domingo, 20 de agosto de 2023

"Mank"

  «Lo que antes era un castillo sobre una colina es ahora un recuerdo de lo que fue. A solas en su decadente e inacabado palacio del placer, apartado, apenas visitado y nunca fotografiado, podemos ver a un anciano en batín, fumando en pipa, sentado solo junto a su piscina. Hay papeles arrugados desperdigados a sus pies…».

Con estas palabras comenzaba, o se supone que debía comenzar, la mayor obra de arte cinematográfico de todos los tiempos: Ciudadano Kane. Al menos, eso es lo que nos cuenta Jack Fincher en el guión que dejó escrito antes de su fallecimiento en 2003. Sería su hijo David quien, en 2020, de la mano de Netflix, estrenaría el largometraje que ideó su padre: Mank. Quizá, por razones obvias, ni a Paramount ni a MGM, y puede que tampoco a Warner Bros, les ilusionara el proyecto. Así que David Fincher hubo de aguardar a la eclosión definitiva de las plataformas, que llevaban tiempo clamando por un hueco en la Academia, auspiciadas por la amarga realidad de la pandemia, desgarradora quiebra en la historia de la humanidad. Y logró realizar la película que imaginó su padre y conseguir el favor de la crítica y recibir el aplauso de gran parte del público y ser nominada a ciertos premios y partir hacia el limbo de los olvidados, paraíso de los merecedores de la gloria.

Jack Fincher elaboró un guión acerca del proceso de redacción, precisamente, del guión de la película de Orson Welles. Excusa o justificación literaria que sirvió al escritor para narrar un periodo tumultuoso en la vida de su creador Herman J. Mankiewicz, descendiente de inmigrantes judíos alemanes y hermano mayor de Joseph L. Mankiewicz (sobre el que ya tecleé por esta casa). En 1892, el padre, Franz, emigró hacia los Estados Unidos, donde conoció y se casó con otra inmigrante, Johanna, y trabajó como profesor. En el Nueva York de 1897, nació Herman. Siempre vinculado al mundo de la edición y el periodismo, decidió alistarse como piloto de aviones, durante la Gran Guerra, destino que se vio obligado a cambiar por los Marines de las Fuerzas Expedicionarias Estadounidenses (AEF), al sufrir mareos en altura. Terminado el conflicto bélico, dirigió el servicio de noticias de la Cruz Roja en París, hasta su regreso a los Estados Unidos, donde contrajo matrimonio con Sara Aaronson, para residir de nuevo en el extranjero, en Berlín, durante un trienio. De vuelta a su tierra natal, dedicó unos años a la sección política del Chicago Tribune, pero no pudo resistirse al auge cinematográfico y se trasladó a Hollywood, para dedicarse a escribir guiones de la mano de la Paramount de David O. Selznick. El alcoholismo nublaría su vida a perpetuidad, aunque pronto marcó un estilo propio, fruto de su extrema creatividad, su elevado nivel intelectual y su humor mordaz, e inició, a través de unos míticos telegramas («Ven de inmediato. Hay millones por hacer y tu única competencia son unos idiotas»), una campaña de captación de escritores neoyorkinos, a la que incorporó a su hermano Joe, con quienes, víctimas del crac económico, fundó un esperpéntico equipo. Fue por intermediación de uno de aquellos compañeros, Charles Lederer, que inició la relación con la pareja formada por Marion Davies (tía de Lederer) y el todopoderoso magnate de los medios de comunicación William Randolph Hearst… Y aquí arranca la película de los Fincher… Más o menos…

En realidad, el largometraje parte del año 1940, en el cual un descollante Orson Welles, de 24 años, estrella rutilante del momento, contrata los servicios de un Herman Mankiewicz vencido por el alcoholismo y repudiado por Hollywood, a quien unas deudas excesivamente onerosas y una lengua excesivamente suelta han relegado al rincón oscuro de los apestados. Welles ha aceptado la invitación de una RKO igualmente en apuros, que le ha otorgado absoluta carta blanca para la producción de un filme, y es consciente sobre qué película quiere rodar, sobre quién se inspirará y, fundamentalmente, sabe a quién acudir para escribir el guión. Recluye, entonces, a un Mankiewicz todavía convaleciente por un accidente de coche, al cuidado de una enfermera, auxiliado por una secretaria y con veto de alcohol, para que escriba un guión en noventa días, que la productora reducirá a sesenta. Las analepsis, procedentes del año 1930, se irán sucediendo a lo largo del metraje, intercalándose en el desarrollo creativo del escritor, con el objetivo de explicar al espectador aquellas escenas de la vida del protagonista que le han conducido al momento cronológico y al estado personal de salida. Su enamoramiento platónico de Marion Davies, la estima de Hearst, los desequilibrios sociales de la crisis económica, el auge del fascismo (él mismo ayudaría a muchos alemanes a huir), las intrigas políticas, el uso de los medios de comunicación para la difusión de noticias falsas, el hipócrita y deleznable carácter de Louis B. Mayer, con sus manipulaciones y fraudes, los desaires que sufrió de los profesionales del sector, el suicido de su amigo Shelly Metcalf, consumido por el remordimiento… Su tendencia ineluctable a la autodestrucción. Finalmente, concluye un guión de trescientas veintisiete páginas, que Welles se encarga de reducir a la mitad, atribuyéndose una coautoría que lo enemista con Mankiewicz, pues ha subscrito un contrato de compra que el escritor, encandilado por la magnitud de su obra, se empecina en deshacer. Las constantes visitas de su amigo, el productor John Houseman, y las posteriores de su hermano Joe y de la mismísima Marion, todos ellos preocupados por las repercusiones, no persuaden al autor de prescindir de su obra, por la que Mankiewicz y Welles obtienen el Óscar al Mejor Guión Original.

Por el contrario, Mank ni siquiera fue nominada en esta categoría, ni la película ni el director ganaron el Óscar en sus respectivas, prefiriéndose a la verrugosa Nomadland y a la contemplativa Chloé Zhao. Sí triunfó una excelente fotografía en blanco y negro, que empleó la luz con soberbia, y un cuidado diseño de producción, que se preocupó por reubicar la visión del espectador en los años 40, incluida la evidencia del recurso del retroproyector y el fundido a negro. Sin embargo, el largometraje suma una admirable interpretación de Gary Oldman, una banda sonora en consonancia con la producción, un escrúpulo por el detalle (llamativa la aparición de los antiguos círculos negros, indicativos del cambio de rollo) y un desmedido amor por el cine.

Mank no es una biografía de Herman J. Mankiewicz, y no lo pretende, porque, como Jack Fincher supo dramatizar a la perfección en boca del protagonista: «No puedes plasmar la vida de un hombre en dos horas. Como mucho, transmitir una impresión de ella».


Lucenadigital.com, 1 de agosto de 2022

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