Entre mis hábitos de lectura, el cómic nunca tuvo relevancia en demasía. Ignoro la causa de tan desatinado despego hacia una forma de arte que, con desaforada taumaturgia, compagina dos géneros en apariencia dispares como son la narrativa y la ilustración. Soy consciente del cúmulo de genialidades que pueden llegar a desplegarse en sus páginas, aunque nunca terminó de hipnotizarme su canto de sirena. Y pude intentarlo durante varias etapas de mi juventud. Recuerdo de niño aproximarme a los tebeos de Zipi y Zape o a algunas de las aventuras superheroicas publicadas por Marvel o DC. Alcanzada la adolescencia piqué un poco de ediciones europeas, incluso rondando la veintena, ya desquiciado adicto a la novela, sostuve obras de Mortadelo y Filemón, al tiempo que un amigo procuró alistarme, sin apreciable éxito, a través de la novela gráfica. Quien se desgarre la garganta denostando el género artístico (entiendo que teclear género literario, amén de impreciso, supone menospreciar el dibujo implícito) como propio de la franja infantil de la vida, además de imbécil, sólo denota un supino grado de incultura, pues el cómic, insisto, es una forma de arte y, como tal, desprendida de las ligaduras de la edad y de los grupúsculos de las épocas. Ajeno a cualquier factor crepuscular.
Pero
toda regla general que se precie merece una risueña excepción que sirva
siquiera para revelar esa mentirijilla barnizada siempre por la rotundidad…
Cuando he negado con el frío tajo de una faca albaceteña mi afición al cómic,
también he eludido el morfema de la sinceridad.
Siendo
un infante en fase escolar, hubo una serie de historietas ilustradas que, al
contrario que sus protagonistas, eternos irreductibles, afanosos irredentos,
pronto me conquistó, sin necesidad del más chusquero de los asedios. No sería
capaz de precisar si primero me dediqué a los números verticalizados sobre los
anaqueles de la biblioteca del colegio, ante la mirada juzgadora del encargado,
quien parecía no valorar como lectura educativa el volumen escogido por el
chavalín (paradójica valoración, hallándose el dichoso volumen en la biblioteca
de un colegio), o si fueron los títulos que me compraron mis padres los que
desataron la voraz simpatía. El caso es que el tozudo apego a la libertad, el
ninguneo hacia el invasor, la desinteresada predisposición al auxilio, sin
reparar en los costes, la sucesión de sutiles chascarrillos y escenas
entintadas de liviana comicidad, la descarada parodia del ciclo histórico, el
infatigable reparto de mamporros, la brutal idea de una poción secreta que
confiere una fuerza sobrehumana (con efectos permanentes para uno de ellos,
desde que de pequeño cayó en el interior de la marmita), el inquebrantable
valor, la aventura, la misión casi imposible y, sobre todo, la inextinguible
amistad entre aquella dispar pareja protagonista me absorbieron los fundamentos
mágicos que estructuran la imaginación premiada por la niñez y salpicaron los
momentos de la temprana madurez. Para catalogar la trascendencia plástica de
las ilustraciones y el nivel literario de los textos insertados en los
bocadillos, se requeriría de un analista objetivo, aliviado de la grata, quizá
un tanto distorsionada por la nostalgia, evocación infantil y tardojuvenil.
Las
historias o aventuras de Astérix y Obélix, junto con sus vecinos de la indómita
aldea gala, que grandes quebraderos de cabeza provocaban a Julio César,
frustrando una y otra vez sus planes de ocupación o conquista del total
territorio de la Galia (el incidir o remarcar ese toda la Galia será un
gag constante en la serie), por aquel entonces, me parecían apasionantes. Si
bien, los números que se fueron publicando no se limitaron a fastidiar al
César, o no sólo a fastidiarlo. La variedad en la trama era habitual en la
producción de René Goscinny y Albert Uderzo.
Porque
he aquí el secreto: la propiedad intelectual exclusiva para Goscinny y Uderzo.
Mientras la tuvieron, claro, hasta que el mercantilismo atroz y destructivo
confeccionó una suerte de subasta que ofertó a los personajes al mejor postor…
O algo parecido.
Defendida por Uderzo tras la defunción de Goscinny, allá por el año 1977, todavía me sedujeron los siete títulos publicados en los ochenta y noventa, pese a que lastraban la carencia del ingenio, el talento y la originalidad que, sin duda, aportaba Goscinny, encargado de guionizar las historias. Con el loable fin de mantener el legado, Uderzo, dibujante nato, explorador por el aturdimiento de las tierras ignotas, no logró prender la mecha narrativa con la chispa de la singularidad que las musas conceden a los profesionales de cada oficio. Acontecida su muerte, perdí el interés por el producto: no pueden nacer hermanos de padres fallecidos.
Receloso de ese puñado de títulos en formato de novela ilustrada, no por el titubeo hacia su calidad, sino por preferir estas historietas en viñetas, los números publicados a lo largo de las décadas de los sesenta y los setenta condensan, tecleaba, lo mejor de la saga. Por su parte, de las diez adaptaciones al largometraje de animación, las más entretenidas y recomendables son las cinco primeras, estrenadas entre 1967 y 1986, cuya factura técnica se iba desarrollando y optimizando progresivamente. No conviene ser duro en exceso con el mérito visual de Astérix el Galo (1967), resultando ser unas maravillas Astérix y las doce pruebas o Las doce pruebas de Astérix (1976) y Astérix en Bretaña (1986). A partir de ahí, las versiones animadas comenzaron a rechinar (resucita ahora en mi memoria la decepción de Astérix en América cuando la vi en el cine en 1994), pudiendo ser que Astérix y el golpe del menhir (1989) o Astérix: La residencia de los dioses (2014) nos hagan torcer menos el gesto. De mera anécdota, en cambio, tacharía la existencia de las versiones cinematográficas en imagen real, de la cuales sólo impacta la presencia de la arrebatadora y esplendorosa Monica Bellucci como Cleopatra.
Y es que las aventuras de Astérix y Obélix hay que disfrutarlas a modo de viñetas y en su formato de cómic, como sus dos creadores fueron regalándonoslas desde 1961.
Lucenadigital.com, 30 de septiembre de 2023
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