jueves, 15 de octubre de 2015

La Oficina Pro Cautivos

El español de bien no es dado a alabar gestas patrias. Quizá porque, de natural rencoroso y envidioso, se siente incómodo entre algarabías por laureles ajenos. Por eso, quisiera teclear unas palabras en homenaje a una hazaña memorable, en el centenario de la Primera Guerra Mundial, previendo el posible olvido.
 
El reinado de Alfonso XIII fue un buen reinado. Heredó —tras el trámite de Regencia— un reino que acababa de perder las últimas colonias de ultramar, pero, amén de los avances industriales, también fue el que engendró las generaciones del 98, del 14 y del 27; y, a pesar de que una mala decisión le costó la Corona, no sería honroso esconder sus méritos.
 
Resulta que en julio de 1914 estalló la guerra en Europa. Inmediatamente, el Rey, emulando a Suiza —jamás fue del gusto suizo meterse en camisa de once varas—, declaró la neutralidad de España. Neutralidad, faltaría más, no significaba indiferencia; así, cuando comenzaron a llegar al Palacio de Oriente cartas por centenares de madres, esposas, hijos y demás familiares desesperados por la ausencia de noticias de sus seres queridos destinados en el frente, o por las noticias desalentadoras, suplicando a Su Majestad auxilio e intercesión, rogando, cargados de consternación, ayuda ante la impotencia, el propio Alfonso XIII emprendió la terea de atender tamaña cantidad de peticiones. Su condición neutral, convertía a España en receptora de una correspondencia que podía alcanzar las cinco mil misivas al mes. Sin embargo, el destinatario no era el Gobierno, sino el Rey de España.
 
En junio de 1915, Alfonso XIII ordenó a su Secretaría personal la formación de una oficina especial para la misión. La Oficina Pro Cautivos contó con algo más de cincuenta personas, las cuales trabajaron los siete días de la semana —la guerra no conoce el descanso— hasta febrero de 1921, y fue costeada íntegramente por el presupuesto real, con un gasto total de, aproximadamente, un millón de pesetas de la época (actualmente, equivaldría a unos seiscientos mil euros). Comenzó con labores de fechado y clasificación, se organizó por servicios (desaparecidos, información, prisioneros, correspondencia en territorios ocupados, repatriaciones de militares heridos graves o enfermos, repatriaciones de población civil, internamiento en Suiza, indultos, remesas de fondos a individuos o familias que viven en territorios ocupados e incomunicados con sus familiares, remesas extendidas en ocasiones a prisioneros civiles y militares) y se emplearon lengüetas por informe: negra, para aviso de confirmación de muerte; blanca, para aviso de encontrado prisionero vivo; y sin lengüeta —la mayoría—, para la reseña «no hallado».
 
El Rey se valió de médicos, militares y diplomáticos españoles, auténticos héroes, para localizar, interceder y suministrar ayuda material; prestar auxilio informativo, vigilar los campos de prisioneros —de concentración—, mediar en su canje, repatriar heridos. Fuera cual fuese la nacionalidad y el país: alemanes, estadounidenses, portugueses, franceses, rumanos, rusos, etcétera.
 
La Oficina Pro Cautivos veló por la suerte de cuatro millones de prisioneros, repatrió a más de diez mil hombres, manejó medio millón de documentos, tramitó cincuenta peticiones de indulto de pena capital, más de cinco mil peticiones de repatriación de heridos graves, veinticinco mil notas informativas de familias residentes en territorios ocupados y más de doscientas cincuenta mil investigaciones relativas a prisioneros o desaparecidos.
 
El Rey de España y su equipo lograron lo que no consiguió la gran Europa: llevar la noticia, positiva o negativa, empero noticia al cabo, a millares de familiares, repatriar a miles de personas e interceder por la vida de prisioneros de guerra con un aceptable porcentaje de éxito. Lo lograron solos, movidos por una generosidad desinteresada, por una humanidad bondadosa, por una noble causa; sin intervención de los partidos políticos nacionales y sin involucrar a la Administración del Estado. Fueron el ejemplo de cómo un puñado de personas cualificadas y motivadas son capaces de éxitos sin precedentes, de cómo unos pocos son capaces de mucho. Fueron el ejemplo del altruismo y la solidaridad en tiempos de dureza y crisis.
 
De todos modos, al final, acontecimientos como el desastre de Annual y decisiones como el apoyo al golpe militar de Primo de Rivera, siendo español, obligaron a Alfonso XIII a optar por el exilio; sin duda temiendo el reflejo del trágico destino de la familia imperial rusa, por la que, dicho sea, también intercedió.
 
Mientras que su salida de España fue una fuga secreta, a su paso por Francia y a su llegada a Gran Bretaña las muestras de agradecimiento se sucedieron entre loor de multitudes. El Rey de España fue recibido con vítores populares y altos honores gubernamentales. Quedó para la Historia que, cuando el periodista Julián Cortés-Cavanillas preguntó al monarca exiliado por el mayor logro de su reinado, le respondió que la neutralidad en la Gran Guerra y la labor para salvar vidas.
 
Desde luego, una proeza para enorgullecerse.

lucenadigital.com, 1 de julio de 2014

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