lunes, 12 de febrero de 2024

La gratuidad del arte

  Lleva quizá, no sé, más de un año dándome la murga con la misma historia. Ahora paseamos por la calle, ritmo pausado en el andar, aire tranquilo, despreocupado, en contraste con el de algunos de nuestros paisanos, sofocados por el constante estrés de la vida. De esa vida que merecemos, forjada a fuego por el deseo de dominio, por la soberbia desbocada ante la indómita e inmutable naturaleza del tiempo. El caso es que el día se ha presentado turbio y desapacible. El cielo encapotado amenaza lluvia, que en las últimas horas se ha manifestado de manera intermitente, pese a que el frío no es extremo, dadas las fechas. Me lo he tropezado de vuelta a casa, y me acompaña tranquilo y callado. No es un tipo muy parlanchín, así que no se trata de una excepción. Me ha sorprendido verlo: aseado, arreglado y afeitado. Lo que, sí, no es demasiado habitual en él. «Te estás haciendo viejo», le he reprochado al señalar su cuidado aspecto. «Julián —me ha replicado mirándome de soslayo, serio—, vete a la mierda, hazme ese favor».

Mi amigo Tito y yo caminamos de vuelta a casa, entonces, sin soltar palabra, porque entre familiares y amigos, en múltiples ocasiones (¡más de las que podamos imaginar o admitir!), basta la compañía, el sentir que la otra persona se encuentra ahí, al lado, de donde no se moverá jamás, pase lo que pase. De repente, un viandante nos sobrepasa, portando un periódico bajo el brazo, y recupera el tan manido tema: las restricciones y los condicionados que la prensa ha ido imponiendo en sus entradas digitales. Continúa su queja por el acceso cada vez más limitado a los artículos de opinión en los principales periódicos nacionales, cuyas lecturas apenas es capaz de contar con los dedos de una mano. Lo espeta como de costumbre, indignado, resoplando tras cada frase o improperio (abunda más lo segundo que lo primero). Con mucho agitar de brazos y mucho aspaviento, como si realmente le importara un carajo la opinión de nadie. Factor que constantemente le recuerdo. «Y me importa un carajo, joder —me reconoce—. Es por la literatura periodística». Perenne empleo de la misma expresión: «literatura periodística»; y un punto de sorna se deja entrever en la comisura de sus labios… Literatura periodística… Nos ha fastidiado, el literato.

En realidad —pues aquello de la literatura en el periodismo es algo pretérito en exceso—, lo que le quema es el pago, la contraprestación que la edición digital del periódico le exige para acceder a los artículos. Sea en forma de desembolso económico mensual, sea en forma de registro para el almacenamiento de datos con los que el requirente pueda traficar a sus anchas, y origen de esas llamadas comerciales o correos electrónicos publicitarios, cuyos detalles personales ignoras cómo diablos pudieron conseguir.

La era digital demanda gratuidad. El consumidor pretende que cualquier elemento o información que circule por la red o se extraiga de ella ha de ser necesariamente gratuito. Pero tamaña desproporción entraña un peligro o invita, al menos, a tener presente una premisa incuestionable. Este suscribiente ha sido el primero en clamar al cielo por los desmesurados y abusivos costes del suministro de Internet en España. Por muchas gilipolleces de llamadas ilimitadas o paquetes televisivos que te graven las compañías, condicionando los productos ofrecidos y engrosando la factura mensual, la cual elevan al gusto, en función de la transformación del paquete en cuestión; por mucho de esto, tecleaba, o pagas el precio impuesto por las principales compañías o te acoges a otras de inferior categoría que recurren a las líneas de las anteriores y, por ende, a su capricho.

Sin embargo, y al margen de la mitad divagatoria del precedente parágrafo, no es viable reclamar Arte —y la literatura no deja de ser eso: Arte— a condición de su gratuidad. El creador no vive del aire, tampoco de los laureles de la gloria, a pesar de que nunca vengan mal. El creador ha de subsistir para mantener o desarrollar sus dones creativos, ya que, de lo contrario, su prioridad (¡como la de cualquier ser humano, oiga!) será la de sobrevivir, haciéndolo en el ámbito laboral que se lo permita, a costa o bajo el sacrificio de su creatividad, de su arte. Pérdida para la humanidad. El creador, en consecuencia, ha de ser remunerado por su trabajo; y el lector pagar lo justo a su articulista.

Luego, claro, se suceden secundarias opciones, como es la del mecenazgo. El Arte requiere de mecenas, recuerdo haber escrito en otra ocasión, más o menos. El artista, el creador cubierto por un mecenas tiene asegurado el sustento. La duda estribaría en el grado de libertad creativa, la ponderación subyacente, puesto que, en cierta medida, la relación de dependencia marcaría el contenido de la creación. El resultado sería una obra de arte, por supuesto. No obstante, sería una obra de arte sometida a las circunstancias… Esencia que siempre será mejor que la nada.


Lucenadigital.com, 1 de febrero de 2023

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