domingo, 20 de diciembre de 2020

Una foto en el marco

Hola, si no te molesta, me sentaré contigo un momento… Han pasado muchos años, ¿verdad? Toda una vida. El tiempo, implacable como un justiciero, a todos nos supera… Y ahora… Ahora ya no está, falleció. Y estás triste, lo sé. Fue toda una vida. Y ahora… Y ahora sólo te queda esa foto en el marco que sostienes entre tus manos, de la que no retiras la mirada, conteniendo el llanto o dándole libertad, con el pañuelo, húmedo y arrugado, dentro del puño. Es una foto de otra época, lejana, de una época feliz, o quizá no tanto: de una época mejor, poco más que mejor. Porque ha sido una vida dura, compleja, lo sé. Con momentos, por supuesto, de felicidad, o quizá con buenos momentos con apariencia de felicidad… El caso es que ha sido difícil… Siempre lo es, lo sé… Y ahora ha fallecido,

por eso estás triste, por toda una vida compartida, de la cual únicamente te queda esa foto enmarcada a la que te aferras, con hipnotismo y melancolía, el recuerdo acribillante, porque, en esa puñetera vida, larga y dura de cojones, los malos momentos fueron tan despiadados que consiguieron empañar… no… que consiguieron enterrar aquellos de felicidad, o de aparente felicidad, en una fosa mucho más profunda que la que guarda su cadáver envuelto para la degradación, disolución en diferido. Y ahora que falleció, te queda su foto acoplada a un marco, que mantiene su imagen congelada en ese instante, en una posteridad latente, a la espera, también, de su propia descomposición… Aunque ésta tardará más, claro, mucho más. Te sobrevivirá, seguro, esa captura robada, o planificada, esa pose que ahora contemplas, enjugándote por enésima vez las lágrimas, contemplándote con esa sonrisa perfilada en la comisura de sus labios, esperanzada en una felicidad futura, o convencida de haberla conseguido ya. Pese a todo, frente a todo, quizás, en esa fracción petrificada de la existencia, esa foto que colocaste en un marco te devuelva la creencia de una realidad feliz. Y puede que fuera así, que aquella fuera la máxima felicidad posible, antes de que todo explotara y esa felicidad, o apariencia de felicidad, se fuera al carajo. Sin embargo, ahora ya no está, falleció, y empuñas esa foto con la desesperación con la que estrujas el pañuelo colapsado por las lágrimas, pues, quizá, esa tristeza sólo sea una apariencia de tristeza, o no sea tristeza en exclusiva; pues, quizá, eso que sientes, y que te sublima el desánimo y la angustia, sea un punto de remordimiento, o remordimiento, simplemente. Esa inquietud aflorada, puesto que, en aquellos periodos de mierda, no supiste o no pudiste gestionar la situación, ofrecer una solución o equilibrar la acción; pese a que la única admisible, quién sabe hoy, hubiese sido la de evitar nuevas fotos y desprenderte de las anteriores… Sí, sí, lo sé. No eres titular en exclusiva de la culpa, pero ahora ya no está, falleció, y sólo has quedado tú y esa foto con marco perimetral de la que no apartas la vista. Y ese remordimiento te trae una antigua, casi olvidada, reacción visceral, impetuosa, salvaje, emocional. Te dejaste llevar por las circunstancias. En aquellas etapas de dolor y sufrimiento, cuando la vida, que es una hija de la grandísima puta, os golpeó con crueldad y os remató con inclemencia, no supiste cómo ayudar, o no pudiste hacerlo, aunque, en ocasiones, la mejor forma de ayudar a alguien sea no prestándole ayuda. Pero a ti te dominaba la fiereza, siempre la pasión. Hasta en las fases felices, o de apariencia feliz, el descontrol fue tu insignia. Y después, cuando todo sentimiento se dilapidó, cuando la impía vida disipó el amor y la materia, asumiste como penitencia el arraigo de la unión, o quizá decidiste cumplir con aquellos votos convertidos entonces en humareda inestable y traslúcida. No buscaste, no esperaste la redención, ni amagaste con demandar el perdón, como tampoco lo propusiste, lo procuraste o lo diste… Sí, sí, lo sé. La responsabilidad no es predominantemente tuya. Pero ahora ya no está, falleció, y tan sólo te queda esa foto con un marco astillado por las penurias y las desgracias, junto con ese remordimiento que deberás superar, que podrás superar, porque, llegado el fin de ese castigo autoinfligido, de esa penitencia a la que te apresaste como último salvavidas de tu condición rocosa e inflexible, aquel implacable tiempo te ha concedido la oportunidad de perdonarte, de tranquilizar el ánimo, de reconciliarte contigo, de alzar la mirada y fijarla en el horizonte, de continuar adelante con la conciencia serena, sosegado el espíritu; no para ir al encuentro de lo mejor, pues la vida no ha mudado su naturaleza incómoda, sino para confiar en que ya eres mejor, y con la resignación de la compañía de esa foto en el marco, mientras te recuerda, mientras nos recuerda, que no hay vida sin muerte.

Lucenadigital.com, 3 de diciembre de 2019

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