Artículo publicado en Lucenadigital.com:
Arrastré (juro lo preciso del verbo) a mi buen amigo el poeta Manuel Guerrero hasta el mítico cine local Palacio Erisana para ver mi primer estreno en pantalla grande de una película de 007. Aquel adolescente de quince años se agitaba enfebrecido no por el ardor hormonal, sino, entendido como excepción a ese estado natural, por el ansia de la novedad cinematográfica, magnificada por la coyuntura del gigantismo de la proyección. Se había estrenado la última aventura de James Bond cuando todavía tenía nueve años, edad insuficiente para disfrutar de la experiencia. Pero, en aquellas inciertas fechas de 1995 o 1996 (irrumpió en España durante los albores de las Navidades de 1995, y quizá llegaría a la ciudad con retraso), el cartelón a las puertas del Palacio era una tentación fascinadora a la que me subyugaría cualquiera que fuera o fuese el precio...
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