El español de bien no es dado a alabar gestas
patrias. Quizá porque, de natural rencoroso y envidioso, se siente incómodo
entre algarabías por laureles ajenos. Por eso, quisiera teclear unas palabras
en homenaje a una hazaña memorable, en el centenario de la Primera Guerra
Mundial, previendo el posible olvido.
El
reinado de Alfonso XIII fue un buen reinado. Heredó —tras el trámite de Regencia—
un reino que acababa de perder las últimas colonias de ultramar, pero, amén de
los avances industriales, también fue el que engendró las generaciones del 98,
del 14 y del 27; y, a pesar de que una mala decisión le costó la Corona, no
sería honroso esconder sus méritos.
Resulta
que en julio de 1914 estalló la guerra en Europa. Inmediatamente, el Rey, emulando
a Suiza —jamás fue del gusto suizo meterse en camisa de once varas—, declaró la
neutralidad de España. Neutralidad, faltaría más, no significaba indiferencia;
así, cuando comenzaron a llegar al Palacio de Oriente cartas por centenares de
madres, esposas, hijos y demás familiares desesperados por la ausencia de
noticias de sus seres queridos destinados en el frente, o por las noticias desalentadoras,
suplicando a Su Majestad auxilio e intercesión, rogando, cargados de
consternación, ayuda ante la impotencia, el propio Alfonso XIII emprendió la
terea de atender tamaña cantidad de peticiones. Su condición neutral, convertía
a España en receptora de una correspondencia que podía alcanzar las cinco mil
misivas al mes. Sin embargo, el destinatario no era el Gobierno, sino el Rey de
España.
En
junio de 1915, Alfonso XIII ordenó a su Secretaría personal la formación de una
oficina especial para la misión. La Oficina Pro Cautivos contó con algo más de
cincuenta personas, las cuales trabajaron los siete días de la semana —la
guerra no conoce el descanso— hasta febrero de 1921, y fue costeada
íntegramente por el presupuesto real, con un gasto total de, aproximadamente,
un millón de pesetas de la época (actualmente, equivaldría a unos seiscientos mil
euros). Comenzó con labores de fechado y clasificación, se organizó por
servicios (desaparecidos, información, prisioneros, correspondencia en
territorios ocupados, repatriaciones de militares heridos graves o enfermos,
repatriaciones de población civil, internamiento en Suiza, indultos, remesas de
fondos a individuos o familias que viven en territorios ocupados e
incomunicados con sus familiares, remesas extendidas en ocasiones a prisioneros
civiles y militares) y se emplearon lengüetas por informe: negra, para aviso de
confirmación de muerte; blanca, para aviso de encontrado prisionero vivo; y sin
lengüeta —la mayoría—, para la reseña «no hallado».
El
Rey se valió de médicos, militares y diplomáticos españoles, auténticos héroes,
para localizar, interceder y suministrar ayuda material; prestar auxilio
informativo, vigilar los campos de prisioneros —de concentración—, mediar en su
canje, repatriar heridos. Fuera cual fuese la nacionalidad y el país: alemanes,
estadounidenses, portugueses, franceses, rumanos, rusos, etcétera.
La
Oficina Pro Cautivos veló por la suerte de cuatro millones de prisioneros,
repatrió a más de diez mil hombres, manejó medio millón de documentos, tramitó
cincuenta peticiones de indulto de pena capital, más de cinco mil peticiones de
repatriación de heridos graves, veinticinco mil notas informativas de familias
residentes en territorios ocupados y más de doscientas cincuenta mil
investigaciones relativas a prisioneros o desaparecidos.
El
Rey de España y su equipo lograron lo que no consiguió la gran Europa: llevar
la noticia, positiva o negativa, empero noticia al cabo, a millares de
familiares, repatriar a miles de personas e interceder por la vida de
prisioneros de guerra con un aceptable porcentaje de éxito. Lo lograron solos, movidos
por una generosidad desinteresada, por una humanidad bondadosa, por una noble
causa; sin intervención de los partidos políticos nacionales y sin involucrar a
la Administración del Estado. Fueron el ejemplo de cómo un puñado de personas
cualificadas y motivadas son capaces de éxitos sin precedentes, de cómo unos
pocos son capaces de mucho. Fueron el ejemplo del altruismo y la solidaridad en
tiempos de dureza y crisis.
De
todos modos, al final, acontecimientos como el desastre de Annual y decisiones como
el apoyo al golpe militar de Primo de Rivera, siendo español, obligaron a
Alfonso XIII a optar por el exilio; sin duda temiendo el reflejo del trágico
destino de la familia imperial rusa, por la que, dicho sea, también intercedió.
Mientras
que su salida de España fue una fuga secreta, a su paso por Francia y a su
llegada a Gran Bretaña las muestras de agradecimiento se sucedieron entre loor
de multitudes. El Rey de España fue recibido con vítores populares y altos
honores gubernamentales. Quedó para la Historia que, cuando el periodista
Julián Cortés-Cavanillas preguntó al monarca exiliado por el mayor logro de su
reinado, le respondió que la neutralidad en la Gran Guerra y la labor para
salvar vidas.
Desde
luego, una proeza para enorgullecerse.
lucenadigital.com, 1 de julio de 2014
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