jueves, 16 de febrero de 2023

Annual 1921: El Desastre y el Alcántara

 En Dar Drius, Navarro empezó por desarmar a las cabilas amigas, que todavía no se habían enterado de la escabechina, y evacuar los puestos que dependían de aquella posición, misión que encomendó al Regimiento Alcántara, que había venido protegiendo a la columna (dentro del margen de sus posibilidades) desde el mismo Annual. Empero, la mayor preocupación de Navarro era que, rebasada la noticia, estallara la revuelta en aquella retaguardia dispersa y en manos de cabilas de dudosa lealtad (recuérdese la estrategia en retaguardia estipulada por el mando español), quedando aislados de Melilla. Con ello, en la madrugada del 23 de julio, Navarro ordenó enviar a los Regulares a Nador para que fueran desarmando a las cabilas, y él mismo se movió con el resto de la columna hasta Batel, a unos veinte kilómetros al este, cruzando el río Igan, y próxima a la cabecera de la vía ferrovial.

Con tropas de defensa en vanguardia y retaguardia, la columna de repliegue partió de Dar Drius, iniciándose, presto, el tiroteo rifeño sobre ella. La columna aceleró el paso mientras los heridos se iban quedando atrás, cayendo en manos rifeñas, para morir, la mayoría, bajo agónicas torturas. Más adelante, los indígenas obstaculizaron el camino, por primera vez, con caballería, que cargó contra la masa humana, defendida en sus flancos por el Regimiento Alcántara, que hizo lo indecible por contener el ataque.

Aquel 23 de julio, a la altura del río Igan, un cauce por aquella época seco, el Regimiento de Caballería Alcántara aún contaba con unos de seiscientos jinetes cohesionados e instruidos y, en palabras del mismo teniente coronel Primo de Rivera, en aquella hora crítica, no quedaba sino cumplir con la Patria y el sacrificio. Alrededor de la zona, multitud de rifeños emboscados acechaban la oportunidad, así que era perentorio cubrir los flancos para que la columna vadeara la dificultad del cauce. Primo de Rivera reagrupó a sus hombres, arengándoles: «¡Soldados, ha llegado la hora del sacrificio! Que cada cual cumpla con su deber. Si no lo hacemos, vuestras madres, vuestras novias, todas las mujeres españolas dirán que somos unos cobardes. ¡Vamos a demostrar que no lo somos!». Tras lo cual, pistola en mano, cargó junto con sus hombres contra los rifeños. Y volverían a cargar hasta en siete ocasiones más, cada vez con menos hombres y caballos, más heridos, cansados y sedientos todos, entre la infinita pedrea de balas. La última carga con los caballos ya al paso, y a pie la marcha por la ladera arriba, al arma blanca. Cargaron los soldados y el muchacho del cornetín de órdenes. Cuando faltaron hombres para cerrar las filas, cargaron los tres alféreces veterinarios, el teniente médico y el capellán, para hacerlo, finalmente, los catorce maestros herradores y los trece jóvenes de la banda de música del Regimiento, y morir todos. Al anochecer, sólo sesenta y siete supervivientes, agotados y desbordados de heridas, consiguieron ganar la posición de Batel con sus caballos agarrados por las bridas. Primo de Rivera murió más tarde, ya en agosto, en la posición de Monte Arruit, víctima de las heridas, al haberle extirpado un cañonazo uno de sus brazos el 31 de julio.

En la reducida posición de Batel, campamento sin permanencia para servir la cabeza ferroviaria, pronto Navarro se percató de que no podría acoger a la totalidad de la columna española que se acercaba, sin obviar la inexistencia de depósitos de agua, víveres y municiones. Era un campamento vacío. En tal situación, a unos dos kilómetros al sureste se hallaba la posición de Tistutin, punto de partida ferrovial, por lo que decidió dividir la columna, enviando a un bloque hacia allí y cobijando el otro en Batel.

Erraría el lector al identificar la referencia ferroviaria con un imponente, tal vez mediano o utilitario, tren de transporte de mercancías y personas. Lo que solía partir de Tistutin era un aparatejo adaptado a la vía férrea conocido como tractorrail. De cualquier modo, el auxilio ferroviario se barruntaba en cuenta atrás. Los españoles podrían disponer de él, fuera como fuera, el periodo de tiempo vacante hasta que la noticia se expandiera por la zona. En el ínterin, en Batel, sin provisión alguna, simultáneamente a la llegada de hombres desfallecidos por la sed, se recibió una comunicación de Melilla que ordenaba replegarse hasta la posición de Monte Arruit, a más de quince kilómetros al noreste y a unos treinta al sur de Melilla.

La madrugada del 29 de julio marchó, pues, la columna hacia Monte Arruit, procurando colocar a los heridos en el centro del despliegue, con Navarro a pie en vanguardia y el capitán Félix Arenas Gaspar cerrando la retaguardia. El castigo rifeño fue, por supuesto, inmediato: muchos indígenas aguardaban parapetados a la salida, tornándose de una intensidad insostenible con las primeras luces del día y deshaciendo la columna española, hasta el punto de que, en retaguardia, se luchaba cuerpo a cuerpo. A sumar, el grupo de la Policía indígena que hasta aquel segundo se había mantenido fiel, percatándose del oscuro escenario, volvió las armas contra los españoles, rematando a los heridos del camino. Aquella concentración de fuego rifeño contra los heridos, con el habitual apoderamiento de botín y material bélico, concedió, triste resulta teclearlo, una necesaria tregua a la unidad de Arenas, que se recompuso.


Lucenadigital, 31 de enero de 2022

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