí aseguro que sus responsabilidades incluyen frecuentes tareas de carga y descarga, y que su jefe casi lo despacha cuando ordenó las latas según su masa atómica, por listillo.
            A estas alturas de la película, conscientes del cariz de nuestra patria, no quedo obligado a recalcar la deriva eufemística de la particular predilección. En realidad, a Paco se la trae floja todo aquello que pueda verse sin tener que recurrir a un microscopio. Lo que ocurre es que, en este país llamado España, se invierte en formación sin preocupación alguna por obtener rendimiento con el cual continuar financiando desarrollo y crecimiento. Lo importante son las apariencias, quedar bien en la esfera nacional e internacional, con un amplio marco educativo —sus bondades las dejamos para otra ocasión— donde poder estudiar las más variadas ramas del conocimiento y culminar con una preparación universitaria consecuente con las exigencias de un mercado laboral extranjero, porque, al sur de los Pirineos, laboral hay poco, y el mercado es un mercadeo de sinvergüenzas y aprovechados.
            El chaval se lo ganó, oiga. Se esforzó, consiguió sus becas —todavía se concedían— y compensó con trabajos de fin de semana en bares y pizzerías, con veranos en hoteles de lujo, sirviendo a ricachones estirados y aliviando el bochorno estival de dos o tres —o cuatro o cinco— señoras ignoradas por sus maridos con refrescantes encuentros secretos donde sus métodos de veinteañero le granjearon jugosas propinas.
            —Eran cuarentonas. En su mayoría. —Ahora lo tengo sentado a mi lado, en la barra de un bar, con una caña a la que no deja de dar vueltas. A su derecha, mi amigo Tito sólo ha abierto la boca para trasegar su pertinente dosis de cebada. Paco nos recuerda algunas anécdotas de aquella época—: Desplazadas por jovencitas arribistas que sabían explotar unos encantos con fecha de caducidad. —Hablamos sin mirarnos, los tres enfilados con la línea de cinc, perdidos en nuestra imaginación, recreando las escenas—. Otras buscaban compañía —matiza—. Un rato de conversación.
            Nos hemos reunido porque Paco, contratado, emigra a Noruega. O Finlandia. O Suecia. No me acuerdo. Un país donde el progreso y la innovación preocupan, donde los científicos son valorados y donde la educación y el conocimiento se sufragan con el horizonte de un bienestar y un futuro colectivo por encima del egoísta individualismo. La mejor forma de rentabilidad. Aquí ha conseguido puestos no remunerados, de becario, por debajo de su cualificación.
            —Por algo había que empezar —sentencia. De contratación, nada. Los centros de investigación e instituciones están despidiendo trabajadores, alargando al máximo el ineluctable cierre—. Agoté todos mis cartuchos en España —añade, jugando con una gota producida por la fría sudoración de la cerveza. Lo dice sin atisbo de acritud en la entonación. Hace tiempo que asumió las consecuencias del nacimiento dentro de nuestros límites territoriales. Ni siquiera esperaba poder evitarlo—: Encontré la oportunidad… Movilidad exterior —concluye, y da un buen trago a su cerveza, deteniendo un exabrupto atrabiliario, engorrándolo en el gaznate.
            —Su puta madre —apostilla Tito. De soslayo, sorteando a nuestro acompañante, quien se deja caer sobre los codos en la barra, lo observo. Conociendo su aprensión a avenirse en cuestiones de sentimentalismos ajenos, más que un saludo a la acuñadora de la expresión gubernamental, colijo que es una reacción espontánea a la falta de bebida. O quizá me equivoque.
            —Mierda de país —resume Paco entonces—. ¡A tomar por culo!
            —Amén —corea Tito, pese a lo jodido de la sequedad bucal.
            Fatigosamente, Paco se incorpora para facilitar el paso del resto de la caña e impedir la huida de ayes lastimosos. Se mesa la barba de una semana, ahuecando el deje melancólico:
            —Echaré de menos a mi familia.
            Y es lo peor. La pena materna, la impotencia paterna, el desasimiento fraternal. La comprensión familiar pugnando por la nostalgia de la lejanía, mezcladas ambas luego por el rencor hacia políticos, empresarios y banqueros, hacia éstos, hacia otros, hacia ellos mismos. Culpabilidad general, con mayor o menor grado, en una situación socio-económica que se repite con sempiterna asiduidad. Un estúpido bucle sin fin al cual nos aferramos gustosamente, pues preferimos olvidar y odiamos aprender. Extendido a los demás aspectos de la vida coterránea.
            —Al menos —le digo, descansando mi mano en su hombro a modo de consuelo—, ya has ganado en estos años más que él y yo juntos.
            —Por eso, la última ronda también la pagas tú —zanja Tito mientras hace una seña al camarero.

lucenadigital.com, 1 de marzo de 2014

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