Y
ahora a ver si hay huevos de determinar la intención narrativa del autor.
Porque yo, como autor —más o menos— de las líneas, lo tengo bastante claro. En
cambio, usted, lector con loables aspiraciones a la omnisciencia, se va a
detener, siquiera unos breves segundos, a plantearse el tema. Y a
replanteárselo, después. Ronda que te ronda, forzando los engranajes medio
astillados del cerebro, medio resecos por el consumo de películas y series a
través de las múltiples plataformas, medio torcidos por las memeces lanzadas
por muchos (¿o quizá todos?) de los políticos a través de los medios de
comunicación, medio oxidados por las barbaridades que circulan por las redes
sociales; ronda que te ronda, entonces, imbatible lector, lo primero que se le
podría ocurrir es que, encontrándose quien suscribe solito, sin compañía de
otro ser en derredor, ante la pantalla fulgurante, las yemas de los dedos
percibiendo los bordes de las teclas, se dispondrá a componer la palabra solo,
a razón de cuatro golpes sobre el teclado. Aunque, bueno, la lógica,
desengrasada ya de la ordinariez diaria, inicia un proceso de duda, pergeñando
ramificaciones conclusivas. Pudiera ser no que el menda del tecleo estuviera en
modo ermitaño, a la deriva entre la humanidad oceánica, sino que, sobrepasado
en sus capacidades intelectuales, le diera a eso de la palabreja a teclear sin
requerir ayuda o asistencia alguna, cual campeón de la semántica. Y sin
embargo, esto se le antoja, lector precavido, peccata minuta,
ramificación endeble, sacrificable, cuando la verdaderamente consolidada es
aquella que brota urdida por la incógnita gramatical. Aquella que repara en la
cualidad del vocablo como adjetivo o como adverbio. Si el dichoso autor de
estas quebradizas líneas se dispone a plasmar la condición adjetival o la
adverbial, si será el adjetivo solo o el adverbio solamente.